Días pasados pensaba en la vulgaridad, un término que se aplica a la persona, al lenguaje o a la costumbre que es poco refinada; de escasa educación.
Me preguntaba si esa vulgaridad predomina en gran parte de los actos cotidianos de vastos sectores sociales, y si es así, por qué no se observa predisposición en la gente para modificar hábitos que, en definitiva, conducen a una forma de vida alejada de un contexto profesional, de un crecimiento o desarrollo personal. La respuesta no es sencilla. Es preciso analizar la descomposición social durante décadas en la Argentina, el deterioro progresivo de la vida humana por ausencia de políticas activas, la ruptura de los vínculos familiares, la desescolarización, el desamparo de la clase dirigente a los ciudadanos... Todo ha resultado muy desfavorable para aquellos que, en algún momento, intentaron un progreso, una vida placentera. Existió un trabajo sistemático de algunos sectores de poder para que las personas ignoren cada vez más y se aparten de las responsabilidades y los compromisos, de la educación, de la formación integral. Hoy, vemos gente poco preocupada por cambiar las actitudes, las formas de relacionarse con los semejantes. Para algunos, todo significa lo mismo. Importa poco ser amables, educados, comunicativos, expresivos, tolerantes, comprensivos. Hay instalada una cultura del individualismo que implica no escuchar a los que están alrededor y ni siquiera mirarles la cara. Existe preocupación por el mundo interior y no tanto por el mundo exterior. La vulgaridad se ve a cada instante, en cualquier sitio. Es común oír la pobreza del vocabulario, es fácil advertir pésimos comportamientos ante determinadas circunstancias. Y llama la atención que no haya una toma de conciencia, un repaso del accionar cotidiano. Hoy se cometen errores y mañana se repiten, y así sigue todo sin importar un bledo de lo mal que se hacen las cosas. Lo peor es que esa conducta se transmite de generación en generación. Los hijos evidencian las conductas de los padres, adoptan esas modalidades, entonces cuando tengan más años, formen una vida matrimonial y tengan hijos, seguramente inculcarán lo que experimentaron durante épocas pasadas. Si la sociedad no cambia, la vulgaridad tampoco.
Me preguntaba si esa vulgaridad predomina en gran parte de los actos cotidianos de vastos sectores sociales, y si es así, por qué no se observa predisposición en la gente para modificar hábitos que, en definitiva, conducen a una forma de vida alejada de un contexto profesional, de un crecimiento o desarrollo personal. La respuesta no es sencilla. Es preciso analizar la descomposición social durante décadas en la Argentina, el deterioro progresivo de la vida humana por ausencia de políticas activas, la ruptura de los vínculos familiares, la desescolarización, el desamparo de la clase dirigente a los ciudadanos... Todo ha resultado muy desfavorable para aquellos que, en algún momento, intentaron un progreso, una vida placentera. Existió un trabajo sistemático de algunos sectores de poder para que las personas ignoren cada vez más y se aparten de las responsabilidades y los compromisos, de la educación, de la formación integral. Hoy, vemos gente poco preocupada por cambiar las actitudes, las formas de relacionarse con los semejantes. Para algunos, todo significa lo mismo. Importa poco ser amables, educados, comunicativos, expresivos, tolerantes, comprensivos. Hay instalada una cultura del individualismo que implica no escuchar a los que están alrededor y ni siquiera mirarles la cara. Existe preocupación por el mundo interior y no tanto por el mundo exterior. La vulgaridad se ve a cada instante, en cualquier sitio. Es común oír la pobreza del vocabulario, es fácil advertir pésimos comportamientos ante determinadas circunstancias. Y llama la atención que no haya una toma de conciencia, un repaso del accionar cotidiano. Hoy se cometen errores y mañana se repiten, y así sigue todo sin importar un bledo de lo mal que se hacen las cosas. Lo peor es que esa conducta se transmite de generación en generación. Los hijos evidencian las conductas de los padres, adoptan esas modalidades, entonces cuando tengan más años, formen una vida matrimonial y tengan hijos, seguramente inculcarán lo que experimentaron durante épocas pasadas. Si la sociedad no cambia, la vulgaridad tampoco.
*Publicado en Tiempo Argentino
No hay comentarios:
Publicar un comentario