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Tanto
se ha venido hablando en estos últimos tiempos sobre la cultura del
trabajo, que el “gerentismo” gobernante tomó nota y está
produciendo una verdadera “revolución” en la materia. ¿Cuántas
veces se escuchó hablar sobre la necesidad de que haya más trabajo?
¿Cuántas se dijo que a los más viejos les costaba conseguirlo?
Bueno, el gobierno actual ha encontrado la receta que lo hará
posible: extender la edad jubilatoria, para que todos y todas puedan
gozar de continuar con su amado trabajo.
Además,
para que no queden dudas sobre sus intenciones laboralistas, propone
ampliar la cantidad de horas en sus empleos. Todo, con tal de
satisfacer las necesidades de los trabajadores. Bueno, de los
patrones también. Es que, con la amplitud de criterio que lo
caracteriza, expresa su policlasismo aceptando las “sugerencias”
patronales y les reduce sus aportes a la seguridad social. ¿Para qué
pagarlos ellos, si los propios laburantes se ofrecen gustosos a
hacerlo?
No
se queda allí la labor transformadora del presidente. Quiere atacar
la raiz de los males en la administración pública, que vendrían a
ser los nombramientos de familiares y amigos de funcionarios
ministeriales. De la administración anterior, por supuesto.
Esforzado
intelectual del trabajo, nuestro presidente ya lo ha pensado todo.
Despide unos miles de empleados de bajos salarios y contrata otros de
altos salarios, pero eso sí, de buenas familias y apellidos ilustres
que, casualmente, coinciden con los de los ministros actuales.
Mientras
tanto, continúa su pertinaz esfuerzo por elevar la producción. Para
hacerlo, considera que hay que tomar créditos, con los cuales, a su
vez, se cubrirán las salidas de dinero de las arcas del Central (del
Banco, no del Club rosarino), destinadas a producir... ganancias a
los fondos buitres especulativos, que sabemos siempre atentos a las
necesidades de nuestra Patria.
Nunca
faltan los detractores cuando se intenta revolucionar la actividad
productiva. Con esas pretensiones ridículas de comer tres veces al
día, de enviar los chicos a la escuela o de poder comprar remedios
baratos, asaltan las calles impidiendo el tránsito de los buenos
ciudadanos que sí se alimentan tres veces al día, sí envían sus
hijos a las escuelas (privadas) y sí tienen coberturas médicas de
alto nivel. O por lo menos, eso creen...
También
para esto tiene soluciones el presidente. En realidad, es la ministra
de In-seguridad Bullrich, que acostumbra mimetizarse con sus
subordinados de uniforme, para emprender las necesarias persecusiones
a los bárbaros que intentan minar el progreso y, sin vergüenza
alguna, pretenden tierras de sus antepasados que, como todos sabemos
por lo dicho alguna vez por el Gral. Roca, no les corresponden porque
son indios. Y encima, pobres.
Nos
aseguran que es la hora del comienzo de una nueva era. Que es el
vislumbrar de una época de felicidades sin límites. Para pocos, es
cierto, pero todo no se puede. Los demas podemos mirar esa felicidad
en pantallas de 40 pulgadas y en cada uno de los canales que el
gobierno mantiene para hacernos conocer la verdad. La de ellos solos,
por supuesto, para que no nos contaminemos del odio de los que están
del otro lado de la grieta. Aunque, ahora que lo dicen... ¿no somos
nosotros los que estamos ahí?
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