jueves, 24 de noviembre de 2016

EL ENCUESTADOR FARSANTE

Imagen de Sin pelos en la lengua
Por Roberto Marra

Fíjense en la sonrisa burlona. Pongan atención a las frases con las que trata de demostrar la idiotez de sus interlocutores. Observen los términos denigrantes hacia quienes opinan diferente a él. Tendremos así una clara muestra de las características de los pretendidos intelectuales del poder, cuyas “sabidurías” solo pueden sostenerse con la negación embustera de lo que se ve y se siente.
Contratado por el gobierno, uno de esos reconocidos y encumbrados farsantes, dedicado a las encuestas económicas, elabora truculentas versiones de la realidad pasada, para justificar la generada por sus patrones actuales. Sus números contradicen lo que todos percibimos, pero eso no importa, porque su misión ya está cumplida: sembrar rechazo hacia personas o políticas que no le permitirían a sus mandantes continuar con sus saqueos.

Este encuestador farsante y sus mágicos números, siempre logra, a través de sus retorcidos análisis, elucubrar relaciones de causa y efecto que demuestran las responsabilidades y culpas de las gestiones económicas anteriores, y las virtuosas soluciones elaboradas por la actual.

Acompañando semejantes vilezas, hay un periodista (más bien un “opinador”) que, con la arrogancia de su pretendida superioridad intelectual, vapulea a los ya insultados por el encuestador embustero, superponiendo su voz, convenientemente ecualizada, a las de los invitados a estos paneles de la vergüenza periodística.

No se da esto, como cabría suponerse, en algún medio propio de los dueños del Poder. Sucede en uno de los que, en absoluta minoría, pretende mostrarse como alternativa ante la hegemonía de aquellos. Alternativa que, en realidad, la es para mostrar otra manera de envilecer la realidad, con la imprescindible intermediación de un tercero, que demuestre la supuesta imparcialidad de los entrevistadores.

Fuera de toda casualidad, la última palabra siempre la tiene el farsante de los números. Esa última palabra que asegure su repercusión en las absortas mentes de los televidentes que, abrumados por tantas negaciones de lo real, termina por aceptar, mansamente, la virtualidad de tanta mentira organizada.

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