lunes, 20 de enero de 2020

CIENCIA, TECNOLOGÍA Y LIBERACIÓN

Imagen de "Telam"
Por Roberto Marra
El disciplinamiento laboral y social forma parte indisoluble del sistema capitalista. Con mayor o menor énfasis, resulta indispensable para quienes detentan el poder financiero, poseen los medios de producción y manejan los resortes básicos del desarrollo económico, para elevar sus beneficios y sostener el status quo alcanzado a fuerza del sometimiento a sus reglas por millones de trabajadores y la sociedad toda.
Las formas que adquieren esas manifestaciones de poder sobre los integrantes de los sectores sociales que subsisten en base a su trabajo (manual o intelectual) son diversas, pero están siempre sostenidas a través de sistemas mediatizados de “orientación” de las conciencias de los sometidos, para que se formen y sientan como parte de un colectivo preso de prejuicios, paradigmas y estigmas, que conforman la base de la sumisión y la aceptación lisa y llana de las órdenes encubiertas por una pátina de supuesta “libertad de acción”, que tiene un problema fundamental: o se somete al arbitrio de sus mandantes, o queda fuera del sistema.

Nada es tan lineal ni corre por tan estrecho márgen de acción, porque los pueblos logran, con sus despertares de conciencia y sus luchas, establecer ciertas pautas laborales y sociales que disminuyen los efectos derivados de la situación desventajosa de poder que prevalece en el sistema. La sindicalización, aún con las eventuales burocratizaciones dirigenciales, permite elevar la calidad de vida de los trabajadores y mejorar la correlación de fuerzas frente al empresariado y el Estado, cuando éste se manifiesta como parte más de los sectores del Poder Real que de los ciudadanos que lo conforman.
También en el ámbito de la ciencia y la tecnología se dan estos procesos, donde existe una disputa permanente por establecer pautas que generen mayor o menor incidencia de los estudios y trabajos investigativos nacionales, frente a la simple adopción de lo que se genere en los países denominados “centrales”, poniendo blanco sobre negro la relación a la que se pretende obligar a quienes no sean considerados como tales. De allí a “ningunear” los esfuerzos de científicos y tecnólogos nacionales, solo está el paso de la decisión de cada gobierno sobre donde poner el acento para el desarrollo pretendido (si es que se pretende).
Cuando accede a la administración del Estado un sector político nacional y popular (en Argentina, el peronismo y sus aliados), se mueven las fichas claramente hacia la apuesta a la expansión de la ciencia y la tecnología propia, hecho demostrado con claridad y ejemplos palmarios a lo largo de nuestra atribulada historia, con los lamentables vaivenes provocados por los retrógrados oligárquicos que han logrado, cada tanto, trastocar estos virtuosos procesos en arena que se escapa de las manos del esfuerzo de tantos científicos y estudiosos.
Todo se complica por la desgraciada manera en que se comportan los energúmenos representantes de la clase dominante cuando acceden a gobernarnos, destruyendo a su paso todos los avances en la materia, haciendo añicos las experiencias y la acumulación de sabiduría que demanda décadas en lograrse. Es así como cada vez se debe empezar casi desde cero para poner el marcha el auténtico motor del desarrollo independiente que, en la actualidad, significa poseer capacidad científica y tecnológica propia.
El desafío no involucra solo aportes financieros, ayudas económicas a universidades o a los organismos de investigación públicos. También genera la consideración de las personas involucradas en estos procesos reproductivos de saberes imprescindibles para nuestra soberanía, como seres humanos que necesitan ser sostenidos material y espiritualmente, comprendiendo la íntegridad del sistema científico y tecnológico, donde priman disputas con poderosos actores internacionales que intentan frenar las alternativas que se pretendan generar desde nuestros menospreciados países.
La independencia económica, la soberanía política y, sobre todo, la justicia social, son banderas que no pueden sostenerse en lo alto de nuestras pretensiones de desarrollo sin la participación de la ciencia y la tecnología nacionales. Son los cimientos de esa nueva Patria que se busca elevar desde el subsuelo al que se la intentó tantas veces hundir. Y es la esperanza de sentir que sople al fin ese aire renovado del orgullo de ser quienes somos, por voluntad y esfuerzo de nuestro Pueblo empoderado, con las manos y el intelecto unidos para hacer realidad la felicidad que nos merecemos.

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