Clarín y La Nación están llevando
adelante políticas comunicacionales desestabilizadoras y golpistas con
el objetivo de generar terror en los ‘giles’, minar al gobierno en el
lugar donde es más fuerte –el éxito económico– y conspirar contra el
ahorro de 40 millones de argentinos, es decir, las reservas del Banco
Central.
Uno (el argentino medio común) no quiere
ser un “perejil”. Y piensa: “Esta vez sí que no me agarran.” Ya sufrió
la brutal devaluación del Rodrigazo que de la noche a la mañana le
mutiló en un 60% los ahorros de años y años de trabajo. Ya fue derrotado
cuando le hizo caso al ministro de Economía de la última dictadura
militar, Lorenzo Sigaut, y no compró divisas porque “el que apuesta al
dólar pierde”. Vio cómo su pequeña fábrica se desplomó como un castillo
de cartas en aquel fatídico 6 de febrero de 1989, cuando una corrida
bancaria comenzó a llevarse puesto al gobierno de Raúl Alfonsín y a toda
la economía nacional. Y, por último, también sufrió el secuestro de sus
ahorros por Domingo Cavallo y su inefable “corralito” bancario y la
“pesificación asimétrica” impuesta por Eduardo Duhalde, el que “no le
devolvió dólares al que puso dólares”. Uno (ese argentino híper lúcido,
ese cultor del pobre individualismo borgeano, el que se las sabe todas)
está quemado por 50 años de defraudaciones políticas, económicas,
institucionales. Y, se sabe, el bolsillo es el órgano que más memoria
emotiva tiene. Entonces, cuando uno lee en los principales diarios
matutinos, Clarín y La Nación (los diarios que “son la Argentina”, como
bien dijo alguna vez Elisa Carrió, o al menos son la Argentina que va
desde la Guerra del Paraguay hasta la licuación de sus propias deudas en
el 2002) que el dólar va a estar en cinco, seis, ocho, 24, 2534 pesos
comienza a sentir un terror similar a que el pasado vuelva a robarle
todo lo que ahorró con el esfuerzo de su frente, el de su mujer, el de
sus trabajadores. Entonces, dice resuelta: “Esta vez a mí sí que no me
agarran. No cuenten conmigo para esta patriada.” Y toma sus 500, 5000,
50 mil pesos y se va corriendo a una casa de cambio o un banco a
cambiarlos por los “verdes” salvadores. Y uno se cree a resguardo.
Económicamente, claro. Pero también simbólicamente. Uno no va a ser ese
gil que esta vez el gobierno de turno “cachó” desprevenido, y exclama
orgulloso de sí mismo: “Habré comprado a 4,80 o cinco pesos en el
paralelo, pero a mí esta vez el Estado no me caga.”
Bueno, tengo una mala noticia, estimado lector. Si los argentinos no defendemos al Estado en su pelea contra aquellos que quieren elevar el precio del dólar para su propio beneficio sin importarles las consecuencias económicas, sociales, políticas, seguimos siendo los “giles” de esta historia.
Leía esta semana un párrafo luminoso de Luis Majul, de su libro Por qué cayó Alfonsín, escrito mucho antes de convertirse en el columnista mimado de uno de los diarios que “son la Argentina”: “La caída de Alfonsín… signada por el Nuevo Terrorismo Económico. ¿Es terrorista o no una firma que compra 40 millones de dólares en un día, hace subir la divisa, la papa, los pañales, se mete en la cama de los enamorados, conspira contra el placer, apresura la muerte de los más débiles y enriquece sin esfuerzo a los más fuertes?... ¿Cómo se puede calificar a los capitalistas argentinos que no invierten sin un subsidio estatal y que cuando ganan un dólar no lo colocan en la producción sino que lo envían al exterior y se olvidan del asunto?” Interesante juego de preguntas ¿no? Y se podría seguir enumerando las interrogaciones. Por ejemplo: ¿Es terrorista un diario que especula con el temor de los argentinos publicando informaciones falsas sobre la subida del precio del dólar? ¿Y los economistas de lo estatuido que se pasean por los canales de televisión, defendiendo los intereses particulares de sus clientes, alertando a la sociedad de que estamos a las puertas de la inflación y una escalada del tipo de cambio, no son como hombres-bomba pequeñitos que van minando la confianza de millones de argentinos? ¿Y los exportadores que no liquidan sus dólares especulando con una devaluación intempestiva?
Y uno sigue siendo un gil, claro. Que con los pesos ahorrados en los últimos años sale corriendo a comprar dólares creyendo que así se salva. Y genera un aumento en la demanda de divisas, pequeña, mínima, manejable para el gobierno, pero que golpea mediáticamente. Porque allí están los comunicadores preferidos del Viejo Terrorismo Económico –¿periodista militantes pagos por el “anarco- capitalismo financiero”?(CFK dixit)– agitando fantasmas del pasado. Dicho con todas las letras: Clarín y La Nación están llevando adelante políticas comunicacionales desestabilizadoras y golpistas con el único objetivo de generar terror en los “giles”, minar al gobierno en el lugar dónde es más fuerte –el éxito económico– y conspirar contra el ahorro de 40 millones de argentinos, es decir, las reservas del Banco Central. (Digresión: No me refiero a los trabajadores del diario Clarín y La Nación, ni siquiera a aquellos que con mayor o menor grado de honestidad intelectual están sinceramente en contra del gobierno, sino a aquellos operadores que establecen estrategias políticas determinadas a favorecer los intereses del capitalismo concentrado y a perjudicar al Estado).
Y uno es gil, lamentablemente. Porque la emprende contra las medidas del gobierno –acertadas o no, ese es otro debate– para contener la “corridita cambiaria” y se queja porque ahora la AFIP nos sopla en la nuca y tenemos que recurrir al “paralelo” y pagar un 25% más que el precio oficial porque no tenemos las cuentas en regla ni todos los trabajadores en blanco. Y mientras tanto, millones de argentinos disfrutan de las virtudes en pesos del modelo de acumulación, ahorro y redistribución de riquezas iniciado en 2003.
La pelea de fondo es esta y no otra: ¿El destino histórico de los argentinos lo maneja el bloque de poder integrado por un selecto grupo de capitalistas especuladores y sus voceros consuetudinarios o el Estado nacional? ¿Los dueños de la Vieja Argentina o un gobierno elegido democráticamente por la mayoría absoluta de un 54 por ciento? Los poderes concentrados, a los que les molesta la política, apostaron al enfrentamiento directo cuando vieron amenazados sus intereses; luego optaron por esperar a que las “cinco tapas de Clarín” hicieran lo suyo y comprobaron con tristeza que el viejo aliado tenía la pólvora mojada; ahora, intentan esmerilar de a poco, con episodios sucesivos, el corazón del modelo nacional y popular: la fortaleza macroeconómica y las reservas del Banco Central. En ese marco, espiralear la puja distributiva, incluso con nobles intenciones, es hacerle el juego a los poderes concentrados frente a un año crítico como 2012.
Creo que el Estado debe aplicar toda su fortaleza contra los “terroristas económicos”. Y lastimarlos allí donde más les duele: el bolsillo, los intereses particulares, las ganancias. Aleccionador al chiquitaje, claro, pero sobre todo, aguillotinar a los “anarco-capitalistas financieros”. Sabrán disculpar mi jacobinismo dominguero, pero creo que esta es una de las batallas finales que tiene la democracia frente a los poderes fácticos. Y es trascendental. Lo demás, perdonen este final chocarrero, es debate para la gilada.
Bueno, tengo una mala noticia, estimado lector. Si los argentinos no defendemos al Estado en su pelea contra aquellos que quieren elevar el precio del dólar para su propio beneficio sin importarles las consecuencias económicas, sociales, políticas, seguimos siendo los “giles” de esta historia.
Leía esta semana un párrafo luminoso de Luis Majul, de su libro Por qué cayó Alfonsín, escrito mucho antes de convertirse en el columnista mimado de uno de los diarios que “son la Argentina”: “La caída de Alfonsín… signada por el Nuevo Terrorismo Económico. ¿Es terrorista o no una firma que compra 40 millones de dólares en un día, hace subir la divisa, la papa, los pañales, se mete en la cama de los enamorados, conspira contra el placer, apresura la muerte de los más débiles y enriquece sin esfuerzo a los más fuertes?... ¿Cómo se puede calificar a los capitalistas argentinos que no invierten sin un subsidio estatal y que cuando ganan un dólar no lo colocan en la producción sino que lo envían al exterior y se olvidan del asunto?” Interesante juego de preguntas ¿no? Y se podría seguir enumerando las interrogaciones. Por ejemplo: ¿Es terrorista un diario que especula con el temor de los argentinos publicando informaciones falsas sobre la subida del precio del dólar? ¿Y los economistas de lo estatuido que se pasean por los canales de televisión, defendiendo los intereses particulares de sus clientes, alertando a la sociedad de que estamos a las puertas de la inflación y una escalada del tipo de cambio, no son como hombres-bomba pequeñitos que van minando la confianza de millones de argentinos? ¿Y los exportadores que no liquidan sus dólares especulando con una devaluación intempestiva?
Y uno sigue siendo un gil, claro. Que con los pesos ahorrados en los últimos años sale corriendo a comprar dólares creyendo que así se salva. Y genera un aumento en la demanda de divisas, pequeña, mínima, manejable para el gobierno, pero que golpea mediáticamente. Porque allí están los comunicadores preferidos del Viejo Terrorismo Económico –¿periodista militantes pagos por el “anarco- capitalismo financiero”?(CFK dixit)– agitando fantasmas del pasado. Dicho con todas las letras: Clarín y La Nación están llevando adelante políticas comunicacionales desestabilizadoras y golpistas con el único objetivo de generar terror en los “giles”, minar al gobierno en el lugar dónde es más fuerte –el éxito económico– y conspirar contra el ahorro de 40 millones de argentinos, es decir, las reservas del Banco Central. (Digresión: No me refiero a los trabajadores del diario Clarín y La Nación, ni siquiera a aquellos que con mayor o menor grado de honestidad intelectual están sinceramente en contra del gobierno, sino a aquellos operadores que establecen estrategias políticas determinadas a favorecer los intereses del capitalismo concentrado y a perjudicar al Estado).
Y uno es gil, lamentablemente. Porque la emprende contra las medidas del gobierno –acertadas o no, ese es otro debate– para contener la “corridita cambiaria” y se queja porque ahora la AFIP nos sopla en la nuca y tenemos que recurrir al “paralelo” y pagar un 25% más que el precio oficial porque no tenemos las cuentas en regla ni todos los trabajadores en blanco. Y mientras tanto, millones de argentinos disfrutan de las virtudes en pesos del modelo de acumulación, ahorro y redistribución de riquezas iniciado en 2003.
La pelea de fondo es esta y no otra: ¿El destino histórico de los argentinos lo maneja el bloque de poder integrado por un selecto grupo de capitalistas especuladores y sus voceros consuetudinarios o el Estado nacional? ¿Los dueños de la Vieja Argentina o un gobierno elegido democráticamente por la mayoría absoluta de un 54 por ciento? Los poderes concentrados, a los que les molesta la política, apostaron al enfrentamiento directo cuando vieron amenazados sus intereses; luego optaron por esperar a que las “cinco tapas de Clarín” hicieran lo suyo y comprobaron con tristeza que el viejo aliado tenía la pólvora mojada; ahora, intentan esmerilar de a poco, con episodios sucesivos, el corazón del modelo nacional y popular: la fortaleza macroeconómica y las reservas del Banco Central. En ese marco, espiralear la puja distributiva, incluso con nobles intenciones, es hacerle el juego a los poderes concentrados frente a un año crítico como 2012.
Creo que el Estado debe aplicar toda su fortaleza contra los “terroristas económicos”. Y lastimarlos allí donde más les duele: el bolsillo, los intereses particulares, las ganancias. Aleccionador al chiquitaje, claro, pero sobre todo, aguillotinar a los “anarco-capitalistas financieros”. Sabrán disculpar mi jacobinismo dominguero, pero creo que esta es una de las batallas finales que tiene la democracia frente a los poderes fácticos. Y es trascendental. Lo demás, perdonen este final chocarrero, es debate para la gilada.
*Periodista, escritor y politólogo.
Publicado en Tiempo Argentino
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