Por
Roberto Marra
¿Qué
es primero: los liderazgos o las propuestas? El viejo dilema del
huevo y la gallina, pero adaptado a la acción político-partidaria.
Y así andamos revolviendo entre las ofertas de candidatos,
rebuscando la magia de un portento intelectual que nos dirija hacia
nuestros deseos hechos realidad por sus virtudes. ¿Y por qué
nuestras aptitudes de discernimiento no pueden elaborar lo que sí
pueden esos iluminados seres a quienes les ponemos semejante carga?
¿Es que no existe, en la conjunción de todas las capacidades de
centenares de miles de militantes, tales posibilidades elaborativas?
Se discuten miles de horas acerca de los talentos, las gestualidades,
los modos, las caras, el lenguaje, el carisma, de cada supuesto, o
propuesto, o autopropuesto, próximo conductor o conductora. Pero se
diluyen rápidamente los debates sobre lo que deberá hacer, no por
decisión propia, sino por mandato popular, el elegido. Y se termina
cediendo al marketinero modo que han impuesto desde el Poder Real a
través de su perversa mediática invasiva de los territorios
mentales. Ahora será todo más fácil: se proclamará al líder en
cuestión, se lo adornará con la parafernalia comunicacional
provista por la misma maquinaria enemiga que nos subsume en su
cultura del sometimiento, se empujarán los vítores y los aplausos
de esperanzados ninguneados, y se someterá al juicio de una sociedad
acostumbrada a la derrota permanente, después de haber bebido mil
veces del elixir de los dioses de barro.