viernes, 1 de diciembre de 2017

EL MILITANTE

Por Roberto Marra
Dedicado especialmente a la memoria de
Miguel Latorre y Federico Alabern,
dos grandes militantes
que nos enseñaron a defender
los ideales de solidaridad y justicia social.
 
Ni siquiera dormirá un par de horas, para poder llegar temprano a la salida del colectivo que lo llevará al acto. Cargará su bolsito con termo y mate, enrollará una bandera y se dispondrá a caminar hasta encontrarse con sus compañeros. La alegria de compartir la lucha con sus iguales le dará las fuerzas que sus años le van quitando. Bromas, mates y canciones lo acompañarán en las largas horas hasta llegar a su destino, el lugar del comienzo de la marcha hacia la concentración. Allí se reencontrará con viejos conocidos de siempre y caminará junto a ellos desplegando las banderas y pancartas.
Bombos y petardos, carteles y gritos, utopías y convicciones, se mezclan en el mágico ritual de la espera y la bienvenida. Los apretujones que no duelen, las manos que enrojecen casi tanto como las gargantas gastadas para expresar sueños que no mueren nunca y deseos que se sostienen poniendo el cuerpo. Himno, marchita y más canciones, los oidos atentos al discurso tan esperado, las manos extendidas tratando de tocar las de la esperanza que los convoca. El instante supremo cuando cree que su mirada se encontró con quien lo hace temblar con sus discursos. El final apoteótico cuando los sonidos parecen no tener extremo posible. El no querer que termine nunca ese momento de inusual conexión unívoca con tantos miles de iguales. El lento y satisfecho regreso al colectivo, donde dormirá el cansancio incontenible de tantas horas de tensiones felices.
Llegada, despedida y vuelta a su calle solitaria, cuando la madrugada se va encendiendo y las luces apagando. Los ladridos de su perro lo reciben como siempre. Una ducha, un café para despertarse del todo y otra vez a la rutina diaria. Pero distinta. Porque se siente distinto. Porque sus ideales se reafirmaron. Porque sus compañeros le dieron más fuerza y las palabras del discurso lo llenaron de futuro. Porque ahora podrá taparle a la boca al que lo cruza siempre con las falsedades de quien solo puede odiar. Su victoria chiquita será igual a la de millones, alentados por las mismas certidumbres y alimentados por el mismo amor a sus anhelos.
Continuará ahora con el hábito de su trabajo diario, atento a que lo convoquen para el regreso a esa plaza de la gloria popular, sin otro motivo que llenarla de ilusiones para otros que, como él lo hiciera hace tanto tiempo, estén iniciando el largo, sacrificado pero fascinante camino del militante.

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