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Se
piensa una historia y se redacta un guión, o se lo toma de uno ya
representado. Se lo divide en actos, para hacerlo más llevadero para
el público. Se prepara la escenografía, las luces, el sonido y los
efectos especiales. Se estudian las mejores formas de entrar en
escena de cada actor. Se realizan ensayos, para asegurarse que el
resultado sea exitoso. Se desarrolla una gran campaña publicitaria,
para atraer la mayor cantidad de gente a su estreno. Y se levanta el
telón. Ese es el proceso de cualquier obra teatral. Y es, también,
el modo de hacer política de la “compañía” instalada hoy en el
gobierno nacional.
Nunca mejor ejemplificado que en el acto de apertura del Congreso Nacional, con una mise-en-scene preparada para lograr el aplauso fácil de la claque legislativa y la complacencia mediática cómplice, con sus “críticos” previamente aleccionados para convencer a las mayorías de la buena calidad de la “obra” representada.
Nunca mejor ejemplificado que en el acto de apertura del Congreso Nacional, con una mise-en-scene preparada para lograr el aplauso fácil de la claque legislativa y la complacencia mediática cómplice, con sus “críticos” previamente aleccionados para convencer a las mayorías de la buena calidad de la “obra” representada.
Todo
allí fue irreal. La entrada al edificio, saludando a miles de “fans”
fantasmagóricos, la aparición en el escenario, con sonrisas de
cartón y saludos a los aplaudidores por conveniencia, el exabrupto
de su partenaire rodante, recibido con risitas cómplices. Y después,
el relato del guión de ficción, disociado de la verdad soportada
por estoicos odiadores de pasados más felices e impacientes
luchadores por mejores vidas.
Casi
que no importan las palabras pronunciadas (mal). Casi que no
interesan las supuestas definiciones de pretendidas contundencias.
Solo se trataba de fingir conocimientos que no posee, de envolver a
la audiencia con frases de falsa grandilocuencia, de mentir
convencido de la ignorancia (o la estupidez) de quienes lo
escuchaban.
Todo
estaba dirigido a explicarnos lo inexplicable. Todo hecho para
generar certezas sobre la sainetesca realidad inventada. Los dramas
cotidianos de millones de personas no fueron mencionados. Las
miserias generadas por obra y gracia de sus decisiones no se
escucharon. Los reclamos del mundo del trabajo no se vieron
reflejados en sus balbuceos incoherentes.
Contrariamente
a lo que se espera de una obra teatral de la envergadura que han
montado desde hace más de dos años, no hay en ella ni una sola
emoción. Solo fríos y dudosos números, simples cifras de
pretendidas firmezas, dibujadas para atraer a los desprevenidos y no
dejarnos ver los agujeros del colador por donde se escapan las
riquezas de nuestro País.
Otro
acto a culminado. El telón de las mentiras ha caído nuevamente ante
nosotros, al tiempo que tras bambalinas festejan el “éxito” los
engreídos representantes de la obra. Y mientras los cómplices
plateístas aplauden a rabiar, los eternos humillados por el Poder se
miran y comienzan a comprender que ya no hay razón para soportar el
mismo drama tantas veces representado. Y que es hora ya de escribir
otro guión para, por fin, cambiar la historia.
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