domingo, 14 de octubre de 2012

AUTOCRÍTICA

Por Matías Garfunkel*

La autocrítica debería ser un pilar fundamental de la educación. Me refiero a la autocrítica en el sentido más amplio y abarcativo de la palabra. Al significado en su esplendor: y cuando la realizamos, podemos mirarnos al espejo y decir, a nosotros mismos y a nuestros seres queridos, "me equivoqué".
Nietzsche, en El ensayo de autocrítica, distingue en el pesimismo su cara ambivalente: dos tipos de pesimismo, el de la "fortaleza" y el de la debilidad. Este último es el que no se hace ilusiones, el que ve el peligro y no quiere encubrimientos. Es el que tiene el dominio de las cosas. Su fuerza es analítica. Nietzsche aplica este concepto a los hombres y europeos modernos y también al socratismo y a la ciencia, para él causantes de la muerte del arte. Y se pregunta: "¿Y si la ciencia, el cientificismo, fuese una defensa contra la verdad?" Pero, ¿cuál es la verdad? La ciencia y el socratismo serían, entonces, una huida de ese querer ser nada, que él encuentra como respuesta, una huida de una de las formas del nihilismo negativo.
Sin embargo, reconocer como mortales los propios errores y no caer en la desgracia de creernos seres superiores aun frente a nuestros semejantes, hace que repitamos nuestros propios errores una y otra vez. Ya sea por falta de consejos, por capricho o tan simple, por soberbia. Aprender a reconocer nuestras equivocaciones nos vuelve más grandes. Como ciudadanos, como personas, como padres, políticos o empresarios. Para criticar a otro, qué mejor que comenzar por una propia autocrítica. Por los errores que por imprudencia, abuso de confianza, o por desesperación en la soledad, hicieron que buscara malos socios, peores abogados, y pésimos amigos.
La personas forman familias, las familias conforman sociedades, las comunidades que se constituyen como pueblos, luego Estado, luego Nación. Pero es curioso cómo el último eslabón de ese todo organizado es semejante al individuo. Sin embargo, existen elementos que muchas veces contribuyen a situarnos en posiciones distintas que dificultan la búsqueda de soluciones. Los límites, cuando no ofrecen razón suficiente, terminan siendo enemigos de la existencia porque no se reconocen en su legitimidad.
La prueba está cerca. El cacerolazo del pasado 13 de septiembre lo demostró. Los perdedores, aunque le hagan creer al 100% de la sociedad que componen el 46% que no votó a Cristina Fernández de Kirchner, decidió salir a la calle a batir metales en reclamo de consignas que están lejos de atenuar los posibles índices de desigualdad, la explotación, la pobreza, la injusticia social. El problema de esos grupos, que necesitan pronta autocrítica, está en la falta de autocrítica. Ni siquiera fueron capaces de sostener una regularidad en sus protestas. No pueden hacerlo porque no tienen propuestas. La protesta sin propuestas, se sabe, es el único pan que puede comer la ambiciosa derecha. Existe sí, vocación pseudorrevolucionaria y estados de ánimo batalladores aunque, se sabe, la revolución siempre necesita un arduo trabajo. Las consignas de Clarín, de La Nación y del semanario Perfil, vuelven al pasado, al abrazo de las políticas neoliberales, sin exigir a esos grupos una cohesión y organización necesarias para arriesgar sus pobres posiciones. Eso sí, en una futura autocrítica, deberían preguntarse acerca de la modalidad destituyente. Por ahora, el grupo de caceroleros autoconvocados no tiene una representación, más allá de cuatro personajes que dio a conocer el semanario Perfil en su edición del fin de semana pasado. El dólar, la cadena nacional, la inseguridad, la dictadura K, la ausencia de conferencias de prensa, o la re-re de Cristina. Ni siquiera los opositores discuten esas cuestiones. Están ocupados en el día a día. Por caso, Mauricio Macri o José Manuel De la Sota, sobrevivientes de la desindustrialización, de la retracción de las capacidades productivas, de la precarización del empleo. Pero la derecha se camufla, busca hendijas. Tiene los medios. Las redes sociales lo demostraron. Y la impunidad, ante símbolos como los pañuelos de Madres y Abuelas, que ridiculizaron el día de esa convocatoria, o la cruz esvástica con la leyenda "Cristina 2015". Cabe recordar que ambas barbaridades fueron recogidas y reproducidas por un blog de TN, la señal de cable del Grupo Clarín. Es imperativo no olvidar que la cultura dominante existe porque es alimentada por el enorme aparato que conforman los medios hegemónicos.
La autocrítica, sin dudas, lleva al cambio, al crecimiento. Aprender de nosotros mismos. De nuestros errores del pasado, evitar volver a cometerlos. Es así como cada uno, desde el lugar que le toca vivir, tiene la obligación moral de hacer su propia autocrítica. De ese modo, podremos ver y disfrutar nuevos horizontes, cuando el pasado oscuro de nuestra historia va siendo desterrado de nuestras vidas.
Lamentablemente, los genocidas, los torturadores de nuestras propias tropas en Malvinas, los grandes diarios y algunos de sus periodistas estrellas, jamas tendrán la grandeza de decir: "me equivoqué". Quiero un país mejor que el que me tocó para dejarles a mis hijos. Después de tantas tapas falsas de Perfil, Clarín o La Nación, sería magnífico también una autocrítica de su parte, la misma que ellos mismos les piden a los políticos.

*Publicado en Tiempo Argentino

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