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La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y
la Alimentación (FAO), reconoce que hay seguridad alimentaria cuando todas las
personas tienen, en todo momento, acceso físico, social y económico a alimentos
suficientes, seguros y nutritivos para cubrir sus necesidades nutricionales y
preferencias culturales para una vida sana y activa.
Pero, a pesar que los datos de la producción mundial de
alimentos indican que, distribuida equitativamente, sería suficiente para
proporcionar una dieta aceptable a cada una de las personas que actualmente
viven en el mundo, cerca de 1000 millones de personas sufren hambre. Esto
sucede, mientras la tercera parte de la producción de alimentos se despilfarra
y no llega a los consumidores.
Los responsables de este genocidio permanente, escondidos
detrás de discursos grandilocuentes sobre el futuro fin de la pobreza, invitan
a esperar el maná que derrame de las copas de los ricos. Los propios hambrientos,
paradójicamente, aceptan esta estructura mortal de abandono, porque sus deficiencias
alimentarias también implican la incapacidad de elaboración de respuestas
acordes a sus desgracias. Sus expectativas solo pueden ser las de sobrevivir
hasta mañana, si es que lo logran.
Hemos escuchado hasta el cansancio que nuestro País produce
alimentos para una población equivalente a más de 300 millones de personas. Sin
embargo, el hambre sigue ahí, disimulado detrás de cifras que se muestran solo como
eso, simples números. Los cuerpos carentes de calorías no se ven, o lo que es
peor, se ocultan.
Con perversa saña, los dueños del Poder elevan sus riquezas,
despojando de futuro a los más débiles de esta cadena del horror alimentario: a
los niños. Ni la educación ni la atención a la salud les están dejando, mínimos
requerimientos para saberse miembros de una sociedad que casi ni merece
llamarse así, porque ha dejado a la solidaridad de lado, y donde los sueños de
justicia social son repudiados por mayorías de idiotizados al servicio de sus
verdugos.
¿De dónde saldrá la energía que se necesita para modificar
tanta inequidad? ¿Quiénes serán los protagonistas de la épica batalla contra la
maldad, instalada como necesaria? ¿Cómo encontrar el camino entre tanta miseria
física y espiritual? Las respuestas a estas paradojales preguntas, solo podrán
salir de la energía unificada de los hambrientos, que han sido despojados de casi
todo, menos de sus simples sueños de ser, al menos, seres humanos.
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