viernes, 18 de noviembre de 2016

EL LÍMITE DEL BLANQUEO

Imagen El Litoral
Por Roberto Marra

Hace muchos años, cuando se decía “hay que blanquear”, se sabía que era la práctica manera de expresar la necesidad de pintar las paredes con cal, para higienizar las modestas viviendas. Era una tarea que se hacía en familia, preparando con anticipación en un gran tambor de lata, el apagado de la cal viva, única pintura que se conocía entre los pobres.
Pero los tiempos cambiaron, y la expresión tiene, hoy en día, un significado absolutamente distinto. No se trata de sanear, sino de ocultar. No es sobre humildes casas que se efectúan estas acciones. No son sencillas familias de trabajadores que se reúnen para concretarlo.
Se trata, en realidad, de sucias maniobras financieras, que tiene por objetivo elevar todavía más el nivel de saqueo de los poderosos millonarios sobre la población empobrecida. Se trata de esconder, tras las mentiras bancarizadas, las verdaderas ganancias que logran con sus artimañas protegidas por abogados inescrupulosos y, lo que es peor, por leyes que los mismos “blanqueadores” promueven.  
Las manipulaciones y pases de dinero a las guaridas fiscales por parte de estos “patriotas”, lo hacen con la  complicidad de muchos “levantamanos” que siempre terminan por ocupar bancas en el Congreso, con la función específica encargada por quienes impulsaron sus candidaturas y solventaron sus falsas campañas. Empeñados en proteger a sus mandantes financieros, olvidan muy pronto sus discursos de barricadas de papel, para abocarse a proteger las fortunas de los que nunca extinguen sus pretensiones de poder absoluto.
Es el mismo Congreso que alarga los tratamientos de leyes que pudieran apaciguar la pauperización de tantos compatriotas, con discusiones vanas y carentes de sentido real, solo interesados en demostrar la inexistencia del escenario que los rodea. Y el Poder Ejecutivo, que más parece una Junta Directiva de alguna sociedad anónima, por la cantidad de gerentes que lo conforma, está siempre atento a vetar cualquier atisbo de auxilio a los indefensos ciudadanos, en caso que sus tentadoras extorsiones no prosperen.
Tensan una cuerda de la que desconocen su capacidad de aguante. Porque los pueblos pacientes soportan, pero no resignan sus derechos. Y los latrocinios tiene límites, que solo fijan los estafados.

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