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En
1930 se unieron algunos sectores y voltearon a Irigoyen. En 1945 se
unieron casi los mismos, ampliados con la intervención directa del
imperio, pero esa vez no pudieron impedir el “populismo”
naciente. Sin embargo, en 1955 sí pudieron los mismos “unionistas”
de antes. En 1976, se repitió la mortal unión para empujar a la
Nación al peor de los abismos que se recuerde. La argamasa de esas
uniones estuvo siempre impregnada de un ingrediente insoslayable para
los sectores sociales del privilegio y sus lacayos desclasados: el
odio.Enfrente
tuvieron siempre a decenas de pedacitos de un todo, perdidos en
vanidades y falsas hegemonías, generadas por los mismos integrantes
de cada uno de los sectores, pero alimentadas convenientemente por la
maquinaria del Poder, que empuja a los idiotas útiles a repetir la
danza interminable de tropiezos con la misma piedra del encono sin
memoria.
Cansa
escuchar a los diferentes representantes de sectores de similares
objetivos políticos, manifestar primero las diferencias con sus
colegas de las otras fuerzas, mientras al mismo tiempo hablan de
unidad. Rebela ver a los archiconvocados por los medios para destruir
la imagen de la importante líder del pasado reciente, explicando las
decenas de equivocaciones de ese gobierno del que participaron, antes
de decir que, a pesar de eso (y de ella), “tenemos que lograr la
unidad”.
Ahora
hay varios intentos por lograrla, pero siempre con la nube de la
sospecha amenazando con la lluvia de portazos al futuro
imprescindible para terminar con la bestialidad antisocial de los
actuales ocupantes del gobierno. No faltan nunca las advertencias
sobre la presencia o no de la ex-Presidenta, como si fuera un estigma
que les quema las manos que deben levantar para aprobar el nacimiento
de la nueva unidad que siguen dudando.
En
realidad, todo se origina en la costumbre de unir por arriba, entre
integrantes de las cúpulas dirigenciales, con mínima intervención
real de los destinatarios finales de esa necesidad urgente para
impedir la muerte social que se está generando. No se trata ya solo
de la indolencia de los dirigentes, sino de la costumbre que acarrean
los individuos integrantes de los sectores que desean las
coincidencias, pero que no ejercen en forma directa la decisión de
construirla a partir de ellos mismos.
Las
personas, los militantes, no se atreven a tomar en sus manos la
organización de la unidad. Antes pretenden que “otros” lo hagan
por ellos. Entonces lo hacen los mismos de siempre, algunos con
buenas intenciones y otros... no tanto. Y reaparecen las disputas
miserables por espacios de un poder que no se tiene, porque todavía
no se construyó. Y se reproducen recetas fracasadas de
amontonamientos sin bases programáticas que los sustenten.
La
apatía popular es aprovechada por el Poder Real, introduciendo
cizañas entre quienes piensan lo mismo pero no lo admiten,
influenciados por las mediáticas expresiones de los “topos” que
se venden como salvadores de los pueblos, al tiempo que dañan las
estructuras complejas del edificio unitario en ciernes.
El
periodismo berreta colabora incesantemente con la destrucción de la
idea, con discursos falaces sobre la necesidad de unidades que no
promueven, generando discusiones vanas en programas destinados a
mantener los enconos en alto y los odios bien presentes. Son el pasto
que se les tira al ganado ignorante en que se ha convertido el grueso
de la población, aplastada por la pobreza y sus consecuencias
inhibitorias de la razón.
La
necesidad, la voluntad y la urgencia está allí, en la consciencia
de los más esclarecidos y en el corazón de los que sienten la
solidaridad como el método más apto para construir el complejo
andamiaje que provea las bases del edificio de lo unitario de verdad.
Falta que la decisión de los honestos gane la partida ante los
olvidadizos de la historia, que con sangre y dolor parió una Patria
que arrasaron tantas veces como el Pueblo levantó sus cabezas. Es
hora de alzarlas de nuevo, todas a un tiempo, apartando las piedras
de los viejos y repetidos tropiezos. Y dejando las miserias y los
odios, solo para los traidores y los indiferentes.
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