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Hay
expresiones de dirigentes gremiales y políticos que uno no sabe si
se hacen por inocencia o por ignorancia. Aunque, a estas alturas de
los sucesos, parece claro que en esos ámbitos nadie es inocente y la
ignorancia no puede llegar a tanta, que no se puede reconocer la
realidad demostrada por lo contundente de una historia que se ha
repetido siempre que un gobierno conservador, neoliberal, ha puesto
sus pies en la Rosada.
Es
el caso de frases como: “le pedimos al presidente que se ponga una
mano en el corazón”, o aquella otra que dice: “el presidente
deberá cambiar de rumbo”. Por fuera del chiste que surge inmediato
sobre la carencia de corazón del susodicho, está la certeza
absoluta que este tipo de gobiernos jamás hacen otra cosa que la que
están haciendo. Esa es su misión, esa es la forma única que
reconocen como válida, porque sus objetivos no tienen nada que ver
con ningún valor supremo, ni con la ética o la moral.
Entonces,
sabido de antemano por todos los que medianamente conocen nuestro
pasado (y lo han vivido), amén de sus pretensiones de liderazgos,
resulta ofensivo para la inteligencia popular semejantes sandeces de
supuestas esperanzas de cambios que saben imposibles. Por lo cual
cabe preguntarse por la sinceridad de quien las dice, más de quien
es objeto del ruego vano.
Hay
una actitud temerosa hacia los dueños de un Poder que avasalla y
solo transfiere dolores y desdichas a la población, por parte de
estos supuestos “líderes”. Se muestran demasiado “cautelosos”
para pronunciar las críticas que surgen como obvias por los daños
que se están produciendo a la estructura productiva, a las
posibilidades de desarrollos soberanos, a los derechos básicos de
los ciudadanos, también alcanzados por esa ola estupidizante de
rogar más que de exigir.
Todo
se da gracias a la labor fundamental de los medios y sus figurones.
Han construído éstos, un imaginario donde no se admite oponerse con
dureza al destino miserable al que no está acarreando estos ladrones
disfrazados de funcionarios. Solo se permiten suaves frases como las
mencionadas, edulcoradas y en voz baja, para que el tirifilo de
prosapia mafiosa no se sienta ofendido, solo “regañado”, como un
niño que ha hecho una travesura.
Estamos
prisioneros de una jaula mediática que no permite expresarse a todos
por igual. Los programas de televisión solo llevan a dirigentes
oficialistas u opositores con escasas o nulas posibilidades de
acceder alguna vez a instancias importantes de gobierno. La negación
a una parte importante de la población del derecho a su identidad
ideológica, se manifiesta crudamente en las pantallas a las que no
acceden sus representantes, salvo excepciones que solo confirman la
regla.
La
libertad solo es una entelequia aplastada por toneladas de mentiras.
La falsedad de los ubicuos “dirigentes” que transitan sus
cobardías por los medios, contribuye al desarme del deseo popular de
modificar la realidad. Y mientras algunos ex-funcionarios pasan sus
días en los tribunales o en las cárceles, sentenciados de antemano
por la otra pata de la opresión, la distracción llega a tal nivel,
que jubilados y trabajadores hacen colas para pagar las inmensas
tarifas, mientras vociferan: “había que cambiar, ya no se daba
más”...
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