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Hay palabras que poseen varios significados, lo que las hace
interesantes para explicar la realidad. Sabido es que todos tenemos nuestras
pequeñas o grandes miserias, vistas éstas como desgracias. También que muchos,
están en la miseria, por sus situaciones económicas. Están además, quienes
llamamos miserables por su extrema avaricia.
Podemos considerar que los que cobran miserias por sus
trabajos son mayoría o, al menos, eso que ahora se suele denominar “minoría
intensa”. Muchos de estos ciudadanos, están en la miseria, literalmente, al no
acceder a los mínimos requerimientos para satisfacer las necesidades básicas.
Suficiente razón para considerarse desgraciados, o sea, miserables.
Los generadores de semejante miseria humana, son los avaros
dueños de un Poder que todo lo domina y de lo cual se derivan la pobreza y la
indigencia, que castigan a las mayorías y destruyen las vidas de millones, para
satisfacer la gula monetaria de estos perversos patrones del Mundo.
Es ese uno por ciento de la población mundial que,
atrincherado en sus paraísos de papel moneda, rodeado de tantas armas que
podrían destruir el Planeta varias veces, actúan como los agujeros negros de un
Universo terrenal, absorbiendo las riquezas que genera el sudor y las penas de
millones de esclavos modernos, a quienes ya no se obliga con latigazos, sino
con coerciones mediáticas y promesas eternas de futuros imposibles.
Los verdaderos miserables, los que nada tienen, los
perdedores permanentes, transitan sus vidas atravesados por mezquinos
pensamientos inyectados también por los siniestros amos planetarios y sus
cómplices locales. Algunos, incluso, viven la ilusión de parecerse a sus
verdugos, aplastando a quienes están un escalón debajo de sus condiciones
sociales, imitando el sojuzgamiento que sufren en carne propia.
El virus de la miseria humana ha inoculado a millones de
sencillos trabajadores, transformados en buscadores de cambios, que solo les ha
significado el regreso a sus antiguas infelicidades. Y esto pudo ser así, gracias
a la miserable actitud de los indigentes morales, rendidos frente a las
propinas arrojadas por el Poder. Un Poder que solo pagará sus cuentas el día en
que los millones de “nadies”, al unísono, decidan poner fin a la miseria. Y al
dominio de los miserables.
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