Por Alfredo Zaiat*
Los
ministros de Economía del G-20 se reunieron en París en la última escala
preparatoria de la cumbre de presidentes de ese club de potencias y
emergentes en Cannes, el 3 y 4 de noviembre próximos. Desde el primer
encuentro en noviembre de 2008, en Washington, se han convocado los
principales líderes mundiales ya en cinco oportunidades y van para la
sexta. Si se evalúa el estado de la economía de EE.UU. y Europa en ese
período, el saldo no es alentador, con tasas de desocupación record,
estancamiento productivo, abultadas deudas soberanas impagables y
corrida de depósitos contra bancos al borde de la quiebra.
Resulta tan potente la hegemonía de las finanzas y la corriente de
pensamiento ortodoxa que la convalida que, pese a los evidentes costos
de esta debacle, esa estructura de poder continúan siendo el
(des)ordenador de la economía global. Ese lugar privilegiado lo
preservan en el núcleo del liderazgo político mundial a pesar del
fracaso para rescatar a esas economías de la crisis con medidas de
ajuste fiscal, cuyo objetivo real es garantizar el pago de la deuda y el
salvataje de bancos. Si bien es una declaración protocolar y
exculpatoria, no deja de sorprender la presentación en la página web de
la próxima cumbre del G-20 en Francia. Se afirma que “las acciones
concertadas y decisivas del G-20, con su composición equilibrada de los
países desarrollados y en desarrollo ayudaron al mundo a hacer frente
eficazmente a la crisis financiera y económica, y el G-20 ya ha emitido
una serie de resultados importantes”.
La reacción contra esas políticas que las potencias consideran
exitosas se está multiplicando en movilizaciones sociales que cuestionan
a gobiernos y financistas. A estos últimos se los acusa como los
principales responsables de la debacle. Existen múltiples motivos para
concentrar en esas figuras el repudio social: honorarios extravagantes,
beneficios obscenos, arrogancia sin límites, comportamientos de nuevos
ricos e impunidad. Conductas que se han reforzado en estos años a pesar
de que tuvieron que ser auxiliados con millonarios fondos públicos para
evitar quiebras generalizadas en el sistema financiero.
Una de las claves para entender esta crisis y pensar caminos
alternativos es precisar el tipo de “responsabilidad” por ese
desmoronamiento. No es una tarea sencilla porque banqueros y financistas
reúnen cualidades que provocan el rechazo inmediato, como el Gordon
Gekko de Michael Douglas en Wall Street. Eludir esa legítima y
comprensible reacción es el primer paso para comprender que la crisis no
es sólo por el accionar de hombres inescrupulosos, sino por las reglas
establecidas para el funcionamiento de la economía con predominio de las
finanzas. El documental Inside Job es la acusación moral a unos
individuos que violentaron las bases del sueño americano, mientras que
el realizado por griegos, Debtocracy, es una explicación de las
estructuras y regulaciones de la actual globalización que crearon las
condiciones para la obscenidad financiera que precipitó la debacle. En
el primer documental se expresa el pensamiento liberal-individualista,
que glorifica como denigra a la persona como sujeto autónomo y
responsable. En la otra, la estructura económica y las fuerzas sociales
determinan el accionar de los individuos.
No era ni es previsible esperar un comportamiento diferente del que
tienen diariamente banqueros y financistas luego de que durante décadas
se diseñó e implementó una descomunal desregulación de los mercados de
capitales a nivel global. También se han perfeccionado los instrumentos
de especulación financiera, con los denominados “derivados” como
estrellas de ese casino global. Se constituyó así un universo de
oportunidades de ganancias fuera de control. No debería sorprender
entonces la voracidad de esos operadores si su principal objetivo es la
maximización de ganancias especulativas. En otras palabras, lo describió
el economista francés Frédéric Lordon en Adiós a las finanzas.
Reconstrucción de un mundo en quiebra, señalando que “pedirle a un
trader que no haga una jugada rentable en nombre de reservas morales o
escrúpulos de conciencia es pedirle que sabotee su propia carrera cuando
está jugando un juego declarado lícito por el que le pagan por jugar”.
“Dar por descontado que en nombre de tales razones un banquero no
presione a todo su banco, con la trade room a la cabeza, para obtener la
máxima rentabilidad y sostener ante sus accionistas la comparación con
sus competidores, es pedirle que trabaje para su propio despido”,
concluye Lordon.
El origen, expansión y persistencia de esta crisis se aborda con más
complejidad si se desvía un poco la mirada sobre los individuos, aunque
sin perderlos del foco, para orientar el análisis principal en las
características del funcionamiento de las finanzas globales. La
desregulación de las normas bancarias, el cada vez mayor predominio de
las calificadoras de riesgo, la deliberada decisión de Estados Unidos de
mantener la opacidad de las finanzas de los paraísos fiscales, la
intervención-gendarme del FMI con sus recetas de ajuste ortodoxo y la
resistencia al control del flujo de capitales especulativos han definido
en conjunto la arquitectura financiera internacional que hoy ha
sumergido al mundo desarrollado en una crisis de proporciones.
*Publicado en Página12
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