miércoles, 15 de marzo de 2017

LO PRIMERO YA NO ES LA SALUD

Imagen de Best Doctors Blog
Por Roberto Marra

La salud es lo primero, decían nuestras abuelas. Por entonces, el médico “de familia” era lo común, convertido en la persona de confianza absoluta para la solución de las enfermedades de chicos y grandes. Pero también era un referente, un consejero que aliviaba los pequeños dramas cotidianos, con la autoridad que le otorgaba un título universitario al que no muchos podían acceder, y que lo enaltecía en la sociedad.
Hoy en día, el avance científico y tecnológico logra remediar, o al menos contener, muchos de los riesgos para la salud, y los médicos han adquirido conocimientos que les permiten diagnósticos más precisos y certeros. Además, las múltiples especialidades han generado mayores exactitudes en los tratamientos para aliviar los males físicos y psíquicos.
Sin embargo, el factor humano en la relación médico-paciente se ha deteriorado hasta el límite de su casi inexistencia, en algunos casos. Casi como números, una tras otras pasan las personas por los consultorios, donde el ahorro de tiempo parece ser lo primordial y la palabra ha perdido la importancia que otrora tenía.
La privatización de la medicina es el factor fundamental en este proceso de deshumanización de esa comunión oral, trocando los objetivos de la sanidad por los privilegios de las ganancias. Sociedades anónimas reemplazan a los hospitales públicos y, además, en ambos trabajan a destajo los profesionales contratados, sin tiempo para la palabra aliviadora y el abrazo solidario.
La voracidad por elevar sus status, ha transformado a muchos médicos en simples engranajes de la maquinaria capitalista, donde los seres humanos ya no son el eje de sus labores. Empresarios de cualquier rubro abren sanatorios como si fuesen maxi-quioscos, donde todo se vende y la ética solo es un recuerdo de un pasado que no reconocen.
Ahora las políticas sanitarias han sido abandonadas a su suerte, con un Estado que renuncia a sus obligaciones para beneficiar a las poderosas corporaciones de la medicina, desabasteciendo hospitales e inaugurando pomposos e inaccesibles sanatorios, con jubilados a quienes se les impone condiciones para acceder a sus medicamentos gratuitos y millones de personas que navegarán por mil penurias para lograr un tratamiento digno.
La salud ya no es más lo primero. La palabra no importa más. El tiempo está secuestrado por el dinero. Y la vida solo es tratada con señales informáticas, simples leyendas en pantallas que nos otorgará un número para que nos atienda un robotizado médico, que no sabrá nunca quienes somos.

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