Por Gustavo Daniel Barrios*
Quiero estacionarme en el
recuerdo de aquellos treinta y tres mineros sepultados en Agosto de 2010, y
rescatados todos ellos a mitad de Octubre de ese año. En clave de poesía
hablando, lo tuvo todo de poético aquél suceso trágico devenido más tarde en felicidad.
La composición que plasmó la televisión, más el ingenio tecnológico de ducto,
encamisado y cápsulas, tuvo esa omnipresente dimensión poética en esos días, y
en tanto eso fue, se grabó en el alma de todos.
En la última noche ya nadie que
fuese sensible se pudo desentender ni independizar del rescate y su potente
emotividad. La gente se plantó frente a las pantallas, en Chile como en nuestro
país, pero también en Borneo; en Colombia en Ecuador en Panamá, pero también en
el país de los malayos, en las oficinas de Kuala Lumpur, queriendo con esto
explicar que el acontecimiento de la mina San José, vino a consagrar una visión
unificadora para este tiempo, que en el más remoto de los océanos, en fusión
con el océano que más acá baña las costas chilenas, se despertó un instinto
primordial, sin visitación tal vez desde antes que se pusiera la primera piedra
en Tiahuanaco, una de las que hoy son ruinas: es el instinto de ascender con
coraje y fe imbatibles, hasta los terrenos fértiles, abstractos, que se ubican
en los entornos o atraviesan entornos y nodos urbanos y sociales, en donde la
organización comunal no formal al menos dispone de los recursos que prometen
preservar, liberando de los mefíticos ambientes de esos huecos –lugares más que
metafóricos, tan reales como lo son campos amurallados en los que se ultrajan
en cultos suicidas a esclavos de sectas lideradas por dementes, o tan real como
fue en el manicomio de Montes de Oca-......, prometen preservar decía, a los
que han nacido para ser libres.
El navío de rescate –de metal-,
internándose cientos de veces en las profundidades de una masa de granito, para
llegar hasta el hueco ubicado en las entrañas de un continente, donde el mando
le pertenece al puro azar, y escasean las promesas de vida. Ese navío de metal
–que eran tres-, fue el colofón del mensaje de dimensión poética, en el que el
suceso de los mineros atrapados, atrajo la más viva y honda atención de gente
sensible en todos los pueblos, en donde sea. Una atención que interpreto
también como una nueva visión en cierto modo antropocéntrica, pero en sentido
sagrado, como fue –es- la de que la unión que hace la fuerza –esta unión no es
estrictamente política-, posee ilimitada capacidad para realizar hechos, y
andando en esa clave, hoy nos enfocamos en suprimir todo trato en este caso por
ejemplo con los magnates de los recursos minerales, expresando con esto una
generalidad de avaricia y crueldad, y suprimimos el trato simplemente porque
estos son apropiadores de gente inocente –operarios-, a los que arrastran a
morir y luego no les reconocen los derechos.
Aquél rescate, en que un débil
Estado chileno rebuscó fondos con premura, sacándolo hasta de donaciones,
mostró una vez más que aun ese Estado notorio por su ausencia en áreas claves,
es más confiable que la estructuración de los privados, y hoy con tiempos y los
operarios a salvo, uno supone que estará intentando recuperar para el erario
público, su parte en el coste del rescate, en acreencia sobre la firma
propietaria de la mina en Atacama.
Regreso a aquella clave de unión,
de solidaria pauta rubricada con arreglo a un consenso nuevo –la dicha visión,
o el nuevo códex-, irrenunciable en la mínima pretensión de establecer un
sistema de cooperación, en sentido amplísimo. Describo a un nuevo foro ecuménico,
policlasista e inteligente, que se anima a reconocer como potenciales amigos, a
quienes siendo diferentes, son evidentemente afines a ese códex ecuménico, toda
vez que estas honrosas personas han decidido al igual que uno, excluir de la
vida armoniosa que los más o menos cuerdos construyen en las urbes, a los
inmorales con marca de marginal. Aquí se hace mención de los trogloditas,
violadores de derechos colectivos a priori inalienables. Ocurre que estos trogloditas,
en un país acaso sutilizado por el retorno de un Estado central de éxito
superlativo, apestan. Siente la gente del común hoy rechazo por tipos y por
tipas que en su empecinado maltrato y pauperización a los otros, los que son
manipulados por estos criminales de corte ortodoxo, carentes de toda
conmiseración, e incompatibles con la alegría de vivir, que son los que
verdaderamente quedaron en el fondo del derrumbe, así sintonizados con la
muerte. Su permanente desprecio por las libertades individuales, su desprecio
por los derechos completos de la población, legítimos derechos, que intentan
como autómatas cada día violar, marca la diferencia entre los que a salvo están
en los terrenos fértiles, o lugares abstractos de colectivización, con aquellos
obstinados en habitar los suelos infértiles de mefíticos ambientes, también
abstractos, donde las seguridades están ausentes. Los trogloditas, en su
normalidad, quedaron sepultados.
En síntesis, hay un contrato del
que ya no se bajará la especie. Los mineros atrapados, y después sacados de
ahí, sintetizan el acontecer evolutivo. La evolución, se asienta en un
movimiento sostenido, que va corrigiendo los defectos de la vida humana en la
antigüedad, de tiempos remotos. Esa antigüedad estaba carente de la
experimentación y la depuración poca o mucha que los siglos ahora ya
transcurridos le dieron. Y esa antigüedad pues, por lógica, no pudo reparar
esos defectos, porque para eso está el curso de los siglos, pero más que nada,
la sucesión de las Edades. Empero es obvio que no se establece aun la
restauración. La comprensión estriba en que hoy somos una antigüedad, de
futuros anhelados, creo yo mucho más cercanos que los futuros que se soñaban
antes de que se construyese la gran muralla de fronteras en China. Pero
volviendo al punto, evolución quizá sea el standard de poner a salvo más
presto, y mejor, si en ese acto además se prestigia, libera y complace, a los
criados en situación desfavorable, cuando estos últimos han trascendido el
riesgo de ser dirigidos por los inculcadores del odio, y se han puesto ellos mismos
a defender lo que es a favor propio.
Y quiero extrapolar estas cosas,
añadiendo el caso de Lucio Cornelio Sila, dictador romano, muerto en el 78
de la Era precedente, poco después de dimitir. Se había hecho Cónsul en el año 88
ac. Llegó habiendo obtenido antes el mando del partido aristocrático,
volviéndose después dueño de Roma y de Italia. Proscribió a sus enemigos, y
revisó la Constitución romana en sentido favorable al senado. Pero lo más
importante es que Sila fue el responsable de un gran ultraje. Se conoce que fue
descollante el quehacer industrioso de los etruscos en la vieja península.
Ellos hicieron grabados en piedra, fundiciones de bronce, cincelado, joyería.
Trabajaron en oro y en plata. Fabricaron incluso las mejores sillas curules,
sí, y carros y armaduras. También espejos cóncavos de bronce, y objetos
llamados urnas místicas. Hasta que Sila, el dictador Lucio Cornelio Sila,
empezó a destruir pueblo y obra etruscos. Hizo matar a etruscos de fuste en
diversas disciplinas. No debemos olvidar, proponiendo aquí una pausa, que la
Etruria que fue, es la Toscana de hoy, cuya capital es Florencia, que mucho
después de Etruria invisibilizarse como tal, fue la sede del conocimiento y las
artes universales. En esa área Sila hizo abatir los monumentos, e hizo destruir
libros. Proscribió a los etruscos eminentes. Y claro, fueron así entrando –en
la Toscana-, las colonias romanas para apoyarse sobre despojos etruscos. Y se
impuso allí el latín –clásico y/o vulgar-, lengua magnífica, pero borrando de a
poco la local. Cualquier parecido con la realidad de siglos modernos es pura
coincidencia.
Sila se encargó de difamar a los
etruscos, que no fueron dioses, simplemente usurpados y abatidos, que tienen
esa honra de los que han tenido que padecer la implantación colonial en su
tierra.
Los romanos, antes, habían
acudido a ellos en tiempo de los reyes, muchísimo antes claro, para
solicitarles les construyeran los etruscos obras fundamentales, como la “loba
del capitolio”. Y los etruscos se canalizaron el río Po y el río Arno. Ellos
fueron los que construyeron –pues ambos pueblos convivieron en la Italia-, los
muros exteriores del capitolio, y el parapeto del río Tíber. Incluso se sabe de
un acueducto, a 40 palmos bajo el suelo –aunque estas métricas viejas son
confusas-, descubierto en Roma en el siglo 18, y allí se observó que ni
los quince siglos sin la mano del hombre sobre el acueducto, ni la ciudad que
pesaba –y pesa- encima, le hicieron caer ni una sola piedra a esta obra
etrusca. E hicieron muchísimas más.
Sila fue el perseguidor de la Ordo
Ecuéster, que fue una unidad especial de caballería con caballos pagados
con fondos públicos, y que contaban 18 centurias cuando los reyes dejaron el
poder. Luego a estas centurias fijas, se agregaron los que tenían su propio
animal, y a su coste lo mantenían. Sila fue un dictador insólito, originado en
clase patricia. No conozco más de él, pero tengo la percepción de que él
apareció como el tipo –Cónsul en este caso- decadente que venía a disolver la Mos
Maiorum, o constitución no escrita, que a la letra quiere decir “Costumbres
establecidas por los ancestros o antepasados.” Y creo pues que muy a
posteriori, o quizá no tan lejos de la dimisión de este pariente de Cayo Julio
César, mucho de lo que se decidió entre los magistrados, fue para reparar la
retrogradación producida por Lucio Cornelio Sila.
En conclusión, trato de decir que
nadie nunca pudo bancarse a estos trogloditas. Roma ostentó un sistema
que es incapaz de agradarme o de resultarme valioso y confiable, pero es cierto
que allí también, en la República, se luchó concientemente para vencer a los outsiders,
que acostumbraron corroer hasta los fundamentos de una cultura que en todo país
establece su mos maiorum, y quiere dedicarse a vivir.
*Escritor
Asociación Desarrollo&Equidad
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