Imagen de Sin Mordaza |
El abandono es una de las perversiones del sistema en el que
vivimos. Abandono que no es otra cosa que la manifestación más clara de los
objetivos que se persiguen desde el Poder, a través del dominio del destino de
las mayorías, para beneficio de muy pocos privilegiados. Ni la pobreza ni la
miseria son simples daños colaterales de la aplicación de sus programas
económicos. Son, precisamente, los imprescindibles medios de los que se sirven
para obtener sus súper ganancias, extraídas del sacrificio de generaciones de
empobrecidos.
Dentro de esas perversas maneras de sojuzgamiento, niños y
jóvenes son las víctimas más dolorosas, por tener la doble condición de la edad
y la pobreza como estigmas de sus condenas. Lejos de comprender la
trascendencia de sus futuros para la construcción de la sociedad, promueven sus
miserias, al punto de sub-alimentarlos, desproveerlos de educación y de
atención a la salud, modo ruin de destruir sus vidas y transformarlos en carne
de cañón del delito organizado.
Después aparecen las compungidas expresiones de funcionarios
cómplices de los poderosos, acerca de la proliferación de la delincuencia
juvenil, para lo cual tendrán siempre una respuesta violenta, intentando acabar
el delito con la muerte disfrazada de enfrentamientos o, si no lo logran así,
acabar con sus vidas lentamente en esos campos de concentración disfrazados de
“institutos de rehabilitación”, que poco tiene de institucional y menos de
re-habilitación.
Esos ámbitos son la muestra repugnante de las formas que el
Poder utiliza para perpetuar sus dominaciones, concentrando crueldad y
degradación sobre los cuerpos y mentes de quienes caigan tras sus rejas. Muy
lejos de intentar modificar sus conductas a través de tratamientos que los
re-conviertan en seres humanos recuperados para la dignidad propia y social,
los encierran en celdas mugrosas, donde tantos castigos re-alimentarán el odio
y el rencor a la sociedad que todo les negó.
De tanto en tanto, algunos jóvenes encerrados intentan
manifestar la brutalidad que padecen, con una quema de colchones que,
invariablemente, termina con sus vidas. Para la sociedad embrutecida, habrán recibido
lo que merecen. Para los inútiles a cargo de esos “institutos”, serán otro número de la cruel lotería del dolor. Para el
Poder Judicial, solo un expediente perdido en los tribunales.
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