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Hay
una paradoja que se da en la Argentina de estos tiempos, y es que una
persona de insignificancia intelectual y moral reprobable le de
nombre a la época. Da cierta vergüenza pensar que en el futuro se
estudiará esta historia que estamos transitando denominándola “la
época de Macri”. Si hasta llamar “macrismo” a las
manifestaciones ideológicas y conjunto de acciones que se están
produciendo con la conducción (esto es una manera de decir) del
heredero más politiquero de la Famiglia de Don Franco, parece
exagerado.
Pero
así es la historia, donde algunas personas suelen dar nombre a sus
tiempos, aun cuando sus acciones no resulten ejemplares para la
conformación de una cultura identitaria de una sociedad digna. Y
también generan las denominaciones que a sus seguidores se les dé.
Los “macristas” existen, a pesar de no tener la clásica actitud
de una militancia clásica, donde prevalecen, en general, valores
trascendentes para la sociedad y su porvenir.
Para
estos seguidores del rey de los slogans, se trata solo de escuchar
los estudiados (por otros, claro) breves discursos, repletos de
certezas absolutas, marketineras, meritocráticas e individualistas,
siempre adornados con la palabra mágica: “juntos”.
Mediante
el uso de esa sola palabra, las promesas incumplidas son tomadas como
éxitos, los números falsos de la economía se prefieren a los
reales, las mayorías populares son convertidas en antidemocráticas,
los empleados estatales en inoperantes y vagos, la industria en
superflua, el desarrollo científico en inútil y quienes se atrevan
a rebelarse con las injusticias sociales, en terroristas.
Y
está el estigma, la marca lapidante de “corruptos”, hacia
cualquiera que haya participado o se identifique con el bastardeado
gobierno peronista que le antecedió. Al dedo acusatorio de los
poderosos encaramados en el aparato del Estado, se le suma los de los
emporcados miembros del poder judicial y una parte enorme de la
sociedad, ciega de odio irrazonable y hasta feroz contra personas que
les brindaron, por lo menos, la posibilidad de vivir mucho mejor que
antes.
Los
actores de estos tiempos “macristas” son, basicamente, enemigos
de la realidad. Huyen despavoridos de las verdades que explotan
frente a ellos, refugiándose en la cloaca mediática que sustentó y
mantiene la figura de este casi iletrado gobernante y sus políticas
destructoras. Empujan hacia arriba la piedra enorme de la decadencia,
prefiriendo ser aplastados antes que rendirse ante la evidencia de lo
inevitable del retroceso que les espera.
La
semilla del odio ha sido el mágico alimento a estas imposturas. Una
semilla que no paga “retenciones” de ideales que nos de la
oportunidad de la recuperación. Es el gérmen de un futuro que da
miedo de solo pensarlo, sino aparece a tiempo el antídoto unitario a
la enfermedad individualista de ésta mortal “época macrista”.
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