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La referencia a la seguridad como disculpa para el ejercicio
represivo policial, es muy común en nuestra historia política y social. En su nombre
se han realizado verdaderos crímenes, casi siempre impunes, en supuesta
salvaguarda de los intereses de los ciudadanos “decentes”.
En nombre de la seguridad se sostienen, también, sistemas
carcelarios denigrantes de la condición humana. Decenas de veces hemos visto las
dramáticas revueltas carcelarias donde, por lo general, mueren algunos
detenidos, hacinados en espacios que no podrían contener ni a la mitad de ellos
en condiciones dignas.
En esos casos, la conmoción periodística inicial, donde se
mezcla el morbo siempre presente en las crónicas destinadas a desviar la atención
de lo verdaderamente importante, solo sirve para llenar espacios con discursos
repetidos y consternaciones falsas. Los muertos serán rápidamente tapados por
otros hechos prolijamente elegidos por el poder mediático para dar continuidad
a su trabajo de sostenimiento de la estructura represiva contra los
delincuentes pobres y protección de los forajidos ricos.
Sin propugnar el amparo de los delitos, ni a los asesinos,
ni a los ladrones, se debiera antes comprender la verdadera estructura
delictual y sus orígenes, para enfrentarla con la capacidad de respuesta
preventiva y sancionatoria que se corresponda con la salvaguarda de la vida
como base fundamental para su ejecución.
Muy lejos de ello, y sabedores de los instintos violentos que
todos los seres humanos guardan en sus psiquis, los dueños del poder se
aprovechan para promover la cultura de la venganza, reemplazo perverso de la
conciencia sobre la compleja estructura que conlleva una sociedad, donde buenos
y malos se entremezclan y donde la pureza espiritual, no existe.
En búsqueda de una organización social donde la división y
el antagonismo se profundicen para facilitar su dominación, nunca les importará
a los poderosos, la Justicia. Jamás se preocuparán por la tranquilidad de sus
dominados. Mentirán siempre sobre la seguridad que dicen defender en sus discursos
de obscenas ficciones de futuros de paz.
Alimentarán mediáticamente el apoyo de la población hacia los
siniestros métodos represivos y de encierro a los sectores sociales a quienes se
les asigna el origen de los delitos. Abonada
la estigmatización sobre el pobrerío, el desprecio de la sociedad “bien
pensante” verá con agrado la represión violenta con quien se atreva a desafiar
lo establecido, sin importar la inexistencia de delitos. Tarde descubrirán que todos
serán víctimas de sus propias necedades. Y cómplices, de sus propias muertes.
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