Un relato de
Gustavo Daniel Barrios*
Hacía poco que se conocía de la tormenta del niño, en el año 97, tiempo en que la
noche me atrapó como nunca. Abundaban las movidas, y una de ellas, que tenía
función permanente, ocurría en un viejísimo pasillo cerca de los Vascos, los
Navarros, la Plaza Guernica
y La Plazoleta
de la Mujer. A
metros de todo eso. Era la casa de unos rockeros terriblemente ortodoxos.
Una noche aparece allí un músico de visita, yo ya lo conocía,
y era un fenomenal intérprete bonaerense, que venía a la ciudad y se quedaba un
trimestre, se iba y luego volvía otra vez; ofrecía su arte por la calle. Venía
de algún lugar no sé, al sur de Junín, y sólo sabíamos que se llamaba Ricky.
Entonces aparece una de esas noches, traído por alguien, única vez que lo hizo,
y se pone pronto a cantar y tocar con su guitarra acústica.
Debo marcar que Ricky era un arpegiador increíble, realmente
dotado para el instrumento. Cantaba de forma muy común, pero la puesta que
hacía era muy buena. Rock nacional y otras cosas que podían incluir a Chabuca
Granda.
Lo cierto es que esa vez interpretó un tema de Chico Buarque,
y le dio con eso mucho sentido a la noche, en razón de su tan fantástica
performance. Pero yo no entiendo aun por qué iba yo tanto a la cueva esa,
porque la verdad eran unos amigos decepcionantes, y todos temerosos y
antipáticos con el concepto de fusión, y luego que Ricky terminó estaban
incómodos.
Una noche muy tarde, pasando La Favorita, por peatonal,
se encontraron o conocieron Ricky y Charly Bustos, el anacoreta que ya en esa
época vivía en Ibarlucea y allá volvía todas las madrugadas. Él hacía mates artesanales, y con su mantita
insistía hasta la vela no arder. Músico diletante además, y autor del himno del
rock nacional “Mientras alguien se muere de amor”. El tema es magnánimo, y Ricky había ya oído
una vez el tema, pero no lo sabía tocar. A propósito una vez lo grabó Adriana
Varela, y yo quisiera saber si ella alguna vez supo, que su autor es un
auténtico anacoreta del Penyab, que
vive cerca de Rosario.
Creo que yo le cuidaba los mates a Bustos, yo estaba ahí,
cuando él empezó a pasarle los acordes a Ricky en un papel, y tardó porque el
tema es muy complejo. Esa noche Ricky no terminó de sacarlo.
Es aquí cuando aparecen claramente dos grupos: los adalides
de la anti-fusión, fusión que puede metamorfosear un mismo tema del folcklore a
la balada al rock, en un acto, y combinar luego temas de amor, dolor y fecunda
lira, con el beat, el pop, y todo lo que conocemos; y están por otra parte los libérrimos, o sea
todos los grandes de la música popular argentina que conocemos y en algún
momento pasaron además por el rock.
Es en relación a esto que aparece en escena Sandra Corizzo,
quien posee un alma behetoveniana en su ser, según capacidad, volcada hacia un
arte que persiste en registros anacrónicos, y creo que es por eso que se la ha
visto más en Montevideo que aquí en el “Berlín del pasaje Zabala”. Por su
puesto que ella integra un conjunto –imaginario-, con Ricky y Charly Bustos.
Este tópico que habla del salto sorpresivo, del sincretismo,
de la post-modernidad, se aviene al repasar la gesta del señor Zamenhof. El medico polaco Lázaro Zamenhof creó el idioma llamado Esperanto. Este hombre, cuya utopía aun
no se realizó, pensó que una lengua nacional, puesta en vigor de un
imperialismo lingüístico, primero, comporta un privilegio inadmisible para el
grupo de las naciones nativas de esa lengua, y luego, que sujeta o domina
riesgosamente desde ese imperialismo cultural. Zamenhof intentaba retornar a una Babel primigenia, de única
lengua, porque este hombre sentíase hermanado con todos los pueblos y razas, y
tuvo una inusual pulsión religadora, y por eso creó el Esperanto. En este mundo de inmediatez y vértigo e intereses
colosales nada proclives al humanismo, su idea no se podía imponer. De todos
modos hay que decir que el Esperanto
está en todas las latitudes, y existe una Asociación Universal de Esperanto. La
esperanza sigue.
Asimismo celebro la buena facilidad, no sin esfuerzo, pero la
buena facilidad que los pueblos del lejano oriente amarillo tienen para el
inglés, recurso internacional ahora, porque sin una profunda comunicación el
mundo sería mucho más inseguro.
Pasea por este lugar un innato deseo, de elegir el sendero
que cruza las arenas movedizas, en vez del que es frecuentado por todos, y se
me presenta un personaje, la chica británica de la obra –luego film- Los caminos de Katmandú, del francés René Barjabel. Son hitos que deciden el
desplazamiento cultural-temporal, y eso llegó a una Argentina a la que eso le
cuesta. Por cierto estamos incomparablemente mejor que antes, cuando ante el
inicio de un nuevo capítulo de la vida pública y política, se pensaba que nos
encaminaríamos a un fracaso, o a una muerte; antes, cuando parados frente a
disyuntivas complejas o graves problemas –nunca ausentes desde Matusalén por
otra parte-, se pensaba que estropearíamos todo y llegaría el gran día de la
calamidad; antes, cuando no existía una gota de confianza, un minuto de
confianza, en el poder nosotros ser capaces del mejor resultado; antes en el
país, cuando se vivía a tiempo completo cayendo en las simas abisales
inferiores; antes, cuando no había dominio de sí mismo, y el aplomo cauteloso y
adulto de mantenerse en armonía en la polis con la inteligencia acumulada desde
Sumer; antes, cuando no había visión de lo eminente y conciencia de lo
eminente. Así como existen las simas abisales inferiores, también existe lo
eminente mucho más alto que un collado.
Pero el esfuerzo por implantar las formas y los decálogos
esperanzadores, empezó temprano en el país. Y es el esfuerzo de todos aquellos
que trajeron el otro catecismo, y fue el catecismo de una catequesis fuera de
todos los dogmas, mismos que habían categorizado doctores irreductibles. Los
dogmas rectores de la superestructura social se constituyeron en poder negando
desde el inicio la sobrevida al sujeto sin casta dogmática. El pagano ganapan,
sin oficio, o sin carácter, o surgido de la intersticialidad de los carenciados
de toda sombra de autoridad en sí; silvestres y huidizos, o incluso de
atrofiada dialéctica, buenos.
Sí, aquellos habían sido los pioneros en conseguir acuerdos
más promisorios, los del otro catecismo, quienes llegaron muchas veces usando
las estructuras viejas, y fueron hasta incluso curas, u obispos incluso, y
abundaron en la docencia, aunque se los descubrió en el millar de trabajos que
sostiene a las personas a satisfacción. Y usaron ellos el catecismo de la
narración oral, siempre inspirados. Pero improvisaban anclados en libros
confrontados entre sí, o a veces inhallables. Los portadores de la subversiva
incapacidad de frustrarse, jamás apagados, y mucho menos atrabiliarios.
Uno se pregunta aquí por el personaje conflictivo,
positivamente conflictivo, y acariciamos la idea de si son instrumentos de la
providencia o no.
Volviendo a la vida anónima de los que así esculpen dentro de
los estamentos de la polis, lo que ellos hacen repercute en el orgullo de
muchos, que sufren cuando aquellos consiguen nombradía.
La nombradía es el nivel consagratorio que en el caso de los
extinguidores de dogmas, agrieta la estabilidad de los saturados de nombre, y
les afecta la tranquilidad.
Nada peor hay que la
nombradía en estos puntuales casos, para el beneficiado con exceso de renombre.
Porque significa que varió la tendencia.
Evita, antes del
medio siglo alcanzó nombradía sin mensura, por encarnar el rol de una paradoja
insospechada, que entrañó la más difícil de las mitologías, afluyendo para sí
una autoridad que trazó el devenir de América. Mandela
se negó a salir de la cárcel más de diez años antes de que lo hizo, por
rechazar el pliego denigrante de condiciones que le fueron propuestos, y al
decidir continuar en la cárcel alcanzó una nombradía inagotable, y este fue el
punto de inflexión que cambió la historia de Sudáfrica. Obtuvo tremenda nombradía la generala hoy
binacional Juana Azurduy de Padilla,
por dedicar su pasión a la causa latinoamericana, de una forma tan eficaz, que
la asocia al poder misterioso de la
Doncella de Orleans, como soldado mujer. Tanta
nombradía obtuvo que hay algunos académicos en Perú que se esfuerzan por no
evocar su gesta ni evocarla, haciendo gala del más lamentable pundonor.
Los instrumentos de la providencia. ¿Qué lo lleva a un ser
humano a decidir el derrotero aciago, el sacrificio, el plan y la ingeniería
cuyo postrero descanso está muchísimo más lejos que el derrotero común?
Creo que aparece oportuno invocar, no aquí arriba descripto
pero invocar, a Alejandro de Macedonia, apodado
magno. Este hombre, muy joven
declarado rey de su país y conferido además a él en la asamblea el liderazgo
del Gobierno del Ática, y jefatura de la campaña a Persia, estaba dentro del
combate interior por el alma humana, disputado entre dos naturalezas, crujido
silencioso.
Hombre notabilísimo y también hombre vulgar. Alejandro, cumplió una larguísima
aspiración de su padre el rey Filipo, asesinado a los 47 años, de exportar la
guerra al territorio persa. Mucho había guerreado Persia contra Grecia ya, más
de una vez esta logró vencer antes, pero Alejandro
decide adentrarse, hecho inédito, hasta las mismas parcelas de la Persia central, venciendo
por demolición, pero más que nada vengando tanto ataque a la Hélade
soportada desde muchísimo antes que Darío,
al que se enfrentó. Y empezó por guerrear contra Persia en el Asia Menor. Este era un lugar de
incierta dominación hasta allí. Hay que decir de paso que el Asia Menor es uno de los territorios más
misteriosos de todo el orbe, y era más que una región neurálgica.
Pero la férrea condición guerrera de Alejandro, se combinó con sutiles gestos. Se mentan mucho sus
anécdotas con Diógenes el Cínico, pero
poco la de que cuando una vez el macedonio vio a Diógenes revolcarse en el tonel en el que dormía y de día hacía rodar;
verlo libre, con gozo, Alejandro
expresó: “A no ser yo Alejandro,
desearía ser Diógenes.”
Uno puede apreciar que la inteligencia de este joven rey
guerrero, le hizo entrever la superior y metafísica libertad de Diógenes, siendo testigo además de un entorno
que hoy no conocemos, y lo envidió sanamente.
También se cuenta de él que llegando un barco a puerto, con
un cargamento de muchachos secuestrados para el mercado de la prostitución, un
tal Filoxeno que gobernaba el puerto,
le ofreció el mejor muchacho. Y entonces Alejandro
le responde creo que primordialmente indicando a Filoxeno su ignorancia de confundir poder con impunidad, y le dice:
“De qué innoble sensualidad he sido jamás acusado, para hacerme proposición
semejante.” Y esto visualiza que este hombre jamás hubiese sido un Alejandro 6º, uno que confundió el poder
con la impunidad; el griego jamás les hubiera servido para eso.
Alejandro fundó un
pasadizo, un enlace un puente más que material, ni grande ni pequeño, pero
imperecedero entre Europa y Asia. Creó tantas rutas expedicionarias,
que se supone todavía hay algunas. Llegó hasta la India, y aunque sin
conocerla por completo, mucho la recorrió. Fundó tres o cuatro Alejandrías,
pero a propósito de la
Alejandría de Egipto, fue ordenada construir por él con la
idea de que se desarrolle en ella su legado universalista. Y así fue.
Alejandría es madre de Europa todavía más auténticamente que la hija del
fenicio Agenor. La elevada casta de hombres y mujeres humildes que gozaron de
libre espacio para el estudio allí, da cuenta de eso.
Hay algo singularísimo en él, pues se da que Alejandro es furgón de cola de un
encadenamiento de difícil concreción en la Historia: El maestro Sócrates inicia en la filosofía a Platón. Este hace lo propio con Aristóteles,
que crece y lo disputa, pero nunca equipara a su maestro, y este, designado por
el padre del guerrero, inicia en el conocimiento a Alejandro, quien muy culto decide dedicar su vida a las batallas.
Pareciera un juego de la providencia puesto a rodar para obtener un Alejandro atípico.
Tras su temprana muerte se da una división entre sus
herederos políticos, que funda entre otras cosas una dinastía griega en Egipto. Esta dinastía
culmina en Cleopatra 7ª, que no es
otra que Cleopatra, la última monarca
de fama en cualquier parte antes de la llegada de Jesús, muy cerca de allí en lo territorial y temporal. Ligámenes
que sabe apreciar todo aquel que no cree en las casualidades.
Pero Alejandro hizo
deplorables actos, como ensañarse con una población cerca de Sidón, vendiendo a treinta mil hombres, y
consiguiendo una suma para él de 400 talentos. Incendió una importante ciudad
en Persia. E incursionó en la locura del culto a sí mismo, y supo hacer
dilapidar la hacienda de una ciudad, por celebrarse.
¿Dejó
de ser por esto instrumento de la providencia Alejandro? Debe datarse de la biblioteca que llegó a existir a raíz
de su significativa fundación, y que refundó el estudio de Homero y otros autores en toda Grecia. ¿Esto está separado de su
fase brutal? No lo sabemos. Pero creo que en el vértigo de una danza cósmica,
al observarse desde allí la
Tierra, se concluyen cosas diferentes y ampliadas, porque ese
palco debe permitir descifrar, un encriptado que parece difícil.
*Escritor
Miembro del Centro de Estudios Populares
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