lunes, 22 de abril de 2019

EL OSCURO PLACER DEL INSULTO

Imagen de "Ramble Tamble"
Por Roberto Marra
El insulto es el placer de los brutos. Se regodean esos obtusos con el escarnio hacia el objeto de su odio. Su contento irracional se deriva de la satisfacción del desprecio sobre otros seres humanos. Sienten el cosquilleo de su cobardía recorriendo sus pulmones hasta expulsar sus palabrotas soeces, fruto de la acumulación de ignorancias nunca curadas. Se sostienen del pasamanos de necedades que los lleva por la ruta de la bestialidad hacia el único logro que les importa: la destrucción de sus odiados, la humillación de los vilipendiados, la muerte civil de sus atacados.
Están por todos lados, atraviesan todas las clases sociales, se manifiestan en cada sitio y ante cualquier audiencia. Actúan solos o en patota, de lo cual depende el grado de virulencia de sus agravios. No respetan edades ni género, no les importa las circunstancias que atraviesen sus agredidos, ni tienen pruritos de ningún tipo para alardear su matonismo pusilánime con quien sea, siempre que estén seguros de no encontrar las respuestas que se merecen.
Como es lógico, a mayor poderío económico, más fácil se les hace la denigración ajena, protegidos por sus jueces amigos y apañados por policías de sus mismas calañas. La cuestión de género aumenta la violencia verbal de estos energúmenos, y no trepidan en maltratar con las peores injurias a las mujeres, que por serlo las consideran de escasa importancia y nula capacidad.
Claro que no actúan por generación espontánea estos difamadores. Cuentan con el respaldo de los medios y algunos de las peores figuras de la comunicación con pretensiones de ser llamados periodistas. Es desde esos lugares que salen al ruedo las bestialidades, listas para ser utilizadas por esa masa de brutos que actúan por el impulso de las imágenes y las palabras que pronuncian los cloacales personajes radiales y televisivos.
Los acompañan otros alcornoques de sus misma layas, a quienes se les da el ridículo papel de “analistas”, cuya capacidad intelectual no excede la de una lombriz. Sin embargo, acumulan un peligrosos arsenal de odios y blasfemias, siempre listas a ser expulsadas por sus lenguas viperinas. Interactúan con algunos invitados que son como la primera camada de insultados, el paso previo al ataque a los verdaderos objetivos de sus escarnios.
Cuando los brutos son, en realidad, brutas, la cosa se pone mucho más pesada. Por razones difíciles de dilucidar, es desde el ámbito femenino que pueden llegar a salir las peores bestialidades verbales. Son las columnistas de esos programas de chismosos seriales las que lanzan las peores afrentas y los insultos más crueles hacia otras mujeres. Pero también lo hacen aquellas integrantes de un gobierno que es insultante en su propia constitución ideológica. Despiadadas y sin sonrojo posible, arremeten con puñaladas de groserías para despretigiar y enlodar la honra de quien resulta ser el objetivo a destruir.
En medio de semejante albedrío verbal, no resulta extraño el ataque a la Ex-Presidenta por parte de un enjenado con forma humanoide que pretendió mostrar toda su “valentía” ante una mujer viuda, con la madre recién fallecida y una hija enferma. Tal como siempre sucede, las casualidades no existen y la pertenencia de clase del gorila en cuestión, da la pauta de quienes son los buenos y los malos en esta sociedad tan profundamente desigual.
Y como no es algo novedoso ni aislado, como resulta la continuidad de años de pesadas manifestaciones de sus odios multiplicados, como se trata de millones de imbéciles la claque que aplaude a estos lunáticos con ansias de destrucción de sus enemigos ideológicos, la respuesta no puede seguir siendo la de callar y quedar a merced de los brutos. Todo partido tiene su segundo tiempo, y será allí que se deberán ajustar las cuentas con semejantes vejadores del honor y la verdad.
Pero no será como ellos quisieran, con el mismo grado de ferocidad vengativa, sino con la construcción de una sociedad nueva, donde la ignorancia se combata con la educación de los desposeídos, donde la igualdad sea la única medida a considerar para otorgar derechos, donde el odio se reduzca a fuerza de comprender las razones históricas que dieron orígen a tantos dislates sociales. Una sociedad donde los perversos, esos personajes que gozan con el dolor ajeno, dejen de conducir los destinos de la Nación. Y donde la brutalidad sea arrinconada contra el paredón del raciocinio, para ametrallarla con las verdades que maten sus placeres insultantes.

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