Imagen Los frikis al poder... |
Hubo un
tiempo, a finales de la época de la República Romana, durante el cual el Senado
estuvo dominado por los denominados “Boni” (un término que significa
"hombres buenos" en latín), y que fue activamente utilizado por los
líderes de ese período histórico. Esos especiales miembros del Senado Romano,
nunca aprobaban nada que pudiera ir en contra de los intereses de los poderosos
de la época, o a favor de la Plebe.
Parece que
esos tiempos han vuelto, instalándose en nuestro País, más precisamente entre
diputados y senadores nacionales, donde una parte de ellos se ha convertido en modernos
“Bonis”, siempre prestos a colaborar con el ejecutivo nacional en cuanto
proyecto presente ante las respectivas Cámaras. Atentos ante cada solicitud
presidencial, olvidando sus orígenes políticos y sus cacareos pre-electorales, apuran
aprobaciones de leyes que, invariablemente, perjudican a las mayorías y
benefician a los eternos dueños del Poder.
Los
disfraces que se ponen para poder hacer lo que no podrían, de acuerdo a los
principios que manifestaban antes con evidente falsedad, son los del “republicanismo”,
eufemística manera de conversión maléfica al Dios Mercado, hoy apropiado del
Gobierno. La defensa de la “institucionalidad” o la “gobernabilidad”, es otro
caballito de batalla mediático, al que con compungidas expresiones acuden cada
vez que se les demanda explicaciones por sus tan innegables deslealtades
ideológicas.
Pertenecer a
los actuales “Bonis” parece ser contagioso. Peor que el HIV, este peligroso virus
se expande cada vez más, dejando solo un pequeño grupo de legisladores como los
últimos defensores de sus originarias posturas filosóficas, libres de tal
enfermedad de la conciencia. Es tan degradante este proceso viral, que el honor
y la moral dejan de existir de inmediato, y la indignidad y deshonestidad se potencian.
El tiempo,
ese insaciable devorador de mentiras, terminará, algún día, por poner luz ante
los ojos obnubilados de los perjudicados por tantas deserciones morales
provocadas por el virus de la deslealtad. Estará, entonces, en manos del propio
Pueblo descubrir la vacuna definitiva contra esta letal toxina de la
democracia. A menos que el suicidio colectivo,
sea el destino elegido.
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