lunes, 20 de agosto de 2018

MENTIRAS "PROGRESISTAS"

Imagen de "connuestraamerica.blogspot"
Por Roberto Marra
La subjetividad de quien opina, surge inexorablemente a través de lo que exprese el individuo en cuestión. El cuento de la objetividad del periodismo solo puede aceptarse masivamente como real, como tantas veces sucede, tal vez porque simplemente el receptor anhela escuchar o leer lo que le dicen, dejando de lado la realidad que ve y siente de verdad, para vivir en un universo paralelo donde se cumplan sus deseos, aun aquellos que manifiesten las peores degradaciones morales que se puedan alcanzar.
Por esos caminos se transita, desde hace demasiado tiempo, en todos los temas mediatizados. Sobre todo en aquellos marcados a fuego en la agenda comunicacional del Poder, como base primordial para elaborar irracionalidades “autentificadas” por la supuesta “seriedad” de los comunicadores, en busca de sembrar ideas que hagan de muro de contención de cualquier atisbo de rebelión contra el status quo perverso en que se desarrolla la miserabilización de la vida de las mayorías.
Uno de los temas donde más se nota la incongruencia entre la realidad y la expresión periodística es en el de la política internacional, la geopolítica o las relaciones entre estados soberanos (o supuestamente soberanos). Esta particularidad resulta más preocupante, cuando quienes ofician de comunicadores son medios que manifiestan posiciones ideológicas que se suelen denominar “progresistas”, simplificación que nos permite pensar que, al menos, este periodismo no parece ser un simple eslabón más en la cadena de falsedades mediáticas hegemonizadas.
Cuando se producen hechos como los que vienen sucediendo en Nicaragua, o como los que acontecieron en forma similar en Venezuela, con mucha violencia desatada en las calles, se ven inmediatamente las peores miserias periodísticas de estos “comunicadores progresistas”, que no logran desprenderse de los estigmas elaborados por el imperio para el consumo fácil de las masas idiotizadas con miradas cortas y odios sin sentido.
Con la automaticidad que da la auténtica adhesión ideológica, no la puesta en escena de sus supuestos “progresismos”, dicen lo mismo que los genuinos representantes del imperio en cuestión, soldados a sueldo (muy altos) que objetivan lo inexistente y aseguran lo invisible como real. Peores que éstos, además de asegurar lo que no pueden comprobar, e incluso lo que está probado como contrario, pretenden elevarse a las alturas de una visión emancipada de influencias ideológicas, lo cual los hace caer, justamente, en sus antípodas.
Utilizan la palabra “violencia” para tapar una compleja realidad, que no comprenden ni investigan más que a través de agencias periodísticas del imperio, dejando de lado la historia que arrastra tras de sí semejante estadío político y social en esas naciones. Resumen todo en una palabra, “democracia”, tras de la cual encausan sus diatribas contra “el régimen”, tal como suelen denominar a los gobiernos de esos países hermanos.
Ignoran, a sabiendas, los orígenes de esas acciones violentas. Saben, pero callan o manipulan, las verdaderas intenciones escondidas tras de esas aparatosas y crueles manifestaciones de odio irracional vendido como “lucha patriótica”. Silencian las opiniones de otros actores de los hechos, oscurecen la verdad con medias tintas y opacan los escenarios para que no se puedan ver los titiriteros imperiales detrás de las bambalinas de las balas y las bombas.
No se les pide mentir para proteger a los gobiernos populares que cometan errores o desviaciones peligrosas de sus objetivos primigenios. No es cuestión de ensalzar cualquier acto de sus líderes, sino de defender los avances económicos, sociales y culturales que se hubieran logrado hasta el momento, atesorarlos en la conciencia popular e impedir su degradación para que no termine sirviendo a los intereses del enemigo oligárquico local, invariablemente asociados a los del imperio.
Se trata sí, de impedir que la ridícula “objetividad”, esa con la que pintan realidades tan falsas como sus ideologías, termine por envolver a las mayorías populares de nuestros países, atrapándolas en la telaraña de sus autodestrucciones para retrasar aún más sus liberaciones. No de los errores de sus gobiernos soberanos, sino de los auténticos responsables históricos de sus desgracias.

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