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Se
vino la sequía. La del agua y la monetaria. El “campo”, esa
denominación falsificadora de la realidad compleja de lo rural, está
comenzando a molestarse por los problemas climáticos y la inequidad
(ya histórica) en los alcances de la “presión fiscal”, eterno
caballito de batalla de este sector social atravesado por posiciones
oligárquicas que no responden al origen de la mayoría de sus
integrantes, pero donde gran parte de los cuales se han mimetizado
casi siempre con los poderosos integrantes de esa clase conformada en
los orígenes de la Nación.
La
realidad golpea la puerta de los chacareros menos ricos con la
cachetada clásica del neoliberalismo, dirigida a quienes menos poder
tienen, para otorgarle aun más a quienes ya poseen demasiado. A los
factores climatológicos se les suman las políticas destinadas a
proteger los intereses de los amigos e integrantes del Poder, esa
vieja “familia” rural de prosapia tan oscura como rapaz.
Entonces
comienzan las protestas. Que necesitan ayuda por las sequías, que
por la disminución de las exportaciones, que por las deudas a las
“cooperativas” (que cooperan muy poco) y mutuales, que por la
imposibilidad de pagar los arrendamientos a los verdaderos dueños de
lo rural. Aparece otra vez el tema de la segmentación de las
retenciones, las mismas que rechazaron con ferocidad cuando el
tratamiento de la modificación de la tristemente célebre “125”.
Nada
nuevo bajo el sol. Simples y lógicas reacciones frente a lo
inevitable y avisado. Pero el ser humano tiene una muy mala
costumbre, que es, justamente, acostumbrarse muy rápido a lo bueno,
creyéndolo perpetuo. Con un aditamente, tal cual es la negación de
los orígenes, las razones de esa etapa virtuosa que aprovecharon
como nadie en nuestro País.
Las
4x4, los departamentos para la nena o el nene, los lujos excesivos de
sus casas en los pueblos, son, tal vez, solo imaginarios creados por
quienes veían el rápido empoderamiento economico de estos sectores
sojeros, alimentados por precios internacionales muy provechosos y
también, aunque jamás lo reconocerán, por los subsidios que no
dejaron nunca de tener, a pesar de sus oposiciones furiosas al
Gobierno que se los otorgaba.
Hay
que reconocer una “virtud” en el actual (des)gobierno: su rapidez
para realizar los daños. Nadie como este montón de nepóticos
soberbios hubiera podido lograr en tan poco tiempo que, hasta parte
de sus aliados más pertinaces, les reclamaran por los resultados
nefastos de sus políticas. Ninguno tan eficaz para endeudar sin
destino a la Nación, arrastrando con ello, incluso, a quienes les
dieron sustento real, desde la Pampa Húmeda, para avasallar los
derechos de las mayorías en nombre de la avara acumulación de
riquezas que pretendían extender al infinito.
Pero
nada es eterno en este Mundo, y la pared de la maldita realidad
aparece también elevándose ante los otrora acérrimos creyentes del
prosaico credo del “cambio” antipopulista. Será muy difícil que
lo admitan los integrantes de esta especie de sub-clase, tan compleja
de definir, que conforman los productores rurales. Tan difícil como
que reconozcan que salvaron sus tierras, crecieron sus producciones y
elevaron sus riquezas gracias a aquellos que, tozudamente aun,
insisten en que “se robaron todo”.
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