jueves, 4 de abril de 2019

UN DISCURSO PARA EL OLVIDO

Imagen de "Milénico"
Por Roberto Marra
Uno, que se considera un buen tipo, escucha los discursos de Sergio Massa y otros políticos con similares estilos. Después trata, siendo generoso, de encontrar el sentido de sus palabras, las razones que los mueven a decir lo que dicen, el trasfondo de sus permanentes idas y vueltas ideológicas. Ahí es cuando (a uno) la memoria le juega su papel, elaborando un resultado final donde la suma, no casualmente, tiende a dar siempre cero.
Massa se “lanzó” (ese es el verbo utilizado para dar inicio a su campaña en forma oficial), desde una especie de púlpito escenografiado con imágenes propias y austeridad minimalista, especie de rigor impuesto por los publicistas del momento, donde la naturalidad pasa al olvido y la teatralización es el camino elegido para convencer a los asistentes, prolijamente elegidos y separados por grupos etáreos y sociales para que las cámaras los tomen, oportunamente, cuando el candidato se refiera a ellos.
Con el tono adecuadamente estudiado, con manifestaciones de humildad impuestas por las circunstancias perdidosas, con la expresividad atravesada por los movimientos de los ojos tratando de no separarse de las líneas escritas en los “telepronters”, la retahila de obviedades va cosechando algunos aplausos, algunos pautados y otros auténticos, elocuentemente buscados con el tono de las frases de remate de cada párrafo leído.
Uno, que hace mucho que escucha discursos y tiene la manía de compararlos históricamente, va descubriendo algunas “perlitas” dentro de su desarrollo. Como la repetición, casi textual, de algunos dichos del líder al que este candidato acompañó por un tiempo, hasta que “la embajada” le sugirió otra vertiente para sus dotes engañeras.
Por increíble que pudiera parecer, todas sus palabras refieren a políticas que ya se aplicaron y fueron defenestradas durante el presente gobierno de la oligarquía y sus ceos. Más increíble le parece a uno, siempre atento a los devaneos de estos personajes de la política y sus adyacencias politiqueras, el desparpajo de hablar contra las leyes que el propio discursero votó o hizo que votaran los miembros de su bancada que, desde las primeras filas de la platea, tratan de esconder sus vergüenzas obsecuentes con el Poder. El olvido, lo sabemos, forma parte indispensable del manejo comunicacional de estos “populistas” de ocasión.
A uno, que ya nada parece poder asombrarlo, le resulta difícil tragar semejante manifiesto discursivo presentado como “programa” de un probable gobierno, tan indefinido como puede, tan aceitado que resbala de cualquier ideología, tan “decente” que enerva, tan poco específico que dificulta la comprensión de su factibilidad ejecutiva, sin encontrar las vetas que permitan aceptar algunas de sus palabras como ciertamente sinceras, que entusiasme o resulte viable para cambiar la miserable realidad que nos envuelve.
Uno, que vive soñando con una sociedad justa, que anhela el fin de las penurias populares, que se angustia por los desmanejos judiciales y las bajezas periodísticas, vuelve a pasar por el corazón las razones de la vieja doctrina falsamente esgrimida por este fantasma de la política titiritera imperial, recuerda el calor de las palabras de la perseguida mujer que alguna vez le diera cobijo y descubre que, al final de las palabras, solo quedan los hechos. Y uno se envuelve con ellos, los reconsidera y los sopesa con las fútiles expresiones de quien solo busca otro refugio, que postergue su última caída en el olvido.

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