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Todos
sabemos que para modificar una situación social, económica o
política es imprescindible construir poder. Porque esa situación es
el resultado de la acción de otro poder, que ha sabido guiar a la
sociedad hacia el destino que pretendía, a través de estrategias y
tácticas que provocaron adhesiones masivas a los postulados que
sirvieron para establecer un estado de cosas favorable a los
intereses del sector social dominante.
A
partir de allí, con base en ese concepto probado por la historia,
podremos analizar las razones de cada hecho y cada propuesta que
provenga de quien detente el poder. Esto, en medio del avance
vertiginoso de la capacidad de transmisión mediatizada de sentidos a
través de la comunicación social, lo cual se ha manifestado como
esencial para lograr el “éxito” que tan claramente han tenido
sobre las mayorías para implantar conceptos, ideas, orientaciones,
fijadas como verdades absolutas en el imaginario popular.
La
distracción es una de esas maniobras elementales para el logro de
sus objetivos dominantes. Como en cualquier acción colectiva, ese
despiste de la realidad termina por desviar la atención de quienes
tienen intereses antagónicos con los postuladores de las falsas
necesidades perentorias, que se publicitan hasta el hartazgo por los
medios previamente cooptados para provocar esos efectos de pasatiempo
permanente.
Es
un “juego” que se lleva adelante con las reglas que imponen los
que tienen el poder real, por lo cual será muy difícil salvar esa
distracción, dejarla de lado, no querer opinar sobre lo que nos
imponen como lo importante del momento. Sin embargo es
imprescindible, para quienes pretendan cambiar la historia, ser
capaces de construir una agenda de pensamiento y acción que salte
por sobre los espectáculos distractivos de los poderosos ganadores
de siempre.
El
como hacerlo es la cuestión. Como deconstruir esos sentidos
establecidos como únicos e irreversibles, cuando el arte de la
dominación mediática ha sido tan desarrollada por el Poder, ya
constituyéndose en parte del mismo. Esta lucha entre el David
popular y el Goliat oligárquico solo puede tener el mismo final
venturoso de aquella epopeya mitológica si somos capaces de
descubrir las debilidades del enemigo y las fortalezas propias, para
exacerbarlas hasta destruir las maniobras que nos traten de imponer
esas mentiras con sus adornos de verdades sin sustento.
El
espanto a un presente que solo es la base de la estructura de lo
porvenir, tan perverso en sus acciones para ganarse la confianza
popular como en el final al que nos conduce, nos obliga a dejar de
lado el hechizo de tanta parafernalia mediatizada a propósito de
temas que, aun siendo (en algunos casos) prioritarios, deberán
relegarse hasta que sea el Pueblo empoderado quien decida, por fin,
ya sin las distracciones ni los embelesos de los asesinos de la
verdad.
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