Las 
experiencias traumáticas de fases recesivas en el ciclo económico 
argentino han determinado un sesgo analítico hacia la deducción de que 
toda crisis necesariamente concluirá en resultados devastadores. Los 
antecedentes de varias décadas ofrecen como prueba varios episodios 
críticos, con el saldo de fuertes devaluaciones de la moneda nacional, 
incremento de la desocupación, quiebra de empresas y bancos, deterioro 
social y fuerte aumento de la pobreza. 
Con la memoria histórica de 
perturbadora inestabilidad no pocos agentes económicos esperan el 
desenlace conocido del pasado, algunos deseándolo y otros atrapados por 
el temor. Uno de los aspectos más destacados del actual ciclo económico 
es que la crisis de 2009 y la de este año no han tenido la resolución 
prevista teniendo en cuenta las precedentes. Pese a la resistencia de 
quienes se mantienen abrazados al saber económico convencional, se ha 
demostrado que existe otra manera de transitar el trayecto recesivo de 
la economía amortiguando sus efectos; no profundizándolos. Esta opción 
ha desconcertado a los hombres de negocios dedicados a la 
comercialización de información económica que todavía buscan la brújula 
para orientarse en un mundo económico que expone con naturalizada 
brutalidad el fiasco de la ortodoxia. También ha descolocado a la elite 
empresaria lista para la salida tradicional de las crisis, ansiosa de 
construir profecías autocumplidas. Ante la desilusión de que no sucedió 
finalmente lo que pensaban que iba a ocurrir se sienten frustrados, 
emocional y patrimonialmente, porque apostaron, por ejemplo, a una 
fuerte devaluación. Que no haya habido un descalabro de proporciones en 
la economía en un contexto internacional muy difícil y condiciones 
locales complicadas no fue por la voluntad entregada en el ámbito 
religioso de la fe ni por vientos de cola o de frente provenientes del 
exterior, sino por una política económica heterodoxa, con debilidades y 
atolondrada gestión, que ha conseguido eludir el desenlace conocido de 
crisis pasadas de la economía argentina.
El mercado de trabajo es la muestra más nítida del impacto de la 
crisis y, a la vez, la efectividad de la estrategia para morigerarlo. La
 dinámica laboral se ha visto afectada por la pérdida de puestos, el 
leve crecimiento de la subocupación, una tasa de desempleo que no siguió
 bajando y el estancamiento en un porcentaje elevado del empleo 
informal. De acuerdo con la Encuesta de Indicadores Laborales elaborada 
por el Ministerio de Trabajo, el nivel de empleo registrado en empresas 
privadas luego de crecer en forma ininterrumpida durante nueve 
trimestres consecutivos, en los dos primeros trimestres de 2012 reflejó 
un descenso del 0,6 por ciento. Durante fases recesivas o fuerte 
desaceleración del crecimiento se pierden puestos formales y, al mismo 
tiempo, otras personas no pueden acceder a un empleo formal. Otra de las
 consecuencias habituales es que trabajadores ocupados tanto en el 
sector formal como informal pueden sufrir deterioro de sus condiciones 
laborales, como reducción de salarios, acceso a empleos más precarios, 
desocupación y, hasta incluso, inactividad. Uno de los sectores más 
afectados son los jóvenes.
En esta instancia aparece el sendero bifurcado hacia las recetas 
tradicionales de la ortodoxia o hacia la opción de medidas 
contracíclicas para mitigar las consecuencias negativas de la crisis. 
Las políticas del Gobierno en el sector productivo y en el ámbito 
socio-laboral eligieron la segunda alternativa amortiguando el impacto 
del desorden económico internacional. El estancamiento de Estados Unidos
 y el descalabro europeo, zona económica que en conjunto representan la 
mitad del PBI mundial, condicionan al resto de las economías, incluyendo
 a la argentina. Además Brasil, principal socio comercial del país, 
tiene su economía estancada y los intentos para reanimarla no están 
teniendo el efecto esperado. Ante ese panorama ha sido fundamental la 
implementación de un conjunto de instrumentos de política económica para
 mantener la actividad productiva y preservar el nivel de empleo.
En los dos primeros trimestres de 2012, la tasa de desocupación ha 
permanecido por debajo del 8 por ciento. Este resultado es destacable 
sobre todo considerando que el crecimiento de la desocupación es una 
tendencia consolidada en muchos países, en especial en los europeos. 
Según la Organización Internacional del Trabajo, en los últimos cuatro 
años, por la crisis internacional se perdieron 30 millones de empleos en
 el mundo, elevando la cifra total a 200 millones, y estimando que el 
año próximo se destruirán otros 7 millones de empleos si las naciones 
industriales no adoptan medidas de reactivación.
El escudo de protección del mercado laboral local, como las reservas
 del Banco Central para enfrentar tensiones financieras y cambiarias, 
está integrado por un conjunto de medidas contracíclicas con el objetivo
 principal de protección del empleo, de manera indirecta, alentando la 
demanda doméstica e incrementando la protección de la producción local 
y, de manera directa, a través de políticas laborales específicas. Entre
 estas últimas se encuentran la reducción de la alícuota de 
contribuciones patronales, con el objetivo de estimular nuevas 
contrataciones en pymes, y el Programa para la Recuperación Productiva 
(Repro), orientado a limitar los despidos a partir de subsidiar una 
parte de la masa salarial de empresas en crisis.
El documento El impacto de las políticas laborales contracíclicas en
 el empleo asalariado registrado, de Victoria Castillo, Sofía Rojo y 
Diego Schleser, presentado en el último Congreso de AEDA, expone que la 
evaluación de esas dos políticas laborales en la crisis de 2009, que 
sirve de antecedente para la de este año, es que “la implementación de 
la medida de reducción de contribuciones patronales redujo a la mitad en
 el número de puestos que se habrían perdido durante la crisis de no 
mediar la política, mientras que el Programa Repro, fue efectivo 
limitando los despidos de trabajadores en el segmento de baja movilidad 
del tejido productivo y en empresas particularmente afectadas por la 
crisis internacional”. Esta política se ha articulado con los 
Procedimientos Preventivos de Crisis, instrumento de diálogo social 
entre empleadores y trabajadores para superar las fases contractivas, 
permitiendo un menor impacto negativo tanto para las empresas como para 
los asalariados.
Las políticas laborales específicas están complementadas con medidas
 de sostenimiento de ingresos mínimos, con la Asignación Universal por 
Hijo y la ampliación de la cobertura previsional. Del total de los 
menores de 18 años, el 83 por ciento recibe una asignación, mientras que
 en 1997 era de sólo el 37 por ciento. En tanto, el 95 por ciento de las
 personas mayores de todo el país percibe alguna transferencia por parte
 del sistema de protección social. A la vez, existen planes de 
mejoramiento de la capacidad de empleo de los trabajadores, con 
programas de capacitación y apoyo a la inserción laboral y el seguro de 
empleo.
El aumento del nivel de empleo registrado, con una estructura 
ocupacional con mejores condiciones laborales, y la amplia cobertura del
 sistema de protección social, han configurado un mercado laboral y 
social contracíclico que está en mejor posición que en crisis pasadas 
para enfrentar la fase negativa de la economía.
La cuestión central no es si una crisis externa impactará o no, sino
 el modo y la intensidad en que la misma terminará afectando la 
situación económica y social. Los instrumentos de defensa para morigerar
 los costos de la crisis han probado su efectividad y no fueron 
consecuencia de un factor de la naturaleza, como si fuera un hecho ajeno
 a decisiones políticas, sino por la definición de una estrategia 
económica que la ortodoxia dedica pasión en crítica. Observaciones que 
son una imprescindible guía para saber lo que no hay que hacer en 
materia económica.
*Publicado en Página12





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