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Los
representantes políticos de la ciudadanía suelen olvidarse que lo
son. Muchas más son las veces que ignoran la responsabilidad de ser
las voces del Pueblo, que las que recuerdan que ha sido la voluntad
de mayorías, circunstanciales pero válidas, las que han hecho que
estén donde están. Es casi autómático el cambio de actitud al
asumir sus cargos, convirtiéndose, muchos de ellos y ellas en
auténticos amnésicos de sus obligaciones con lo votado.
Es
justo decir también que, por el lado de los ciudadanos, hay una
apatía y permisividad que abona esa actitud despreciativa del
mandato que debieran cumplir los mandatarios, si fueran honestos y
leales, claro. Cierta laxitud y mucho lavado de cerebros mediático,
terminan por otorgar un cheque en blanco para que decidan los
electos, en vez de los electores, destinatarios evidentes de
cualquier medida que se tome en los ámbitos del poder político.
Entonces
suceden hechos como la votación de dos ordenanzas opuestas en sus
concepciones en el Concejo Municipal de Rosario. Con la caradurez
propia de los usurpadores de representatividad que son, cambian una
regla votada por unanimidad prohibiendo el uso del glifosato dentro
del ejido urbano de la ciudad, por otra donde se permiten productos
más peligrosos todavía que el mencionado.
No
se cuidan de permitirnos ver como los poderosos dueños de la
producción agraria ejercieron tales presiones mediáticas y
personales hasta lograr un cambio absoluto en sus votos, con la
ridícula disculpa de haber tenido poca información en la primera
votación. Semejantes idioteces solo pueden sostenerlas quienes no
tienen altura moral para ejercer sus cargos, generando la sospecha de
que algunas valijas circulan nuevamente por el Palacio Vasallo.
Aunque
nos genere asco, la posición de los lobistas sojeros no causa
extrañeza alguna. Su desprecio hacia la población ajena a sus
negocios (y negociados) es parte de su condición de miserables
asesinos del ambiente y, por su depredación, de la vida humana
también.
Sin
embargo, más enervación produce la acción degradante de la
política de los concejales que votaron tamaño despropósito. Mucho
más repele esa sarta de mendacidades para sostener sus votos,
acompañados por los otros actores fundamentales para el logro de
semejantes despropósitos: los medios de comunicación, cómplices
indispensables de las muertes cotidianas provocadas por esa
producción agraria fumigadora de los suelos y las verdades.
Pero
ahí seguirán, levantando las manos de la indignidad para gobernar
siempre para el Poder, nunca para el Pueblo. Ahí van, cuesta abajo
en su derrotero de inmoralidades, ni siquiera sintiendo la vergüenza
de haber sido elegidos para terminar no siendo lo que sus promesas
generaron en tantos ilusos, que lloran ahora el viejo tiempo de la
ética que, con estos concejales, nunca volverá.
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