jueves, 15 de marzo de 2018

DEMOCRACIA, HIPOCRESÍAS Y MIEDOS

Imagen de "Sputnik Mundo"
Por Roberto Marra
 
La hipocresía suele ser un refugio casi natural en el ámbito de lo político, por estos tiempos. El temor a no poder ganarse la confianza de los ciudadanos suele empujar a quienes pretenden gobernar, a decir y hacer lo que no sienten ni piensan. Resulta paradójico escuchar las descripciones de una realidad de tremendas consecuencias para la mayoría de la población, para después terminar diciendo que no se debe empujar la salida anticipada del gobierno que comete semejantes tropelías antisociales.Todos sabemos que el tiempo es inmodificable, que el paso del mismo es inexorable. Sin embargo, parece que esto es olvidado por quienes actúan en nombre de millones de habitantes que les confiaron sus destinos en función de las propuestas manifestadas antes de transformarse en sus representantes.
A pesar de haber sido elegidos para ejercer el control de quienes ahora tienen el poder del gobierno y encima, hoy día, ser parte del Poder Real o sus directos gerentes, se escuchan de parte de los opositores frases que denotan temores. Temores que se derivan de la construcción de un imaginario mediático que prepara a los ciudadanos para no aceptar la necesidad de cambiar lo que está mal, sino solo a soportar, con estoicismo digno de objetivos superiores, los resultados de las vejaciones a las que son sometidos.
La cultura así erigida como única e inamovible, especie de cubierta dulce de una realidad más que amarga, repleta de oraciones preparadas por los equipos de profesionales de la mentira organizada, logra ejercer tal influencia en la población, que termina atemorizando a los que saben de que se trata, pero también de las limitaciones que provocan en la sociedad para aceptar sus propuestas antagónicas al perverso proyecto en desarrollo.
Este sistema que domina el Mundo ha logrado penetrarnos la idea de una “democracia” que, en realidad, es una parodia de su definición y sus orígenes, manto de justificación para ejercer el dominio sin oposición real ni posibilidades de cambiar las bases estructurales del mismo. Es con ese trasfondo que aparece la permanente y repetida frase de “hay que esperar que finalice el mandato”.
Mientras esperamos la finalización de esos mandatos, estos señores de dineros refugiados muy lejos y estancias de papá (o mamá), violan todos los derechos construídos con el sudor y la muerte de miles de olvidados ciudadanos anónimos. Nos horrorizamos ante la imagen de un pibe desnutrido, de una familia abandonada o de una madre que busca desesperada alimentos para sus hijos, pero no aceptamos que se tenga que terminar, ya, con el dominio de quienes son los responsables de semejantes atrocidades sociales.
Hay que esperar que podamos votar nuevamente, dicen, momento en el cual los depredadores actuales se valerán de todos sus poderes financieros y mediatícos para regresar al punto de partida de la fábrica de indigentes en que han convertido a la Nación, siempre que han gobernado. Y también cuando no lo hacen, que para eso tienen el otro Poder, el permanente, el invariable, el histórico, el que no querrán soltar jamás.
Creer que la democracia es solo votar cada determinado período de tiempo, para despues esperar a ver que hacen los electos, es no ver más allá de nuestras narices. Es confiar en los viejos y deleznables espejitos de colores del engaño original de nuestros pueblos sometidos. Es aceptar, con oprobiosa naturalidad, la muerte del desnutrido, el despido del obrero, la búsqueda de alimento en la basura por las madres desesperadas, la desaparición de las industrias o la pérdida de la soberanía.
Claro que es un deber de las personas de bien evitar los atroces tormentos a los que se someten a millones de inermes habitantes con la estúpida disculpa de sostener un falso sistema de poderes sin Pueblo. Por supuesto que no es antidemocrático luchar para evitar la desaparición de las conquistas populares. Es, antes que nada, la necesaria rebelión, siempre pacífica, que la sociedad deberá saber conducir hacia un destino donde se logre transformar la realidad miserable de hoy, en virtuosa esperanza de un porvenir construído por todo el Pueblo, rompiendo para siempre la estructura de poder del peor de sus enemigos: el miedo.

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