La autocrítica debería ser un pilar
fundamental de la educación. Me refiero a la autocrítica en el sentido
más amplio y abarcativo de la palabra. Al significado en su esplendor: y
cuando la realizamos, podemos mirarnos al espejo y decir, a nosotros
mismos y a nuestros seres queridos, "me equivoqué".
Nietzsche, en El ensayo de autocrítica, distingue en el pesimismo su
cara ambivalente: dos tipos de pesimismo, el de la "fortaleza" y el de
la debilidad. Este último es el que no se hace ilusiones, el que ve el
peligro y no quiere encubrimientos. Es el que tiene el dominio de las
cosas. Su fuerza es analítica. Nietzsche aplica este concepto a los
hombres y europeos modernos y también al socratismo y a la ciencia, para
él causantes de la muerte del arte. Y se pregunta: "¿Y si la ciencia,
el cientificismo, fuese una defensa contra la verdad?" Pero, ¿cuál es la
verdad? La ciencia y el socratismo serían, entonces, una huida de ese
querer ser nada, que él encuentra como respuesta, una huida de una de
las formas del nihilismo negativo.
Sin embargo, reconocer como mortales los propios errores y no caer en la
desgracia de creernos seres superiores aun frente a nuestros
semejantes, hace que repitamos nuestros propios errores una y otra vez.
Ya sea por falta de consejos, por capricho o tan simple, por soberbia.
Aprender a reconocer nuestras equivocaciones nos vuelve más grandes.
Como ciudadanos, como personas, como padres, políticos o empresarios.
Para criticar a otro, qué mejor que comenzar por una propia autocrítica.
Por los errores que por imprudencia, abuso de confianza, o por
desesperación en la soledad, hicieron que buscara malos socios, peores
abogados, y pésimos amigos.
La personas forman familias, las familias conforman sociedades, las
comunidades que se constituyen como pueblos, luego Estado, luego Nación.
Pero es curioso cómo el último eslabón de ese todo organizado es
semejante al individuo. Sin embargo, existen elementos que muchas veces
contribuyen a situarnos en posiciones distintas que dificultan la
búsqueda de soluciones. Los límites, cuando no ofrecen razón suficiente,
terminan siendo enemigos de la existencia porque no se reconocen en su
legitimidad.
La prueba está cerca. El cacerolazo del pasado 13 de septiembre lo
demostró. Los perdedores, aunque le hagan creer al 100% de la sociedad
que componen el 46% que no votó a Cristina Fernández de Kirchner,
decidió salir a la calle a batir metales en reclamo de consignas que
están lejos de atenuar los posibles índices de desigualdad, la
explotación, la pobreza, la injusticia social. El problema de esos
grupos, que necesitan pronta autocrítica, está en la falta de
autocrítica. Ni siquiera fueron capaces de sostener una regularidad en
sus protestas. No pueden hacerlo porque no tienen propuestas. La
protesta sin propuestas, se sabe, es el único pan que puede comer la
ambiciosa derecha. Existe sí, vocación pseudorrevolucionaria y estados
de ánimo batalladores aunque, se sabe, la revolución siempre necesita un
arduo trabajo. Las consignas de Clarín, de La Nación y del semanario
Perfil, vuelven al pasado, al abrazo de las políticas neoliberales, sin
exigir a esos grupos una cohesión y organización necesarias para
arriesgar sus pobres posiciones. Eso sí, en una futura autocrítica,
deberían preguntarse acerca de la modalidad destituyente. Por ahora, el
grupo de caceroleros autoconvocados no tiene una representación, más
allá de cuatro personajes que dio a conocer el semanario Perfil en su
edición del fin de semana pasado. El dólar, la cadena nacional, la
inseguridad, la dictadura K, la ausencia de conferencias de prensa, o la
re-re de Cristina. Ni siquiera los opositores discuten esas cuestiones.
Están ocupados en el día a día. Por caso, Mauricio Macri o José Manuel
De la Sota, sobrevivientes de la desindustrialización, de la retracción
de las capacidades productivas, de la precarización del empleo. Pero la
derecha se camufla, busca hendijas. Tiene los medios. Las redes sociales
lo demostraron. Y la impunidad, ante símbolos como los pañuelos de
Madres y Abuelas, que ridiculizaron el día de esa convocatoria, o la
cruz esvástica con la leyenda "Cristina 2015". Cabe recordar que ambas
barbaridades fueron recogidas y reproducidas por un blog de TN, la señal
de cable del Grupo Clarín. Es imperativo no olvidar que la cultura
dominante existe porque es alimentada por el enorme aparato que
conforman los medios hegemónicos.
La autocrítica, sin dudas, lleva al cambio, al crecimiento. Aprender de
nosotros mismos. De nuestros errores del pasado, evitar volver a
cometerlos. Es así como cada uno, desde el lugar que le toca vivir,
tiene la obligación moral de hacer su propia autocrítica. De ese modo,
podremos ver y disfrutar nuevos horizontes, cuando el pasado oscuro de
nuestra historia va siendo desterrado de nuestras vidas.
Lamentablemente, los genocidas, los torturadores de nuestras propias
tropas en Malvinas, los grandes diarios y algunos de sus periodistas
estrellas, jamas tendrán la grandeza de decir: "me equivoqué". Quiero un
país mejor que el que me tocó para dejarles a mis hijos. Después de
tantas tapas falsas de Perfil, Clarín o La Nación, sería magnífico
también una autocrítica de su parte, la misma que ellos mismos les piden
a los políticos.
*Publicado en Tiempo Argentino
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