lunes, 12 de marzo de 2018

EL CREDO INDIGNO

Imagen de "Soft"
Por Roberto Marra

Muchas personas que concurren regularmente a los templos religiosos, escuchan arrodillados ante su Dios, las palabras que transmiten los pastores, en general referidas a resaltar las virtudes que un hombre y una mujer deben tener ante la sociedad para ser consideradas dignos partícipes de ese credo. Salen de los oficios, aparentemente renovados, impregnados de santidades y predispuestos a dar lo mejor de cada uno para construir un Mundo mejor.
Pero, como si traspasaran de pronto una invisible pared contenedora de sus almas buenas, se transforman, de inmediato, en lo opuesto a lo que su Dios les exigió hace instantes. Pasan ante los mendigos con expresiones de asco o molestia, renuevan sus manifestaciones de desprecio por los diferentes, se espantan por los juegos amorosos libres de los adolescentes, exacerban sus diferencias sociales frente a los empobrecidos y odian con empeño digno de mejores tareas a quienes no sienten sus mismos dogmas.
No se quedan solo con esas actitudes. Sus contradictorios pensamientos se transforman en acciones concretas, trasladando sus furiosas expresiones inhumanas al ámbito de la vida cotidiana, de sus relaciones sociales y económicas y de sus manifestaciones políticas. Allí encuentran el apoyo incondicional de los oportunistas disfrazados de líderes, diciendo lo que quieren escuchar, ofreciendo lo que saben imposible y sosteniendo banderas deshonrosas de la condición humana.
A partir de entonces, solo queda ver el hundimiento cada vez más pronunciado en las peores abyecciones ideológicas, alejadas sideralmente de las doctrinas que olvidan convenientemente en las puertas de los templos, saliendo a la luz sus verdaderas personalidades, enfrentando el dolor ajeno con el placer del torturador, el desprecio de los jerarcas financieros por el Planeta en llamas o el odio manifiesto por quien se oponga a sus retorcidos planes de supremacía social.
Se suele denominar a estas gentes como de “clases altas”. En realidad, de altas solo tienen la talla de sus falsedades ideológicas. Mucho más arriba de sus pobrísimas condiciones morales, se encuentran los propietarios de todas las desgracias, los sujetos de las peores persecusiones, los encarcelados en las prisiones de la miseria y la muerte temprana de los niños. Allí arriba están los desarrapados de la historia, los ignorados por los falsos profetas de los templos, los humillados por los supuestos “seres superiores” que mienten hasta obtener sus favores temporales, haciéndolos caer en ruinas aún mayores, si eso fuera posible.
De tanto en tanto, desde esas alturas que, paradójicamente, están tan abajo, se desprenden algunos esclarecidos, hacen escuela entre sus pares y generan esperanzas de porvenires destructores de las injusticias sociales. Llegan inclusos a tomar las riendas del Estado, siempre atosigados por un Poder que no ceja en su empeño por destruir el futuro soñado por millones.
Ahí estarán, nuevamente, los réprobos predicadores de religiones que no respetan jamás, los miserables hacedores de traiciones, sirviendo otra vez de muralla ante el “aluvión zoológico” de los pueblos empoderados. Allí se harán también de re-nombres repletos de falsías ideológicas, para atravesar la marea popular y romper desde adentro el avance virtuoso de una nueva época. Y caerán nuevamente los deseos de hacer el Cielo en la Tierra, de construir el mandato del Dios escarnecido por los violentos y los fariseos.
Los tiempos se acortan, las miserias se profundizan, el hambre se hace visible en las muertes tempranas de los que todavía ni siquiera averiguaron el por qué de sus míseras vidas. Y la necesidad de cambiarlo todo, terminará por traspasar, mucho antes de lo pensado, las paredes de los templos donde rezan los culpables de tanta inequidad, alentados por embusteros disfrazados de pastores de un Dios que venden al mejor postor.

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