miércoles, 1 de agosto de 2018

EL TIEMPO DE SANTIAGO

Imagen de "The New York Time"
Por Roberto Marra
Definir el tiempo ha sido objeto del desvelo de muchos a lo largo de la historia de la humanidad. Cualquiera sea la definición que nos aproxime más a lo absoluto de su concepto, tal vez lo que nos pueda brindar ayuda para su comprensión, es considerar el tiempo subjetivo y el objetivo, diferenciar el que sentimos del que vemos o, al menos, entendemos que sucede aunque no lo veamos en realidad.
Algo de eso pasa respecto a los sucesos que marcan nuestras existencias por las extrordinarias dimensiones históricas que adquieren y que parecen detenernos en ese instante, al menos hasta que, por acción de la aparición de la verdad sobre ese hecho, podamos evadirnos de esa cápsula temporal para reasumir el presente y retomar la construcción del futuro, que avanza sin pedir permiso.
Santiago Maldonado fue el centro de una historia que representa cabalmente a esos instantes que paralizan el tiempo interior de cada uno de quienes nos sentimos tocados por su drama, fruto de una serie de hechos provocados por personas que no parecen serlo, involucrados que no aparecen con claridad a la luz de la justicia, justicia que no actúa con la transparencia que debió y debe, poderosos que jamás muestran sus caras, al menos, las verdaderas.
La acumulación de mentiras no hizo más que ahondar la parálisis temporal que nos deviene de ese episodio letal, porque resulta imposible no sentir algo de lo que suponemos sintió el propio Santiago en aquel tiempo que nunca se nos terminó hasta ahora. El desvio de la realidad realizado por estos pérfidos “filósofos” de la muerte, trasladó las culpas a las víctimas, método infalible para sostenerse en un limbo jurídico que les permite, injustamente, hacer pasar el tiempo material para impedir el castigo que saben que se merecen.
En medio de las atroces impudicias de la ministra de (in)seguridad, con el alimento diario de las peores alquimias “periodísticas” para demostrar inocencias de los culpables y fatalidades que no existieron, con la mugrosa actuación de jueces y fiscales protectores de las bestialidades de los armados y sus mandantes, seguimos esperando resultados reales de autopsias mal realizadas, aparición de datos ocultos y determinación de una verdad escondida bajo la sucia alfombra de un Poder que no ceja en su empeño destructivo.
Santiago no puede ser pasado, porque su presente se topó con desalmados que cortaron de cuajo su futuro. Ese tajo en la historia de aquel individuo, nos la cortó a todos quienes sentimos la Justicia como un valor básico para el desarrollo de la vida. Contuvo nuestro aliento hasta ahora y lo seguirá haciendo hasta revelarse la verdad, la única, la auténtica, la que determine cada instante de aquel suceso donde los implicados son parte de todas nuestras desgracias actuales, y también del pasado.
Toda la historia de nuestra sociedad está atravesada de hechos que nos detuvieron en distintos tiempos. Algunos han sido, de alguna manera, reparados o se están desarrollando procesos que lo permitirán, más tarde o más temprano. Pero otros permanecen allí, encapsulados en la memoria colectiva, frenando el desarrollo de la sociedad. Siniestros mecanismos están siempre al acecho para volcar sus decisiones a favor de los perversos, que elaboran tiempos circulares para que los cambios solo sean espejismos visitados muy de vez en cuando.
Pero Santiago está allí. No es solo un recuerdo, no se trata simplemente de un delito más, no se puede ver como el resultado de la conjunción de aconteceres fortuitos. Es la manifestación más acabada de las características de un enemigo social que tiene ya más de doscientos años asesinando la Patria. Es la repugnante muestra del desapego a la moral de los engreídos dueños del Poder. Y será, hasta conocer con certeza el tiempo en el que terminó su vida, el dolor más oscuro que impedirá resolver nuestro propio tiempo.

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