A casi dos años de haber ingresado en la segunda década del siglo XXI, podemos decir que brecha digital no es igual a brecha económica. Sostener la homologación de estos dos elementos de análisis es desconocer que la brecha digital es cada vez menos económica que mental.
La accesibilidad tiende a resolverse fácticamente, con celulares y netbooks cada vez más económicos. Mucho
más cuando las políticas de Estado (nacionales, provinciales, incluso
municipales) marchan hacia una inclusión digital que, lejos de
estancarse, iguala las oportunidades de los diferentes sectores
sociales.
Tomemos el ejemplo del celular. El celular, que era un artículo de
lujo en los ‘90, ha dejado de ser excluyente para la inmensa mayoría; hoy sólo el 10 por ciento de la población mundial no usa celular. Pero hay un dato aún más significativo: los
últimos 20 años conformaron un proceso de alfabetización digital que le
permitió a un número todavía creciente de personas interactuar y
producir contenidos.
Pensémoslo en perspectiva: si hoy somos 2 mil millones de
personas [inter]conectadas en el mundo, en menos de cinco años ese
número lejos de estancarse habrá aumentado exponencialmente,
incluyendo la producción y la interacción de gente que no provendrá
precisamente de Europa, América del Norte o Japón, sino de China, India y
Sudamérica. Podríamos decir entonces que mientras en “la
lógica del capitalismo” las telefónicas y las fábricas de celulares
aumentan su poderío económico, en la lógica social aumenta la
capacidad de interacción e intervención de muchos con muchos, y por lo
tanto una cierta autonomía como un renovado poder contracultural.
Hace ya bastante tiempo, por ejemplo, que diferentes comunidades de
pescadores del mundo han incorporado el SMS para consensuar cotizaciones
que cuando atracan en los puertos les permiten negociaciones más
ventajosas.
Algo parecido ocurre con sectores populares de Perú que mediante SMS
acceden a información fiable y necesaria para decidir sus compras frente
a la rapacidad corporativa de los supermercados. ¿No son estos ejemplos
la demostración de una fortaleza colectiva que se apoya en las TIC? ¿La
incorporación de ese instrumental no tiene una dimensión política? ¿Eso
que con descrédito suelen llamar Política 2.0 no abrió acaso el camino
de la crítica global que hoy llevan adelante los “indignados” en el
mundo entero? Si alguna conclusión podemos sacar es que las
TIC, antes que un fenómeno tecnológico, demostraron ser plataformas de
socialización y de construcción cooperativa de conocimiento.
¿Es disparatado pensar que esa cultura colaborativa pueda
generar su propio dispositivo de poder como en su momento lo hizo el
modelo ilustrado? Aunque intrépida, no es una pregunta
inoportuna en el contexto de una crisis del capitalismo –y de los
sistemas políticos– como la que atravesamos. Los medios de
producción que en el capitalismo industrial se sostenían en el paradigma
energético, en la actualidad han ingresado en una fase crítica bajo el
paradigma del conocimiento. Esto, que algunos teóricos llaman
“capitalismo cognitivo” está modificando las relaciones de fuerza de los
actores que intervienen en el proceso de producción y está produciendo
mutaciones históricas.
Los trabajadores son cada vez menos piezas reemplazables de una
cadena de producción, como lo fueron durante el taylorismo y el
fordismo; lo cual ha puesto en marcha un proceso de reapropiación de los
medios de producción y una revaloración de lo que Eduardo Rojas llama
el “saber obrero”. No es lo mismo el tipo de oposición (física)
que se le presentaba al capitalismo industrial, que el tipo de oposición
(intelectual) que se le presenta al capitalismo actual. Antes los
obreros se resistían a la explotación, ahora –sobre todo los jóvenes– se
preservan de la alienación.
Lo mismo ocurre en el campo de la política, con jóvenes que
interpelan viejas prácticas y recusan las alternativas de
“participación” que les ofrecen los partidos. Occupy Wall Street, el
15-M de España y la Primavera Arabe, rechazando toda filiación,
jerarquía o liderazgo, forman parte de esta movida. Y aunque aún
no logren componer una alternativa, porque en la actualidad tienen más
poder desestabilizador que instituyente, manifiestan un descontento
estructural que más temprano que tarde habrá de (re)presentar una
alternativa efectiva.
Por todo esto, aun cuando la matriz moderna nos condicione la
percepción, asistimos a la evidente irrupción de una nueva esfera
pública y a un nuevo concepto de lo político. Medir esta mutación, como
se suele hacer, por la efectividad revolucionaria de Facebook o por los
seguidores de Obama en Twitter, es una simplificación, cuando no una
descalificación, más cerca del prejuicio y el desconocimiento que de un
censo de lo real, en el sentido que Hannah Arendt concebía a lo real,
como la aparición y el registro del otro.
*Director académico de Lectura Mundi (Unsam)
Publicado en Cubadebate y Página12
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