Algunos comunicadores del establishment
quieren instalar forzadamente la idea de que el triunfo arrollador del
oficialismo anuncia la próxima llegada del “comunismo estatista”.
Recurren a la emoción violenta del egoísmo antisocial para sugerir
conductas rayanas en el ridículo o la más elemental de las psicosis.
Quieren convencernos de que lo que se viene es una especie muy
particular de dictadura del proletariado, o dictadura a secas, cruza de
Francisco Franco y Fidel Castro. El mono tremendo del conflicto por el
conflicto mismo y la crispación.
Extrañamente, algunos prejuicios evitan la objeción irracional a la figura de la presidenta. La monocromía argumental se frena seca ante el contundente resultado del 23 de octubre. Hay quien prefiere descargar su ira en cierto fetiche a mano de su absurdo: Guillermo Moreno.
Algunos se preocupan por la “prepotencia gestual” del secretario de Comercio, como repiten sin pensar. No se detienen a calibrar que sobre el funcionario no pende ni una sola sospecha de coimas, a pesar de que debe lidiar a diario con influyentes empresarios, capaces de formar precios. O de deformarlos, a los precios y a los funcionarios. Si no fuera por el modelo de sustitución de importaciones que Moreno ejecuta eficazmente, múltiples fuentes de trabajo estarían cerradas con siete candados.
Quienes creen sin dudar las constantes operaciones de distracción y/o confusión mediáticas, son cada vez menos. Sus cacerolas suenan huecas. Elecciones mediante, ese drama particular de algunas conciencias es, no obstante, un complejo mundo a descifrar. Lo que falta.
¿Y qué es eso que falta? Conciencia y organización. Los desconcertados no son, objetivamente, enemigos del proyecto nacional, sino víctimas de la hegemonía cultural de las clases que los mantuvieron sojuzgados históricamente. La consolidación de otro proyecto para las políticas estatales, superador del que lo mantuvo cautivo durante los 35 años anteriores a hoy, requiere un avance en ese sentido. Que marchen juntas las políticas redistributivas, los resortes de control gubernamental y el desarrollo cognitivo de las clases populares.
De ahí el reclamo de la presidenta de organizarnos, expresado en su discurso en la misma noche del comicio. La necesidad de formarnos en política, de agruparnos en múltiples frentes que no nos dejen solos ante la vida en sociedad, impávidos ante el televisor, para sobrellevar en mejores condiciones las batallas que indefectiblemente sobrevendrán.
El proyecto nacional y popular nunca mintió sus intenciones. Desde la campaña del año 2003 propone una “Argentina unida, una Argentina normal, un país serio”, pero en la perspectiva de un “país más justo”, como ya expresara Néstor Kirchner en su discurso ante la Asamblea Legislativa, el 25 de mayo de 2003. ¿De qué se asustan entonces? ¿Acaso quieren volver al Estado bobo del neoliberalismo tardío, que observaba impasible la fuga de capitales que dio el tiro de gracia a la Convertibilidad?
El reto es alcanzar una nueva hegemonía que trascienda el resultado electoral. Que plasme los millones de votos en una construcción social y política de largo alcance. ¿Cómo? Quizás articulando sobre la certeza de que solos no somos nada, que el cambio será colectivo o no ocurrirá nunca, y que sólo trascenderemos en comunidad. O trabajando sobre una condición indispensable: superarnos a diario, para ser mejores personas, más despiertas, solidarias, dispuestas al esfuerzo compartido, comprometidas con un tiempo histórico que es de transición, como lo son todos, porque si estuviera quieto o estanco estaría fuera de la historia.
“El cambio no debe reducirse a lo funcional, debe ser conceptual”, dijo Néstor Kirchner en su mensaje por cadena nacional el 5 de junio de 2003. Son palabras fundacionales de este proyecto, que siguen reconociéndose en los últimos mensajes de Cristina Fernández. Una delgada pero firme línea de conducta los une. ¿O qué es sino una exhortación a cambios conceptuales el reclamo de la mandataria en cuanto a la necesidad de “otras prácticas para las protestas”, pronunciado tras el extemporáneo corte de la Avenida Ricchieri realizado por 50 activistas de la UATRE?
No es sólo un saber académico lo que hace falta. Los libros instruyen, pero sin la experiencia resultan incompletos. No hace falta ser sociólogo para tener conciencia de la pertenencia a una determinada clase social, con tales y cuales intereses, en un momento muy preciso del mundo, en este lugar de la región latinoamericana. Pero ellos, los sociólogos, también son necesarios, como los torneros y los poetas.
Noviembre es desde hace un año el mes del feriado nacional por el Día de la Soberanía. Buena excusa para repensar la Historia. Para reconocernos en ella y proyectarnos. Para dejar de mirarla con ojos ajenos, y empezar a hacernos cargo de nuestra parte en sus misterios, que no tienen que ver con un pasado color sepia, sino con la más palpitante actualidad. En ese juego andamos.
Extrañamente, algunos prejuicios evitan la objeción irracional a la figura de la presidenta. La monocromía argumental se frena seca ante el contundente resultado del 23 de octubre. Hay quien prefiere descargar su ira en cierto fetiche a mano de su absurdo: Guillermo Moreno.
Algunos se preocupan por la “prepotencia gestual” del secretario de Comercio, como repiten sin pensar. No se detienen a calibrar que sobre el funcionario no pende ni una sola sospecha de coimas, a pesar de que debe lidiar a diario con influyentes empresarios, capaces de formar precios. O de deformarlos, a los precios y a los funcionarios. Si no fuera por el modelo de sustitución de importaciones que Moreno ejecuta eficazmente, múltiples fuentes de trabajo estarían cerradas con siete candados.
Quienes creen sin dudar las constantes operaciones de distracción y/o confusión mediáticas, son cada vez menos. Sus cacerolas suenan huecas. Elecciones mediante, ese drama particular de algunas conciencias es, no obstante, un complejo mundo a descifrar. Lo que falta.
¿Y qué es eso que falta? Conciencia y organización. Los desconcertados no son, objetivamente, enemigos del proyecto nacional, sino víctimas de la hegemonía cultural de las clases que los mantuvieron sojuzgados históricamente. La consolidación de otro proyecto para las políticas estatales, superador del que lo mantuvo cautivo durante los 35 años anteriores a hoy, requiere un avance en ese sentido. Que marchen juntas las políticas redistributivas, los resortes de control gubernamental y el desarrollo cognitivo de las clases populares.
De ahí el reclamo de la presidenta de organizarnos, expresado en su discurso en la misma noche del comicio. La necesidad de formarnos en política, de agruparnos en múltiples frentes que no nos dejen solos ante la vida en sociedad, impávidos ante el televisor, para sobrellevar en mejores condiciones las batallas que indefectiblemente sobrevendrán.
El proyecto nacional y popular nunca mintió sus intenciones. Desde la campaña del año 2003 propone una “Argentina unida, una Argentina normal, un país serio”, pero en la perspectiva de un “país más justo”, como ya expresara Néstor Kirchner en su discurso ante la Asamblea Legislativa, el 25 de mayo de 2003. ¿De qué se asustan entonces? ¿Acaso quieren volver al Estado bobo del neoliberalismo tardío, que observaba impasible la fuga de capitales que dio el tiro de gracia a la Convertibilidad?
El reto es alcanzar una nueva hegemonía que trascienda el resultado electoral. Que plasme los millones de votos en una construcción social y política de largo alcance. ¿Cómo? Quizás articulando sobre la certeza de que solos no somos nada, que el cambio será colectivo o no ocurrirá nunca, y que sólo trascenderemos en comunidad. O trabajando sobre una condición indispensable: superarnos a diario, para ser mejores personas, más despiertas, solidarias, dispuestas al esfuerzo compartido, comprometidas con un tiempo histórico que es de transición, como lo son todos, porque si estuviera quieto o estanco estaría fuera de la historia.
“El cambio no debe reducirse a lo funcional, debe ser conceptual”, dijo Néstor Kirchner en su mensaje por cadena nacional el 5 de junio de 2003. Son palabras fundacionales de este proyecto, que siguen reconociéndose en los últimos mensajes de Cristina Fernández. Una delgada pero firme línea de conducta los une. ¿O qué es sino una exhortación a cambios conceptuales el reclamo de la mandataria en cuanto a la necesidad de “otras prácticas para las protestas”, pronunciado tras el extemporáneo corte de la Avenida Ricchieri realizado por 50 activistas de la UATRE?
No es sólo un saber académico lo que hace falta. Los libros instruyen, pero sin la experiencia resultan incompletos. No hace falta ser sociólogo para tener conciencia de la pertenencia a una determinada clase social, con tales y cuales intereses, en un momento muy preciso del mundo, en este lugar de la región latinoamericana. Pero ellos, los sociólogos, también son necesarios, como los torneros y los poetas.
Noviembre es desde hace un año el mes del feriado nacional por el Día de la Soberanía. Buena excusa para repensar la Historia. Para reconocernos en ella y proyectarnos. Para dejar de mirarla con ojos ajenos, y empezar a hacernos cargo de nuestra parte en sus misterios, que no tienen que ver con un pasado color sepia, sino con la más palpitante actualidad. En ese juego andamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario