miércoles, 6 de diciembre de 2017

LA UNIDAD VANA

Por Roberto Marra
¡Qué linda es la unidad! El número uno es bonito, erguido, enhiesto, firme, siempre con un brazo señalando un camino, uno solo. Todos los demás van detrás de él. Todos quieren ser el uno. El que gana, en cualquier actividad, es el uno. La unidad es el resumen, es la congruencia, la confluencia de muchas fracciones que suman... uno. Pero, ¿siempre representa la unidad el uno?
En la ciencia no cabe duda que sí. En la política, rara vez. La unidad es una entelequia la mayoría de las veces que se la menciona. En algunos casos es deseo real. En otros es falsa convocatoria a resumir posiciones imposibles de aunar, por contradictorias.
Suele forzarse la unidad, en busca de lograr objetivos circunstanciales, más como medio especulativo que como meta real y querida. En estos casos, los resultados finales son, inevitablemente, la disgregación. Cuando sucede, los antiguos convocantes a la unidad olvidan absolutamente sus pretéritas expresiones edulcoradas sobre sus aunados, convirtiéndose más bien en sus peores enemigos, como tratando de mostrar efusivamente sus diferencias que, hasta hacía un rato, parecían no existir.
Empiezan entonces la búsqueda de otras armonizaciones con nuevos confluentes, buscando sostener lo contrario de lo que antes se defendía, pero, eso sí, diciendo que es lo mismo, pero mejor. Ese nada extraño comportamiento dual, indica el grado de lealtad a principios que enuncian, pero no defienden en los hechos. 
Este tipo de especuladores los hay a montones en los ámbitos legislativos actuales. El deshonor de olvidar sus orígenes para lograr el relativo y fugaz “éxito”, lo convierte en pasajero del tren del olvido de la historia, que avanza velozmente con el combustible del egoismo y la soberbia. Son como esas rutilantes estrellas de cine que desaparecen tan pronto se descubren sus escasas virtudes artísticas.
Pero no por sus brevedades son poco influyentes. Alimentados por las mieles del Poder, mediatizados hasta el hartazgo, convertidos en figurones de un espectáculo degradante de la política, logran minar las confianzas de los ciudadanos sobre sus auténticos representantes, esos que no los traicionan, los que no especulan con miserables cambios de bandos para obtener las migajas de las corporaciones.
Su trabajo ya estará hecho. Habrán destruido esa unidad a la que se sumaron cuando el verdadero número uno, el líder del momento, los convocó. Habrán logrado alejar a millones de ilusionados de la esperanza en sus propias convicciones, destruídas por la miserable y rapaz acción depredadora de estos falsos profetas de las unidades vanas.

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