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Muchas
personas que concurren regularmente a los templos religiosos, escuchan arrodillados ante su Dios, las palabras que transmiten los
pastores, en general referidas a resaltar las
virtudes que un hombre y una mujer deben tener ante la sociedad para
ser consideradas dignos partícipes de ese credo. Salen de los
oficios, aparentemente renovados, impregnados de santidades y
predispuestos a dar lo mejor de cada uno para construir un Mundo
mejor.
Pero,
como si traspasaran de pronto una invisible pared contenedora de sus
almas buenas, se transforman, de inmediato, en lo opuesto a lo que su
Dios les exigió hace instantes. Pasan ante los mendigos con
expresiones de asco o molestia, renuevan sus manifestaciones de
desprecio por los diferentes, se espantan por los juegos amorosos
libres de los adolescentes, exacerban sus diferencias sociales frente
a los empobrecidos y odian con empeño digno de mejores tareas a
quienes no sienten sus mismos dogmas.
No
se quedan solo con esas actitudes. Sus contradictorios pensamientos
se transforman en acciones concretas, trasladando sus furiosas
expresiones inhumanas al ámbito de la vida cotidiana, de sus
relaciones sociales y económicas y de sus manifestaciones políticas.
Allí encuentran el apoyo incondicional de los oportunistas
disfrazados de líderes, diciendo lo que quieren escuchar, ofreciendo
lo que saben imposible y sosteniendo banderas deshonrosas de la
condición humana.
A
partir de entonces, solo queda ver el hundimiento cada vez más
pronunciado en las peores abyecciones ideológicas, alejadas
sideralmente de las doctrinas que olvidan convenientemente en las
puertas de los templos, saliendo a la luz sus verdaderas
personalidades, enfrentando el dolor ajeno con el placer del
torturador, el desprecio de los jerarcas financieros por el Planeta
en llamas o el odio manifiesto por quien se oponga a sus retorcidos
planes de supremacía social.
Se
suele denominar a estas gentes como de “clases altas”. En
realidad, de altas solo tienen la talla de sus falsedades
ideológicas. Mucho más arriba de sus pobrísimas condiciones
morales, se encuentran los propietarios de todas las desgracias, los
sujetos de las peores persecusiones, los encarcelados en las
prisiones de la miseria y la muerte temprana de los niños. Allí
arriba están los desarrapados de la historia, los ignorados por los
falsos profetas de los templos, los humillados por los supuestos
“seres superiores” que mienten hasta obtener sus favores
temporales, haciéndolos caer en ruinas aún mayores, si eso fuera
posible.
De
tanto en tanto, desde esas alturas que, paradójicamente, están tan
abajo, se desprenden algunos esclarecidos, hacen escuela entre sus
pares y generan esperanzas de porvenires destructores de las
injusticias sociales. Llegan inclusos a tomar las riendas del Estado,
siempre atosigados por un Poder que no ceja en su empeño por
destruir el futuro soñado por millones.
Ahí
estarán, nuevamente, los réprobos predicadores de religiones que no
respetan jamás, los miserables hacedores de traiciones, sirviendo
otra vez de muralla ante el “aluvión zoológico” de los pueblos
empoderados. Allí se harán también de re-nombres repletos de
falsías ideológicas, para atravesar la marea popular y romper desde
adentro el avance virtuoso de una nueva época. Y caerán nuevamente
los deseos de hacer el Cielo en la Tierra, de construir el mandato
del Dios escarnecido por los violentos y los fariseos.
Los
tiempos se acortan, las miserias se profundizan, el hambre se hace
visible en las muertes tempranas de los que todavía ni siquiera
averiguaron el por qué de sus míseras vidas. Y la necesidad de
cambiarlo todo, terminará por traspasar, mucho antes de lo pensado,
las paredes de los templos donde rezan los culpables de tanta
inequidad, alentados por embusteros disfrazados de pastores de un
Dios que venden al mejor postor.
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