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Cuando
se habla de censura, enseguida imaginamos a grupos de poder tratando
de impedir que alguien se exprese libremente por algún medio de
comunicación o a través de una manifestación artística
cualquiera. Los ejemplos históricos y actuales son tantos que seria
redundante mencionarlos. Todos conocen alguno y de las más diversas
características.
Una
de las formas de manifestarse de estos procesos negadores de la
palabra, es por medio del factor económico. Tan sencillo y tan viejo
como la historia de las sociedades, quien tiene mayor capacidad
económica termina definiendo las libertades del resto, en cualquier
ámbito. También en lo mediático.
Así,
es casi “natural” encontrarse con programas radiales o
televisivos de supuestos e inexplicables “éxitos”, como no sea
mediante la inyección de enormes cantidades de dineros
publicitarios, que aseguran una continuidad en el aire y un
convencimiento mayoritario de bondades artísticas o periodísticas
que brillan por su ausencia.
La
instalación de ese tipo de programas como exitosos, se convierte en
el “tapón” necesario para brindar tiempos de aire a otras
manifestaciones periodísticas de valía real, pero de orientaciones
ideológicas contrarias a las que necesita el Poder para seguir
idiotizando ignorantes.
A
veces ni de eso se trata, tan solo de simples miserables
conveniencias de gerentes de programación de poco desarrollo
intelectual, acostumbrados a mantenerse en sus cargos con la mirada
empobrecida y conservadora de quien no busca generar otra cosa, más
que ganancias fáciles.
El
compromiso con la verdad, con la búsqueda de la calidad y el
crecimiento intelectual de los receptores, va quedando de lado,
olvidado en algún rincón de los ideales que, tal vez en otros
tiempos iniciáticos, sostuvieron quienes ahora ejercen el deleznable
poder de impedir la rotura de la monotonía, convertidos en paredes
inexpugnables para quienes pretenden ejercer con dignidad ese hermoso
oficio de comunicar.
Pagar
para poder hablar, esa es la consigna que se maneja como única llave
para acceder a los medios. Y, no por casualidad, quienes tienen algo
trascendente para decir, quienes manifiestan capacidad y traslucen
calidad para comunicar de forma distinta, son quienes menos
posibilidades tienen de obtener los medios publicitarios que
sostengan a sus programas en el aire.
Las
empresas tienden a seguir la corriente (salvo mínimas excepciones),
negando apoyo a los capaces y sosteniendo la brutalidad al aire, a
veces con fortunas pagadas a los esperpentos que ofician de
periodistas o animadores, convertidos en “estrellitas”, vacías
de luces en sus intelectos, pero repletos de prebendarias formas de
relaciones con los poderosos de turno.
Lo
peor es que desde el ámbito del poder político, también se obra a
favor del mismo sistema e iguales personajes mediáticos. Incluso
quienes se manifiestan herederos de la ideología de mayor inserción
popular, terminan apoyando a sus enemigos, pagando sumas siderales
para participar de alguna entrevista en esos programas falsamente
famosos, pero negándoles ayudas económicas mínimas a aquellos que
han convertido su actividad comunicacional en un compromiso real por
la verdad y la justicia, las mismas supuestas bases de quienes los
ignoran a la hora de su sostenimiento financiero.
La
ayuda negada a los verdaderos cultores de las expresiones
comunicadoras libertarias y renovadoras, por parte de los
representantes del Pueblo encaramados en sus cargos gracias a la
lucha diaria de miles de ignorados militantes, no es otra cosa que la
definición misma de la degradación a la que ha sido conducida esta
sociedad mal mediatizada, donde solo quienes nada tienen para decir,
son quienes pueden hablar.
Mientras
tanto, aquellos a quienes les brotan las verdades populares a
borbotones, son ignorados y alejados de los micrófonos y las
cámaras, paradójicamente por los que se llenan la boca de las
palabras independencia, soberanía y justicia social. Aferrados a sus
ambiciosas pretensiones de liderazgos forzados, parecen no ver ni
escuchar los ataques permanentes que les propinan los falsos
comunicadores a quienes ellos mismos alimentan con sus palabras y sus
bolsillos, tal vez creyéndose parte de ese sucio sistema mediático,
cuyo único objetivo es impedir la cacareada e inexistente libertad
de expresión.
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