miércoles, 28 de marzo de 2018

DE LIDERAZGOS Y FRACASOS

Imagen de "El Confidencial"
Por Roberto Marra

En todo grupo social aparece un líder. Siempre. Cada uno con sus características, va marcando al conjunto que encabeza por destacarse sobre el resto de los integrantes con virtudes, a veces, apabullantes. Pero de nada serviría tanta capacidad y sobresaliencia, sino estuviera acompañándolo el resto de los integrantes de ese grupo. Y su relevancia se perdería sin remedio en autosatisfacciones sin ningún sentido práctico real, más que un exhibicionismo ególatra de superioridades sin destino.Pero hay más complejidades para esta descripción. Aún teniendo alrededor el número necesario para concretar los objetivos que se planteen como grupo, dependerá también de la forma de relacionamiento de ese líder con los demás y de las características psicológicas que determinen sus decisiones.
Un líder inteligente sabrá, no solo rodearse de los mejores, sino mostrarles el camino a recorrer para alcanzar las metas. Un auténtico adalid podrá señalar errores ajenos y propios (que también los tienen y deben reconocerlos), corrigiendo con rapidez los desvíos y modificando la constitución misma del grupo, si las respuestas no son las que se corresponden con las intenciones.
Pero cuando para ese cabecilla fundamental actúa por amiguismo, basándose antes en razones personales que en necesidades grupales, es más probable el fracaso que el éxito en sus gestiones. Si hace primar sus cercanías cómplices con algunos integrantes del conjunto, desconociendo las capacidades de los auténticos mejores, éstos perderán las posibilidades de demostrar sus individualidades y los seguros beneficios al accionar grupal que se desprendan de ello.
A veces, a pesar de esas actitudes egoístas, aparecerán los aplausos de los muchos ilusionados con los individualismos salvadores. No faltarán las victorias que levanten el ánimo y refuerce todavía más el liderazgo que ya ejerce el mejor de todos, relegando otra vez a los que más saben para seguir sosteniendo a los peores en los puestos claves del acompañamiento egocéntrico.
Cuando los momentos decisivos lleguen, será demasiado tarde para cambiar. Cuando los hechos demanden soluciones reales, imprescindibles para alcanzar los objetivos por los cuales se asociaron estos individuos, el líder en cuestión no se animará a cambiar nada, porque el tiempo lo arrincona contra las cuerdas del ring de la realidad a fuerza de bofetadas imparables de los rivales que no perdonan sus errores pretéritos. Allí intentará hacer, por sí solo, lo que el conjunto nunca podrá, dependiendo más de un azar que suele ser ingrato a la hora de repartir ganancias.
Se trata antes de pusilánimes posturas dentro de personalidades de verdaderas perfecciones casi genéticas, actuando como una especie de disfraz para tapar las debilidades y miserias que también lo conforman. Si el triunfo no llega, seguirá siendo líder por siempre (tal vez), pero atravesado por el puñal invisible del fracaso anunciado, del consejo no escuchado, de la meta no alcanzada y de comandar la desilusión de millones de sueños postergados. Pero si la fortuna le sonríe, todo se olvidará hasta el próximo desafío, escondiendo bajo la alfombra del exitismo banal el origen de los fracasos que le precedieron. Y nada se habrá aprendido.
 

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