domingo, 27 de noviembre de 2011

PROBLEMAS Y SOLUCIONES DEL SOCIALISMO EN CUBA

Por Jesús Arboleya Cervera*

Por extraño que parezca, en el debate respecto a las consecuencias de las actuales reformas económicas en Cuba, partiendo de argumentos absolutamente distintos, llegan al mismo pronóstico los pensadores liberales, para los cuales no existen alternativas al capitalismo, y los marxistas ortodoxos, para quienes el socialismo es un cuerpo rígido, incapaz de adecuarse a las condiciones que le impone la realidad, sin perder su esencia.
Mientras los teóricos liberales consideran que las medidas adoptadas no son suficientemente capitalistas para salvar la economía y, por tanto, auguran la debacle del sistema por su ineficacia; los marxistas ortodoxos las consideran demasiado liberales, lo que conduce al rompimiento de los supuestos “moldes” que deben caracterizar al sistema y, por tanto, hablan  de un inevitable “retorno del capitalismo”, aunque éste no sea el objetivo de las mismas.
En verdad, no se trata de un debate nuevo, sino que está relacionado con la manera en que cada uno de los extremos ha concebido el socialismo desde sus orígenes:
A partir del triunfo de la Revolución rusa, en 1917, ambos bandos consideraron el socialismo como un sistema social perfectamente estructurado. Ello motivó la emergencia de diversas teorías respecto al “modelo” que debía regirlo y, en consecuencia, los parámetros para evaluarlo.
Sin embargo, Carlos Marx no lo había concebido de esta manera, sino como un período de tránsito a la sociedad sin clases: el comunismo. Desde esta perspectiva, es cuestionable el concepto de “tránsito hacia el socialismo”, toda vez que se trata de un tránsito en sí mismo, y también la conclusión de que estamos en presencia de un régimen constreñido a un modelo determinado, cuando lo que importa es el “sentido” del proceso, o sea, si avanza o no en el proyecto de construir una sociedad sin clases, partiendo de la realidad concreta que enfrenta.
Al margen de crisis coyunturales o los errores económicos y políticos en su conducción, la Revolución cubana ha tenido que confrontar problemas que son consustanciales a todos los procesos revolucionarios. Mucho más cuando tienen un carácter socialista, ya que, a diferencia del capitalismo, que divide a la sociedad en “triunfadores y perdedores”, exonerando al sistema del fracaso individual, las soluciones que plantea el socialismo tienen un carácter social, responsabilizando al régimen con el bienestar de todos.
Desarticular las bases políticas, económicas e ideológicas del régimen anterior; enfrentar la contrarrevolución resultante de este desplazamiento; garantizar los reclamos populares que le dieron origen y satisfacer las expectativas de los sectores que representa, fueron las metas originales de la Revolución cubana.
La desarticulación del poder económico y  político establecido ocurrió de forma drástica, pero necesariamente no tenía que haber sido de esta manera e, incluso, no parece que ese haya sido el proyecto original de los revolucionarios en el poder. Recordemos que el primer gobierno estuvo compuesto mayoritariamente por personas provenientes de la burguesía; “consuma productos cubanos” fue una de las primeras consignas y Fidel Castro, en persona, trabajó intensamente por convencer a los trabajadores de suspender la ola de huelgas ocurridas en el país en esos momentos.
Al parecer, inicialmente se pretendía conciliar el proyecto social revolucionario con el desarrollo de una burguesía nacionalista, la cual no era el sector dominante de esta clase en Cuba y planteaba críticas al sistema de dependencia imperante. Si ello no cuajó, fue por la debilidad histórica de este sector y sus contradicciones con las aspiraciones populares, la subordinación que a la larga demostraron respecto a Estados Unidos y la radicalidad que asumió el proceso, como consecuencia de las agresiones norteamericanas.
También enfrentó con bastante éxito a la contrarrevolución, al menos en el plano interno, y fue capaz de resolver los problemas esenciales de la población, así como satisfacer las aspiraciones del momento, lo que explica el tremendo apoyo popular alcanzado.
Aunque la Revolución cubana siempre mostró una clara vocación independentista, la cual provocó más de un conflicto con la entonces Unión Soviética, resulta evidente que su inserción en el campo socialista respondía a las condiciones impuestas por la guerra fría y constituyó la base económica del desarrollo posible en esta etapa, imponiendo la lógica del proyecto socialista cubano de entonces. La desaparición de esta bipolaridad no solo implicó la peor crisis económica de la historia del país, sino la necesidad de un replanteo del diseño del proyecto mismo.
Del llamado “período especial” no podía surgir la articulación del nuevo proyecto, sino que fue la suma de medidas de supervivencia, cuyo éxito hay que medirlo por haber satisfecho este objetivo, de por sí un logro extraordinario, al margen de algunas consecuencias indeseadas que hoy es necesario resolver. No es entonces hasta el recién finalizado VI Congreso del PCC, en que se plantea el propósito de elaborar un “nuevo modelo económico socialista”, que garantice la inserción de Cuba en el vigente escenario internacional y proyecte sus directivas estratégicas.
Un problema básico a resolver, es recuperar la capacidad de la economía para satisfacer las expectativas generadas por el desarrollo humano resultante de la práctica social revolucionaria, toda vez la Revolución ha creado un potencial humano que sus condiciones económicas impiden absorber a plenitud, así como articular un nuevo consenso respecto a la forma de lograrlo. Ya no se trata de superar la situación de las personas respecto al pasado capitalista, sino de superarse a sí mismo, y en ello consiste el principal reto.
Los obstáculos a superar son formidables. Algunos son exógenos, los cuales la Revolución no puede transformar por sí misma y necesariamente tiene que adaptarse a ellos; como tener que funcionar en un orden mundial determinado por el mercado capitalista globalizado, a lo que se suma las limitaciones que le impone el bloqueo de Estados Unidos, algo que comúnmente pasan por alto o subestiman muchos que analizan la realidad cubana. También problemas endógenos, no solo económicos, como la imposibilidad de la igualdad plena, sino políticos e ideológicos, consustanciales a las constantes transformaciones que requiere el propio proceso socialista.
Considero que una crítica legítima a las medidas aprobadas por el VI Congreso es aquella que parte del análisis de su eficacia para satisfacer los objetivos que se propone y, en tal sentido, pueden ser enmendadas, pero resulta improcedente evaluarlas a partir de falsos dogmas respecto a la naturaleza del socialismo o desde una perspectiva que pretenda compararlas con modelos capitalistas que no constituyen el propósito de las mismas.
De lo que se trata, por tanto, es de analizar cómo la adecuación del sistema económico es capaz de crear las condiciones materiales que hagan viable el proyecto socialista, ya que el pauperismo no satisface las expectativas de nadie. Pero, más importante aún, es que estas medidas respondan a una voluntad colectiva y la mayoría se sienta identificada con el proyecto, considerándose y siendo actores del mismo.
Su efectividad, por tanto, no solo se decide en la calidad de su diseño, sino en que la política que las promueva contribuya al desarrollo de la cultura que requiere el socialismo. Solo de esta manera podrá avanzarse en la solución de lo que considero un problema histórico del proceso: no haber sido capaz de conciliar la propiedad social, con la conciencia social que requiere este tipo de propiedad.
Sentirse “dueño” en el socialismo, no puede ser lo mismo que sentirse un nuevo capitalista y actuar como tal. En ello consiste lo indispensable que resulta el constante perfeccionamiento de la democracia socialista, la cual no puede parecerse a ninguna otra, porque desde Atenas hasta Estados Unidos, la democracia de algunos solo ha sido posible a costa de la explotación de otros.

*Publicado en Cubadebate

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