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Por
Roberto Marra
Hay
perseverantes y... perseverantes. Los hay virtuosos insistentes en
objetivos benévolos para toda la sociedad y también aquellos que
solo persiguen dudosos fines que esconden detrás de una pesada
cantidad de falsedades. Hay generosos obsequiantes de sus vidas en
pos de noblezas solidarias, y están quienes solo miran el gigantesco
ombligo de su pertenencia de clase. Hay hermosas personas que
ofrendan sus vidas para redimir a la sociedad después de que ésta
se sumergiera en las peores perversiones, y están las que tapan sus
ojos y sus oídos para esconder sus complicidades en ellas y ofender
a la humanidad con sus inútiles existencias.
Esas
“Chichas” son las auténticas hacedoras de eso que se denomina
“Justicia”, un valor casi inalcanzable en su totalidad, pero a la
cual orientaron sus empeños, con tal fuerza, que lograron doblarle
el brazo a quienes se creen dueños del sistema burocrático que, se
supone, es el encargado de administrarla.
Pero
en la absurda Argentina de estos tiempos, sumergida en uno de los
peores retrocesos económicos y sociales que se pudieran imaginar,
las expresiones de justicia son poco menos que una entelequia de
imposible realización. Son menos que eso: simples manifestaciones de
revanchas de clase, oscuros manejos leguleyos para impedir la
aparición de la verdad, sucios entramados de poderosos “juececillos”
sin honra ni moral, dispuestos a transgredir leyes y constituciones
para salvar el pellejo propio y la de sus mandantes oligárquicos.
Solo
balas encuentran como respuestas los trabajadores que pretenden
defender sus puestos y, con ellos, los últimos resabios de un Estado
que se está esfumando detrás del humo de la metralla canalla de los
imbéciles matones a quienes les pagamos sus armas y uniformes para
que... nos maten. Solo gases que no hacen llorar tanto como la
miseria incontenible de los planes maquiavélicos de destrucción de
la Nación.
En
otro lado, los directos descendientes de los cavernícolas,
disfrazados de “ciudadanos honestos”, gritan desaforados sus
asquerosas consignas de odios y rencores de setenta años,
pretendiéndose superiores por rango divino, elegidos por orígenes
de apellido y blancura de piel, empoderados por el mafioso al que
defienden con el mismo ahínco que lo hacían con los torturadores y
asesinos de otros tiempos. Ensucian las calles con las mugres
invisibles de los desprecios a quienes usan para enriquecerse,
ocultando sus evasiones de miles de millones al exterior, a esas
cuevas fiscales que, no por casualidad, le llaman paraísos, porque
para ellos sí lo son.
Persistentes
son, también, esos falsos “sindicalistas” que se reúnen con
representates del FMI para solicitarles “indulgencia” para con
nuestro Pueblo, agachando las cabezas como los lacayos a sus reyes,
mostrándose tan proclives a hacernos soportar (a nosotros) cuanta
medida ordene el “Poder Supremo” mundial para “corregir” los
“desvios” de sus mandatos por culpa de los gobiernos
“populistas”, aceptando el horrible final al que nos está
conduciendo el chocador de calesitas de la Rosada, mientras ellos
siguen engordando (sus cuerpos y sus arcas).
Todos
esos empeñosos hacedores de nuestras desgracias, cuentan con los
perseverantes constructores de realidades virtuales a la medida de
las necesidades del Poder que representan y constituyen. Los “medios”
son esa otra pata elemental para evitar que se derrumbe este edificio
oscuro y maloliente donde la vida ya es casi imposible, donde las
leyes ya no son más que las de la selva, donde la miseria cotidiana
ni siquera merece una tapa de sus diarios, siempre ocupadas por una
sola y obsesionante palabra: Cristina.
Entonces
es que tenemos que volver a Chicha y su obstinación por la Justicia.
Es cuando hay que ser capaces de insistir, tanto o más que ella, en
reconstruir una sociedad que la pretenden disgregada, un territorio
que han decidido fragmentar, una Patria que están consumiendo en el
fuego de un infierno al que nunca debimos haber entrado. Y continuar,
ahora con más empeño que nunca, para mantener su espíritu
indomable, su valentía inacabable, su búsqueda tenaz, para
transformarla en la sonrisa feliz del reencuentro con la esperanza de
una vida digna. Que para ella consistía, simplemente, en encontrar a
su nieta.
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