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No
es solo un trozo de tela tirado al viento. No se trata de un par de
colores que solo vivamos cuando gana la selección. No supone ser el
envoltorio de falsos patrioterismos y fondo de discursos sin
sustento. No puede ser el elogio ensangrentado de milicos desbocados
arrasando con juventudes rebeldes. No debiera constituirse en el
vestido degradado de una justicia que no ve nunca al Pueblo al que
debe servir. No puede ser la falsa alabanza de quienes cada día la
manchan con mentiras y traiciones. No merece el asalto a los valores
de su creador, ni pisotear el honor de tantos que murieron para que
naciera.
Denostada
y maltratada desde su mismo orígen por personajes oscuros de nuestra
historia, que supieron quitarle el contenido libertario, terminó
siendo enarbolada por los ganadores de esa disputa eterna que nació
con la Primera Junta. Se trata, para ellos, solo de un trozo de tela,
al que le cambiaron convenientemente su significado, purgando su
historia para intentar convertirla en un símbolo sin sustento.
Sin
embargo, ella se eleva cada día, buscando el cielo que nos enseñaron
que fue su origen. Las miradas distraídas de los pibes, sin
conciencia todavía del enorme significado de ese simple paño
bicolor, regresarán allí en el futuro cuando recuerden la emoción
que no sintieron, la historia que no les contaron bien, cuando
entiendan los dolores y las muertes que le dieron origen a ese
símbolo venido a menos en la consideración de tantos necios
recolonizados.
Es
la silenciosa compañía del alma popular, que resguarda nuestras
conciencias hasta el día que asumamos ser como su creador. Es la
huella profunda de doscientos años de un parto que no terminó
todavía. Es la sangre de nuestros antepasados, combatiendo con
dignidad por ideales que ella representa. Es el valor que envolvió a
las Madres y Abuelas luchadoras por la verdad y la justicia. Es la
fecundidad del trabajo diario de millones de trabajadores explotados.
Es la marca que señala el camino de la unidad bajo su manto. Es el
mismo Sol que está dentro de ella, fuego sagrado que no se apagará
mientras haya argentinos con memoria. Es la mirada celestial de un
Belgrano al que aún le debemos la gloria de la victoria final y la
liberación de la Patria.
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