Imgen de "La Izquierda Diario" |
Por
Roberto Marra
Una
definición de la ciencia es la que dice que se trata de un “conjunto
de conocimientos objetivos y verificables, obtenidos mediante la
observación, la experimentación y la explicación de sus principios
y causas, formulando y verificando hipótesis mediante metodologías
adecuadas y la sistematización de los conocimientos”. Esta
explicación de su significado general, ya nos da una idea acerca de
lo mucho que se requiere para hacer ciencia. Nos encamina hacia lo
que hay detrás de los hechos científicos, de la estructura
imprescindible que necesitan sus actores para concretar sus
investigaciones con visos de obtener resultados útiles para la
sociedad en las más diversas materias.
Una
vez formados en las universidades, necesitarán de ámbitos donde
desarrollar todas sus idoneidades y sus experimentaciones concretas.
Recintos que no son simples edificios con mesas y sillas, sino
específicos espacios de las más diversas características, con
elementos tecnológicos que serán las herramientas para elaborar sus
hipótesis y llevar a cabo sus experimentos hasta obtener los
ansiados resultados finales.
Además
de todo eso, la ciencia demanda metas. No se la genera solo para
satisfacer los egos de sus protagonistas o lograr la obtención de
algún premio a nivel mundial, como si se tratara de campeonatos
deportivos. Y las metas, si se trata de una Nación que pretenda ser
considerada como tal, las debe fijar la sociedad a través de las
administraciones gubernamentales que la representan. Es decir, el
Estado.
Claro
que para eso, primero debe haber una intención real de hacer ciencia
como método para elevar la calidad de vida de la población e
impulsar a la Nación hacia estadíos superiores, en su estructura
económica en general y productiva en particular. Un estado
atravesado solo por los intereses mezquinos de minorías poderosas y
profundamente ignorantes del significado del uso de la ciencia para
posibilitar un crecimiento material superior, devengará en un
destino miserable para sus habitantes y, lo que es peor, en la
sumisión absoluta a los dueños del conocimiento a nivel mundial.
La
ciencia demanda tecnología y también la crea. Eso implica
desarrollo productivo, empresarial, laboral y elevación de las tasas
de ganancias de todos los sectores involucrados. Posibilita la
competencia con países desarrollados, la penetración en “sus”
mercados monopolizados y la generación de nuevas formas de
relacionamientos regionales, que impulsen la complementariedad y
potencie mejoras estructurales en cada uno de esos países hermanos.
Para
lograrlo, además de un Estado comprometido, de presupuestos reales
crecientes y orientados hacia desarrollos que permitan concretar esos
objetivos, se necesita de un Pueblo convencido y dispuesto a
solventar su futuro invirtiendo en conocimiento, el más preciado
tesoro, el más resguardado por los mandamases planetarios, velado
siempre para nuestros intereses, método infalible que aseguró,
hasta ahora, su dominación.
Ha
llegado la hora de la ciencia. Pero de la nacional. Pensada como
compañía inexorable para cambiar la vida de los postergados de
siempre, para arrasar con la pobreza, para convertir a la soberanía
en algo más que letra muerta, mucho más que una buena intención de
seguro destino fracasado. Llegó el momento de frenar el escarnio a
sus protagonistas, la burla hacia sus esfuerzos y el desprecio de sus
trabajos, por los brutos de un Poder encadenado a su añorado pasado
de vacas y esclavos, trinchera repugnante de acumulaciones de
riquezas vergonzantes.
Es
tiempo de variar el rumbo para trocar sus objetivos miserables por el
orgullo de una auténtica independencia, tantas veces frenada por
esos mismos engreídos de dominios imperecederos y sus socios
imperiales. Y será también con ciencia que se los derrotará. Y con
conciencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario