viernes, 5 de abril de 2019

ENCUESTAS... A PEDIDO


Por Roberto Marra
Ciencia exacta por excelencia, la matemática es un lenguaje formal que nos permite establecer certezas en un ámbito abstracto. Una de sus ramas, la estadística, se ha transformado en una herramienta fundamental para, a través de la recolección y organización de datos dentro de un marco teórico, analizar realidades emergentes de las acciones y relaciones humanas, destinadas a la toma de decisiones en las más diversas materias y con los más amplios objetivos.
No podía escapar a ella la ciencia política, donde su utilización es materia cotidiana para el desarrollo de los planes y programas que forman parte de las actividades propias de ese ámbito. Individuos, grupos e instituciones hacen uso permanente de las estadísticas, como medio de conectarse con la realidad a la que se pretende influir desde la ideología que se sustente.
Claro que, como en toda actividad humana, pueden ser manipulados los datos de manera aviesa, con la intención de ejercer presiones o forzar determinaciones de interés solo para quienes produzcan y/o releven esos datos, torciendo la ciencia hacia el sucio destino de la mentira programada, dejando de lado el mayor valor que la estadística nos brinda: la aproximación a la certeza.
Así sucede con las encuestas pre-electorales, donde un conjunto de “empresas”, o “estudios” particulares, o de institutos universitarios dedicados a estas tareas, son contratados por los actores políticos para evaluar el conocimiento, la opinión y las intenciones de la sociedad respecto a ellos. Las pueden encargar con buenos o malos propósitos, con serios o banales objetivos, en busca de la pura realidad o de su alteración inmoral, pero siempre estarán teñidas de las sospechas derivadas del orígen de los fondos que provean su ejecución.
Nunca como en estos tiempos, su uso ha sido tan difundido. Y jamás se han generado tantas dudas sobre sus resultados, cuestión debida al desprestigio del ámbito político, fundamentado a su vez en las deshonestidades de algunos que terminaron por enchastrar a la totalidad, objetivo a todas luces buscado por los perversos manipuladores de voluntades que actúan desde las sombras del Poder.
La sospecha arraigada, hasta “militante”, ha conformado una sociedad de incrédulos que, paradójicamente, terminan volcando sus voluntades hacia los creadores de sus desgracias permanentes, con una ingenuidad alienante de la realidad que se les manifiesta y padecen a diario.
Lo saben muchos de los encuestadores y sus contratantes, y actúan en consecuencia para llevar agua para sus molinos. Sus trabajos terminan siendo, la mayoría de las veces, operaciones mediáticas destinadas a instalar candidatos, manipulando los números de manera espúria, graficando profusamente las cifras de las supuestas ventajas del elegido en cuestión, buscando el doble rédito del beneficio inmediato y el mediato, si el éxito corona sus esfuerzos fraudulentos.
Ahora, cuando la oligarquía presiente el final de su fiesta genocida, arrecian estas “operetas” numerarias, difundiendo esas falsas encuestas con la profusión que les permiten los centenares de medios en su poder. Y la estupidez de otros que, sin serlo, exponen esa irrealidad como certidumbre en los pocos espacios comunicacionales alternativos que existen.
Todo se reduce a aventar esperanzas, a destruir las convicciones, a desalentar a los que ya dudan, a construir imaginarios de imposibilidades permanentes, a combatir ideologías que mellen sus asqueantes objetivos de dominaciones eternas. Es el uso despiadado de esa bella ciencia que todo lo abarca, para eliminar de su camino a quien puede enfrentarlos de verdad, sin necesidad de sus mentiras despiadadas, sin sus oscuros mensajes diabólicos ni sus promesas de destinos de “flybondi”. Solo con la poderosa encuesta de los corazones populares, que presienten que ha llegado la hora que la Patria vuelva a ser el otro.

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