martes, 30 de abril de 2019

DESPUÉS DE LA INUNDACIÓN

Imagen de "www.la931.com.ar"
Por Roberto Marra
Hace dieciseis años, la ciudad de Santa Fe fue prácticamente cubierta por las aguas del Río Salado, producto de negligencias y desidias varias de los gobernantes de entonces, a la cabeza de los cuales se encontraba el actual senador Reutemann, por aquellos tiempos actuando como supuesto “peronista” y hoy día desenmascarando su oportunismo cambiemita, adhiriendo, con el poco fervor que lo caracteriza, al virrey de los globos y las mentiras instalado en Balcarce 50.
Claro que no fue el único responsable, pero sí el más. Por supuesto que hubieron tantos otros “olvidadizos” de sus responsabilidades como funcionarios, pero nadie como el “piloto de tormentas” de campera marrón y botas raídas. Esa fue su función por esos días, mostrarse en los lugares inundados para manifestar una acción que solo se atrevía a esperar que la naturaleza haga su trabajo, que las aguas bajen, turbias y malolientes, sobre todo por los cadáveres que costaron sus imprevisiones y sus incapacidades.
Década y media después, no se puede asegurar que aquello no se podría repetir. La profundización del daño ambiental en todo el territorio provincial se ha multiplicado, provocado por la descarga en los suelos de una bestial carga de agroquímicos para sostener el monocultivo sojero, que solo sirven para enriquecer al mismo grupo de poderosos que “sugieren” (y exijen) las políticas agrarias.
Una buena cantidad de puentes han sido arrastrados y decena de kilómetros de rutas averiadas o destruídas por las aguas desmadradas en sendas inundaciones posteriores a aquella, a lo largo de la Provincia. Como siempre, todas terminan en el triste final de barrios o pueblos enteros sumergidos y centenares de familias perdiendo sus pobres pertenencias por culpa de quienes debieron cuidarlos y prefirieron asegurar sus miserables intereses. Todo bien oculto por los medios cómplices, implicados en el robo del máximo valor que posee la tierra: la posibilidad de su resiliencia (cuando se la sabe cuidar).
El mal endémico es la avaricia de los poderosos, el egoismo repugnante de quienes detentan las propiedades, que cargan con la imbecilidad de no entender que el transcurso del tiempo solo les traerá peores resultados, por perseguir, enloquecidos de codicia, la ganancia inmediata, la elevación de sus cuentas bancarias a costa de la destrucción de la “gallina de los huevos de oro” de un suelo perforado para extraerle sus aguas, impermeabilizarlo y soñar con que no llueva demasiado para continuar con la vejación a la naturaleza para embolsar sus dólares malolientes.
Nada se puede esperar de semejantes trogloditas, vulgares extractores de riquezas ajenas, culpables absolutos de cuanta desgracia popular exista, exportadores del agua convertida en granos que nos roban a costa de la que dejan libres para que nos tapen cada vez que Natura se enoja con sus desmanes.
Es la raiz de nuestras pobres condiciones subdesarrolladas. Es la fuente de la repetición de los errores a lo largo de la historia, permitiendo el manejo de la mayor riqueza natural por parte de un grupo de obsesionados con la riqueza (propia) y la dominación de millones de idiotizados que creen que algún día podrán ser como ellos. Es el destino preparado por el imperio para con nuestra Nación, una simple factoría de granos y alimentos a costa de la Pachamama baleada con glifosato.
No hay alternativa posible, nos aseguran. No existen otras maneras de obtener riquezas, expresan en ese idioma cancerígeno que mata la conciencia de los dominados. Y allí vamos, sembrando muerte para cosechar cadáveres, construyendo canales para derivar los excedentes de aguas que no pueden penetrar el suelo, endicando pueblos y ciudades en una pampa inmensa que todo lo posee, menos el entendimiento con la naturaleza de sus oscuros gobernantes, miopes conductores de un barco que se hundirá sin remedio en medio del diluvio del final mil veces anunciado. A menos que sus pasajeros decidan, por fin, tomar el timón, hechar por la borda las mentiras y encaminar nuestra nave nacional hacia la firme tierra de la soberanía popular.

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