Por Ricardo Forster*
Decía, en otra de estas columnas, que hay momentos en los que la conjunción de acontecimientos permite visualizar, con mayor claridad, la marcha de una etapa histórica. Acontecimientos, cada uno por sí solo, capaces de ocupar sin inconvenientes la tapa de los diarios y de suscitar múltiples y apasionadas interpretaciones. Desde hace unos cuantos años, y al calor del retorno de lo político, que la Argentina nos tiene acostumbrados a esta acumulación sorprendente de hechos conmovedores que impiden la toma de distancia o la asepsia interpretativa.
Como algo que parecía olvidado, el retorno de la política ha venido a conmover lo que parecía sellado. Lo que se abrió, otra vez y a fuerza de la contundencia de lo acontecido, es la dinámica conflictiva de la vida democrática que recuperó, después de la noche neoliberal, la vitalidad participativa y el apasionamiento que sólo puede nacer cuando, de nuevo, una sociedad se enfrenta a sus dilemas y a sus contradicciones.
Para algunos, esas profusas marcas dejadas sobre el cuerpo de la realidad constituyen la evidencia de que algo importante sigue recorriéndonos como sociedad; para otros, opositores acérrimos, estaríamos delante de una sofisticada dramatización que ha logrado transformar una impostura y una ficción en lo más parecido a la materialidad de la vida concreta. Los primeros, y el lector ya sabe que me encuentro entre estos, consideran que lo iniciado en mayo de 2003 ha conmovido profunda y decisivamente a una sociedad que no imaginaba lo que vendría y que esa inauguración ha permitido salirnos de la continuidad malsana de una decadencia que parecía imbatible (la abrumadora lista de acciones y decisiones fundamentales me ahorra mayores comentarios). Los otros, cultores de una analítica que se quiere demoledora y erigidos en la última reserva de una oposición famélica de ideas y posibilidades interpelativas, insisten, como lo ha hecho con su elocuencia bastante menguada Beatriz Sarlo, en la tesis de la actuación que se asocia a la aguda intervención, para hacer más impactante esa sofisticación actoral de parte de Cristina, de un selecto grupo de publicistas e ideólogos que han sabido sacarle el jugo a un acontecimiento –la muerte de Néstor Kirchner– capaz de torcer el rumbo del país y de capturar, en un movimiento hipnótico, a la mayoría de la población. Sin poder sustraerse a la irradiación de lo que los años ’90 dejaron como saldo de cuentas, instalados en la continuidad de un análisis despolitizador e inclinado a la pura artificialidad telemática y espectacularizante, no han podido comprender lo que viene sucediendo ni han logrado sobreponerse al impacto de la absoluta endeblez de sus argumentos sostenidos por los prejuicios de teorías deudoras de una posmodernidad largamente rebasada por la nueva etapa por la que estamos atravesando. Se trata, una vez más, de eludir prejuicios y obstáculos que impiden poner en valor aquello que vino a desmontar los discursos del fin de la historia, la muerte de las ideologías y la entrada en un tiempo pospolítico en el que todo se resolvería de acuerdo a los lenguajes massmediáticos.
Recorrer, entonces, con mirada escrutadora las señales dejadas por la última semana de octubre constituye, para alguien desprejuiciado y con intenciones de hacer una lectura comprensiva de la realidad argentina, una verdadera experiencia alejada de los lugares comunes y atiborrada de acontecimientos que, cada uno por sí mismo, hubiera merecido una larga reflexión. Me refiero, estimado lector y en orden de aparición, al arrasador triunfo, el domingo 23, de Cristina Fernández y del Frente para la Victoria, un triunfo que dejó al menos dos cosas en claro: la primera, que el kirchnerismo ha logrado subirse a lo más alto de la consideración popular revirtiendo las dificultades de los años 2008 y 2009, y la segunda, que la oposición ha demostrado su insustancialidad a la hora de constituirse en una fuerza alternativa.
También, y a lo largo de la semana, pudimos comprobar, una vez más, que la verdadera oposición es la del establishment económico-financiero que busca debilitar al Gobierno a través de la fuga de capitales y tratando de forzar una devaluación. La respuesta del kirchnerismo, en consonancia con su estilo y su capacidad para tomar decisiones impactantes en momentos oportunos, ha sido exigirles a las petroleras y a las mineras que liquiden sus divisas en el país. Volveré sobre esta cuestión que marca la nueva problemática a la que se enfrentará un gobierno que, y eso lo ha demostrado con creces, no se amedrenta ante las presiones de las corporaciones económicas como no lo hizo ante la munición gruesa que le tiraron, a lo largo de los últimos años, los grandes medios de comunicación concentrados. De la misma manera en que también está señalando la necesidad de encarar políticas que toquen cuestiones estructurales de la economía sabiendo, como lo sabe el kirchnerismo, que una decisión económica cobra real sentido cuando se inscribe en un proyecto que no se queda en el mero emparchamiento sino que busca avanzar hacia otra matriz productiva, social y política. Lo que se dirime en los mercados financieros y de cambio, en la lucha contra la especulación y la fuga de capitales, es la posibilidad o no de profundizar en el sentido de la igualdad. Allí donde todos los gobiernos democráticos han fallado para dejarse finalmente condicionar por las corporaciones económicas, el kirchnerismo deberá, como ya lo ha hecho, ejercer su poder soberano.
Otro de los acontecimientos decisivos ha sido el fallo histórico que se dictó el miércoles por la noche en la causa de la ESMA, una causa emblemática, tal vez la más cargada simbólicamente ya que nos remite a ese lugar maldito que representó el núcleo más visible y brutal del terrorismo de Estado. La ESMA es la dictadura, por sus mazmorras pasaron miles de hombres y mujeres que, en la mayoría de los casos, además de ser salvajemente torturados luego fueron asesinados. La ESMA, el juicio y la condena a los genocidas, constituye la mejor expresión de lo que implicó, desde la llegada de Néstor Kirchner al gobierno en mayo de 2003, el giro fundamental en relación a la política de derechos humanos, un giro que permitió, primero, anular las leyes de impunidad y los indultos, para luego, y reformada también la Corte Suprema de Justicia de la Nación –integrada ahora por jueces comprometidos con el Estado de Derecho y dispuestos a caminar en el sentido de la reparación jurídica–, avanzar, aunque con demoras producto de un aparato judicial deudor, en muchos de sus estamentos, de las rémoras del pasado, por la senda de la justicia logrando, de ese modo, que las otras dos palabras clave de la trilogía enarbolada por los movimientos de derechos humanos –memoria y verdad– se convirtieran, ¡por fin!, en una realidad visible y reparadora. ¿Resulta acaso extraño que los cultores de la idea sempiterna de la impostura y de la dramatización prácticamente hayan pasado por alto un acontecimiento simbólicamente tan decisivo que evidencia lo inocultable de un giro histórico que ha permitido avanzar sobre una reparación antes inimaginable? ¿Ahí también estamos ante un montaje y una pura ficción que busca capturar la conciencia de los incautos?
El tercer acontecimiento de esta semana inolvidable fue la jornada del jueves 27 en la que se cumplió el primer aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. El mejor homenaje a un líder político extraordinario, que marcó a fondo la vida argentina de este comienzo de siglo, ha sido el reconocimiento popular a Cristina con ese caudaloso 54 por ciento (14 puntos por arriba del mágico 40 por ciento al que aspiraba Néstor para ganar en primera vuelta) y la inmensa alegría de ver condenados a los Acosta y a los Astiz. Lejos, esos dos acontecimientos constituyeron el mejor homenaje imaginable para un hombre que hizo de su vida una lucha continua por la justicia en su doble acepción de reparación social y judicial. Lo que no han comprendido, una vez más, quienes son incapaces de correrse de sus prejuicios, es que la muerte, además de una “escenificación cuidada en sus detalles”, y muy lejos de “una dramaturgia consumada por parte de quien interpretó cabalmente su papel hasta el menor de los detalles”, permitió correr un grueso velo que, una vez despejado, mostró, a una parte importante de la sociedad, lo que se buscó, con denodado esfuerzo mediático, ocultar. Pero también habilitó lo que raramente sucede en nuestras sociedades que es la confluencia, entrañable y caudalosa, de política y sentimiento, de tristeza y energía, de impacto emocional y movilización políticamente transfigurada en un apoyo sin medias tintas a Cristina (es en esos momentos únicos donde se suelen hacer añicos los análisis que piensan a la masa como un ente pasivo y carente, por lo tanto, de iniciativa, incapaz de apropiarse de un acontecimiento y transformarlo en un giro de la vida histórica; prefieren, esos analistas, seguir moviéndose, cómodos, por la zona de la incomprensión y el prejuicio y amparados en su supuesta sofisticación teórica que, en muchos casos, encubre la ignorancia y, peor todavía, el desprecio por los sentimientos y las experiencias populares). La muerte de Néstor Kirchner solidificó, en el interior de la multitud, la potencia de una interpelación que vino a conmover la dinámica de los acontecimientos. Cristina, su duelo, se inscribió, como no podía ser de otro modo, en el misterio del reconocimiento popular. El 27 de octubre, estoy tentado a arriesgar, quizás haya sido nuestro 17 de octubre y, como aquel momento parteaguas de la historia nacional, a muchos les costó entender qué es lo que estaba pasando y de qué modo algo decisivo dejó marca en la vida del pueblo.
Pero la oposición, la verdadera y no las escuálidas fuerzas políticas que sufrieron una paliza monumental el domingo 23, lejos de aceptar la contundencia del apoyo social a Cristina y más lejos todavía de adaptarse a las exigencias de un proyecto que no ha dejado de tocar intereses corporativos y a destacar que la etapa actual estará signada por la búsqueda de la mayor igualdad posible, ya ha mostrado cuál es su respuesta y lo viene haciendo, con distintos grados de virulencia, desde el comienzo del mandato de Cristina en diciembre de 2007 (su punto más álgido, pero no el único, fue la avanzada destituyente de la mesa de enlace y su socio mediático). La fuga de capitales, la presión sobre el dólar y el intento de forzar una devaluación son las armas que viene utilizando para volver reales las profecías de la catástrofe. Evidenciando reflejos rápidos y como señal de lo que será el camino a recorrer en su tercer mandato, el Gobierno ha salido con contundencia a responderle a la fuga y a la especulación. Lo que sigue estando en juego, ahora como ayer, son proyectos antagónicos de país y lo que también ha quedado claro es que, a diferencia de otras etapas de la democracia argentina, el kirchnerismo no se replegará ante los chantajes ni las presiones sino que, por el contrario, como lo hizo en el 2008 y en el 2009, doblará la apuesta. Tal vez, estemos ante el punto de partida de aquello que, sin grandes precisiones, se viene anunciando como la “profundización del proyecto” y, a estas alturas de los acontecimientos, ya no habría que recordarle a la derecha restauracionista que cuando más y mejor responde el kirchnerismo es cuando lo desafían. Ahí está una de las enseñanzas de Néstor: no retroceder ni amilanarse y responder con inteligencia y reduplicando los esfuerzos transformadores.
La semana que dejamos atrás es más que elocuente respecto de lo que sigue en pugna en la Argentina pero, también, ha servido para manifestar caudalosamente el grado de apoyo y de movilización de una parte significativa, mayoritaria, de la sociedad a la hora de sostener el camino emprendido desde mayo de 2003. Alrededor de Cristina, de su liderazgo indiscutido, se ha constituido una fuerza social y política a la que ya no se la puede arredrar con golpes de mercado ni mucho menos con operaciones de prensa. Mientras tanto el Gobierno seguirá dando señales elocuentes de hacia dónde quiere ir.
Para algunos, esas profusas marcas dejadas sobre el cuerpo de la realidad constituyen la evidencia de que algo importante sigue recorriéndonos como sociedad; para otros, opositores acérrimos, estaríamos delante de una sofisticada dramatización que ha logrado transformar una impostura y una ficción en lo más parecido a la materialidad de la vida concreta. Los primeros, y el lector ya sabe que me encuentro entre estos, consideran que lo iniciado en mayo de 2003 ha conmovido profunda y decisivamente a una sociedad que no imaginaba lo que vendría y que esa inauguración ha permitido salirnos de la continuidad malsana de una decadencia que parecía imbatible (la abrumadora lista de acciones y decisiones fundamentales me ahorra mayores comentarios). Los otros, cultores de una analítica que se quiere demoledora y erigidos en la última reserva de una oposición famélica de ideas y posibilidades interpelativas, insisten, como lo ha hecho con su elocuencia bastante menguada Beatriz Sarlo, en la tesis de la actuación que se asocia a la aguda intervención, para hacer más impactante esa sofisticación actoral de parte de Cristina, de un selecto grupo de publicistas e ideólogos que han sabido sacarle el jugo a un acontecimiento –la muerte de Néstor Kirchner– capaz de torcer el rumbo del país y de capturar, en un movimiento hipnótico, a la mayoría de la población. Sin poder sustraerse a la irradiación de lo que los años ’90 dejaron como saldo de cuentas, instalados en la continuidad de un análisis despolitizador e inclinado a la pura artificialidad telemática y espectacularizante, no han podido comprender lo que viene sucediendo ni han logrado sobreponerse al impacto de la absoluta endeblez de sus argumentos sostenidos por los prejuicios de teorías deudoras de una posmodernidad largamente rebasada por la nueva etapa por la que estamos atravesando. Se trata, una vez más, de eludir prejuicios y obstáculos que impiden poner en valor aquello que vino a desmontar los discursos del fin de la historia, la muerte de las ideologías y la entrada en un tiempo pospolítico en el que todo se resolvería de acuerdo a los lenguajes massmediáticos.
Recorrer, entonces, con mirada escrutadora las señales dejadas por la última semana de octubre constituye, para alguien desprejuiciado y con intenciones de hacer una lectura comprensiva de la realidad argentina, una verdadera experiencia alejada de los lugares comunes y atiborrada de acontecimientos que, cada uno por sí mismo, hubiera merecido una larga reflexión. Me refiero, estimado lector y en orden de aparición, al arrasador triunfo, el domingo 23, de Cristina Fernández y del Frente para la Victoria, un triunfo que dejó al menos dos cosas en claro: la primera, que el kirchnerismo ha logrado subirse a lo más alto de la consideración popular revirtiendo las dificultades de los años 2008 y 2009, y la segunda, que la oposición ha demostrado su insustancialidad a la hora de constituirse en una fuerza alternativa.
También, y a lo largo de la semana, pudimos comprobar, una vez más, que la verdadera oposición es la del establishment económico-financiero que busca debilitar al Gobierno a través de la fuga de capitales y tratando de forzar una devaluación. La respuesta del kirchnerismo, en consonancia con su estilo y su capacidad para tomar decisiones impactantes en momentos oportunos, ha sido exigirles a las petroleras y a las mineras que liquiden sus divisas en el país. Volveré sobre esta cuestión que marca la nueva problemática a la que se enfrentará un gobierno que, y eso lo ha demostrado con creces, no se amedrenta ante las presiones de las corporaciones económicas como no lo hizo ante la munición gruesa que le tiraron, a lo largo de los últimos años, los grandes medios de comunicación concentrados. De la misma manera en que también está señalando la necesidad de encarar políticas que toquen cuestiones estructurales de la economía sabiendo, como lo sabe el kirchnerismo, que una decisión económica cobra real sentido cuando se inscribe en un proyecto que no se queda en el mero emparchamiento sino que busca avanzar hacia otra matriz productiva, social y política. Lo que se dirime en los mercados financieros y de cambio, en la lucha contra la especulación y la fuga de capitales, es la posibilidad o no de profundizar en el sentido de la igualdad. Allí donde todos los gobiernos democráticos han fallado para dejarse finalmente condicionar por las corporaciones económicas, el kirchnerismo deberá, como ya lo ha hecho, ejercer su poder soberano.
Otro de los acontecimientos decisivos ha sido el fallo histórico que se dictó el miércoles por la noche en la causa de la ESMA, una causa emblemática, tal vez la más cargada simbólicamente ya que nos remite a ese lugar maldito que representó el núcleo más visible y brutal del terrorismo de Estado. La ESMA es la dictadura, por sus mazmorras pasaron miles de hombres y mujeres que, en la mayoría de los casos, además de ser salvajemente torturados luego fueron asesinados. La ESMA, el juicio y la condena a los genocidas, constituye la mejor expresión de lo que implicó, desde la llegada de Néstor Kirchner al gobierno en mayo de 2003, el giro fundamental en relación a la política de derechos humanos, un giro que permitió, primero, anular las leyes de impunidad y los indultos, para luego, y reformada también la Corte Suprema de Justicia de la Nación –integrada ahora por jueces comprometidos con el Estado de Derecho y dispuestos a caminar en el sentido de la reparación jurídica–, avanzar, aunque con demoras producto de un aparato judicial deudor, en muchos de sus estamentos, de las rémoras del pasado, por la senda de la justicia logrando, de ese modo, que las otras dos palabras clave de la trilogía enarbolada por los movimientos de derechos humanos –memoria y verdad– se convirtieran, ¡por fin!, en una realidad visible y reparadora. ¿Resulta acaso extraño que los cultores de la idea sempiterna de la impostura y de la dramatización prácticamente hayan pasado por alto un acontecimiento simbólicamente tan decisivo que evidencia lo inocultable de un giro histórico que ha permitido avanzar sobre una reparación antes inimaginable? ¿Ahí también estamos ante un montaje y una pura ficción que busca capturar la conciencia de los incautos?
El tercer acontecimiento de esta semana inolvidable fue la jornada del jueves 27 en la que se cumplió el primer aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. El mejor homenaje a un líder político extraordinario, que marcó a fondo la vida argentina de este comienzo de siglo, ha sido el reconocimiento popular a Cristina con ese caudaloso 54 por ciento (14 puntos por arriba del mágico 40 por ciento al que aspiraba Néstor para ganar en primera vuelta) y la inmensa alegría de ver condenados a los Acosta y a los Astiz. Lejos, esos dos acontecimientos constituyeron el mejor homenaje imaginable para un hombre que hizo de su vida una lucha continua por la justicia en su doble acepción de reparación social y judicial. Lo que no han comprendido, una vez más, quienes son incapaces de correrse de sus prejuicios, es que la muerte, además de una “escenificación cuidada en sus detalles”, y muy lejos de “una dramaturgia consumada por parte de quien interpretó cabalmente su papel hasta el menor de los detalles”, permitió correr un grueso velo que, una vez despejado, mostró, a una parte importante de la sociedad, lo que se buscó, con denodado esfuerzo mediático, ocultar. Pero también habilitó lo que raramente sucede en nuestras sociedades que es la confluencia, entrañable y caudalosa, de política y sentimiento, de tristeza y energía, de impacto emocional y movilización políticamente transfigurada en un apoyo sin medias tintas a Cristina (es en esos momentos únicos donde se suelen hacer añicos los análisis que piensan a la masa como un ente pasivo y carente, por lo tanto, de iniciativa, incapaz de apropiarse de un acontecimiento y transformarlo en un giro de la vida histórica; prefieren, esos analistas, seguir moviéndose, cómodos, por la zona de la incomprensión y el prejuicio y amparados en su supuesta sofisticación teórica que, en muchos casos, encubre la ignorancia y, peor todavía, el desprecio por los sentimientos y las experiencias populares). La muerte de Néstor Kirchner solidificó, en el interior de la multitud, la potencia de una interpelación que vino a conmover la dinámica de los acontecimientos. Cristina, su duelo, se inscribió, como no podía ser de otro modo, en el misterio del reconocimiento popular. El 27 de octubre, estoy tentado a arriesgar, quizás haya sido nuestro 17 de octubre y, como aquel momento parteaguas de la historia nacional, a muchos les costó entender qué es lo que estaba pasando y de qué modo algo decisivo dejó marca en la vida del pueblo.
Pero la oposición, la verdadera y no las escuálidas fuerzas políticas que sufrieron una paliza monumental el domingo 23, lejos de aceptar la contundencia del apoyo social a Cristina y más lejos todavía de adaptarse a las exigencias de un proyecto que no ha dejado de tocar intereses corporativos y a destacar que la etapa actual estará signada por la búsqueda de la mayor igualdad posible, ya ha mostrado cuál es su respuesta y lo viene haciendo, con distintos grados de virulencia, desde el comienzo del mandato de Cristina en diciembre de 2007 (su punto más álgido, pero no el único, fue la avanzada destituyente de la mesa de enlace y su socio mediático). La fuga de capitales, la presión sobre el dólar y el intento de forzar una devaluación son las armas que viene utilizando para volver reales las profecías de la catástrofe. Evidenciando reflejos rápidos y como señal de lo que será el camino a recorrer en su tercer mandato, el Gobierno ha salido con contundencia a responderle a la fuga y a la especulación. Lo que sigue estando en juego, ahora como ayer, son proyectos antagónicos de país y lo que también ha quedado claro es que, a diferencia de otras etapas de la democracia argentina, el kirchnerismo no se replegará ante los chantajes ni las presiones sino que, por el contrario, como lo hizo en el 2008 y en el 2009, doblará la apuesta. Tal vez, estemos ante el punto de partida de aquello que, sin grandes precisiones, se viene anunciando como la “profundización del proyecto” y, a estas alturas de los acontecimientos, ya no habría que recordarle a la derecha restauracionista que cuando más y mejor responde el kirchnerismo es cuando lo desafían. Ahí está una de las enseñanzas de Néstor: no retroceder ni amilanarse y responder con inteligencia y reduplicando los esfuerzos transformadores.
La semana que dejamos atrás es más que elocuente respecto de lo que sigue en pugna en la Argentina pero, también, ha servido para manifestar caudalosamente el grado de apoyo y de movilización de una parte significativa, mayoritaria, de la sociedad a la hora de sostener el camino emprendido desde mayo de 2003. Alrededor de Cristina, de su liderazgo indiscutido, se ha constituido una fuerza social y política a la que ya no se la puede arredrar con golpes de mercado ni mucho menos con operaciones de prensa. Mientras tanto el Gobierno seguirá dando señales elocuentes de hacia dónde quiere ir.
*Publicado en Veintitres
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