Imgen de "CNN en español" |
Por
Roberto Marra
“Abya
Yala” es el nombre con el que los pueblos originarios de
nuestro continente prefieren denominar a América. Proviene de una
expresión del pueblo Kuna, habitantes de lo que hoy son los
territorios de Panamá y Colombia, antes de la invasión de los
europeos, y que literalmente significaría tierra en plena madurez
o tierra de sangre vital. Y aunque los pueblos originarios de
lo que ahora es Bolivia no comparten el idioma que dio orígen a ese
término, parece que lo están prefiriendo al impuesto por los
invasores de entonces, como método de claro posicionamiento
ideológico frente a esa historia negadora de sus derechos
ancestrales.
Doce
años después de su llegada al gobierno, junto a su perfecto
adlátere ideológico, Álvaro García Linera, ha podido demostrar
que el estigma de “indio bruto” con el que los “blanquitos”
intentan (en vano) bastardear su impresionante capacidad para liderar
semejante proceso de cambios, resulta poco menos que ridículo.
Son
los mismos estigmas que en toda nuestra región han servido para
degradar socialmente a los pueblos originarios, inundar las
conciencias populares de supuestas superioridades de los invasores y
sus descendientes, y asegurar su esclavitud para regodeo de los
perversos autoasumidos como dueños de la historia.
Evo
resultó ser un líder único, impensado, que supo desatar el nudo
social de la aceptación del sometimiento, que introdujo el poder de
la autovaloración en su Pueblo, elevándolo a la categoría de seres
humanos a la que no se les había permitido llegar nunca bajo los
gobiernos entreguistas que le precedieron (con contadas excepciones
prontamente silenciadas).
Bolivia
es ahora una Nación respetada, por voluntad propia y por la fuerza
de los hechos apabullantes de su desarrollo, que impresiona frente a
los resultados de las otras naciones de nuestro continente, ahora
sometidas, la mayoría casi absoluta, a los regímenes destructores
de tantos procesos virtuosos desarrollados desde principios de este
siglo. La Pachamama, esa prodigiosa divinidad asumida como orígen de
todo, parece haber encontrado su perfecto intérprete político en
este hombre humilde pero valiente, sencillo pero desafiante, de pocas
palabras pero de enormes decires.
Ninguna
nación se le arrima a su crecimiento vertiginoso. Menos aún al
concepto de ese crecimiento como valor de empoderamiento de todo su
Pueblo, no de enriquecimiento de las élites que siempre lo
dominaron. De ahí el odio mortal contra este paladín de la justicia
social, por parte de estos miserables eternos apropiadores del yugo
ajeno, socios sumisos del imperio que no claudica en su intento por
destruir esta experiencia maravillante.
Evo
es un imprescindible. Configura como nadie la auténtica “sangre
vital” de los pueblos que luchan por sus vidas con la fuerza de la
razón de la verdad aplastada por quinientos años. Es un
incomparable capitán para este barco inmenso que alguien bautizó
como América, capaz de interpretar la voluntad acallada de millones
de sometidos a los regímenes ladrones de la historia y asesinos del
futuro. Es el escudo construído con la amalgama de estaño, sudor,
sangre y voluntad infinita, que sostiene, mal que les pese a los
odiosos oligarcas y los traidores desclasados, las banderas eternas
de la liberación de la, ahora también nuestra, Abya Yala.
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