Imagen de "Las Provincias" |
El
ombligo, ese último resabio de nuestra llegada al Mundo, ese resto
de la conexión maternal con nuestro orígen, parece ser el lugar más
mirado por estos tiempos. Millones de observadores de ombligos
pululan por doquier, con las miradas fijas en tan pequeño sector de
sus cuerpos. No lo hacen por admiración de belleza alguna, ni por el
recuerdo de sus días intrauterinos. Nada de eso.
Es
la mirada de quienes no quieren ver. Es la cómoda posición de los
que huyen de lo tangible para refugiarse en fantasías y delirios
comunicados con la calidad que los perversos saben. Es la
perseverancia en la ignorancia feliz y la alegria de no saber nada.
Es la incapacidad de levantar la vista hacia la verdad que se revela
a cada instante, brutal y profunda, con su carga de tragedia social,
de pobreza material y espiritual, de miseria programada.
Tal
vez la insistencia de su ombligomanía provenga de la enseñanza en
las aulas, donde la carga permanente de estigmas de vieja data,
convierten a muchos en egoistas contumaces, en ciudadanos de
engreídas prosapias sin base real, auténticos escudos contra lo
evidente, alejados integrantes de una sociedad de miraombligos.
Más
que seguro que tanta insistencia autosatisfactoria, tanto desprecio
por los demás, les hace pensar que están a salvo de los creadores
de sus rutinas mironas. Se sentirán lejos de las consecuencias de
las maldades estudiadas para convertirlos en sus sostenes políticos.
Creerán que nadie los molestará si cumplen con la reverencia al
Poder que aman, tanto como le temen.
Pasarán
frente a ellos, miles y miles de zaparrastrosos, de abandonados, de
ninguneados por los poderosos. Se caerán las estructuras económicas
y financieras, se destruirán las industrias y el trabajo digno, se
perderán las vidas de millones por falta de atención a la salud.
Nada de eso verán, insistiendo en sus miradas ombligómanas, sus
expresiones de desprecio hacia el molesto pobrerío y de vanagloria
por sus vidas vacías de sinceridad y repletas de fantasías
ególatras.
Un
día, cuando el abandono de sus queridos amos se evidencie en sus
empobrecimientos, cuando sus supuestos lujos se desvanezcan como la
niebla con el sol, encontrarán frente a ellos a la invitada que le
negaban la entrada, a la saludable vengadora de los tiempos perdidos
por la indignidad de pretensiones ilusorias, a la única hacedora de
futuros comunes y desarrollos virtuosos: la realidad. Y sus ombligos,
recién entonces, dejaran de ser el centro de sus miradas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario