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Venezuela
se ha convertido en la vara con la que se mide el grado de
democracia, la calidad institucional, los respetos a los derechos
humanos, los índices inflacionarios y, en general, cualquier tipo de
acción política, económica o judicial. Todos recurren a nombrarla
cuando quieren explicar lo que no se debe ser o a lo que no se debe
llegar como Nación o Sociedad. Y no es que lo hagan solo los
enemigos ideológicos del gobierno chavista, sino incluso quienes se
muestran como pertenecientes a eso que solemos denominar el “campo
nacional y popular”.
Así,
vemos a figuras prominentes y reconocidas de la política, la
economía y la justicia, pronunciando discursos o tratando de
defenderse de los viles ataques de los integrantes del gobierno
argentino o sus adláteres mediaticos, advirtiendo que “no estamos
en Venezuela”, o preguntándose, con ironía y desdén: “¿qué
somos, Venezuela?”. El propio miembro de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, Raúl Zaffaroni, ha hecho uso de esa muletilla de
la derecha reaccionaria para defenderse de las ofensivas diatribas
que le han lanzado desde el gobierno argentino.
La
instalación de un imaginario de País destruído, inviable,
desquiciado economicamente, avasallado por un gobierno sublevado ante
los “valores” de la “democracia” (a la norteamericana o
europea), le resulta imprescindible a sus enemigos para presentarla
ante el Mundo como ejemplo de lo que no se debe hacer, de lo
prohibido en materia de ejercicio soberano, de los límites impuestos
para la independencia que nunca admiten en otros países.
Claro
que no se quedan en palabras. Sus acciones ofensivas se hacen
realidad en lo económico y financiero, sometiendo a la población
venezolana, como hicieron antes con la cubana, a bloqueos y ataques
en esos ámbitos tan sensibles para una Nación, tratando de ahogarla
para que el pueblo reaccione contra su gobierno. Mientras tanto, los
truhanes de la supuesta “prensa independiente” se asegurarán que
nos lleguen las noticias tamizadas por el amo imperial, conformando
ese imaginario despreciativo de lo que sucede en aquella Nación
hermana.
Como
hicieron en cada País de Nuestra América que ha pretendido un
desarrollo alternativo, libre de las decisiones imperiales, utilizan
el recurrente latiguillo de la “corrupción” de los funcionarios
de esos gobiernos populares para destruir las bases de adhesión de
los pueblos a las políticas inclusivas que tantos avances lograron
en sus calidades de vida.
Venezuela
es el paradigma de esas agresiones, ya despojadas de todo prurito de
respeto institucional, con invitaciones a invasiones externas y
sublevaciones militares internas, sustentadas por las corporaciones
internacionales y la sucia clase oligárquica local, que fue capaz,
cuando estuvo en el gobierno, de asesinar a miles de venezolanos en
nombre de la “libertad” y la “paz” (de los cementerios,
claro).
Ahora,
aquí y en todo el Mundo, siguen los idiotas útiles, marionetas
ridículas y vocingleras de lo que no conocen pero gritan a los
cuatro vientos, con sus frases de desprecio al honor del Pueblo de
Bolívar, a quienes pretenden infundir terrores y odios que aquí
hace rato que tuvieron éxito, destruyendo una experiencia popular
con el eco de las mismas mentiras.
Los
hombres y las mujeres de bien, los auténticos defensores de la vida
y la dignidad, deberán redoblar sus esfuerzos para comprender,
primero, y sostener, después, a este proyecto que supera las
fronteras físicas de Venezuela, que conmueve los cimientos del Poder
y objetiva las necesidades nunca satisfechas de los pueblos de todo
el Planeta. Será una acción en defensa propia, para encender las
esperanzas en los sueños compartidos de doscientos años de una
América que deberá ser, por fin, para los americanos. Pero solo
para los del Sur.
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