miércoles, 14 de agosto de 2019

ÚLTIMOS DÍA DEL INFIERNO

Imagen de "LaRepublica.pe"
Por Roberto Marra
La ignominia (cuya etimología remite a la “pérdida del nombre”) es el efecto de una acción deshonrosa o injusta. El diccionario la define como una ofensa personal que queda a la vista de una comunidad que la condena unánimemente. Un acto ignominioso se relaciona con la desvergüenza y la provocación de un individuo hacia los demás, una persona a quien las cuestiones morales le son indiferentes, lo cual genera su deshonra ante la sociedad. En ese sentido, nada más ignominioso que las acciones injustas de un individuo que ejerce autoridad por decisión de la propia comunidad.
Y ahí lo tenemos al desenfadado mandatario, ejerciendo su rol de comediante abandónico de sus deberes, presentándose ante el Pueblo tal como es, con toda su falta de ética, transparentando lo que trató de ocultar siempre con ayuda del inútil entrenamiento duranbarbista, atravesado por una realidad que le estalla en su cara y, aún así, la niega. Los calificativos huelgan, porque sobran las degradaciones populares que sustentan el racional resultado que soporta este devorador de verdades.
Sin embargo, lejos de alcanzar a comprender su posición debilitada, redobla su perfil de “patrón de estancia”, exalta su condición de “nene de mamá”, haciendo ridículos berrinches politiqueros que avergüenzan a la Nación ante el Planeta, que asombran a sus mandantes imperiales, mirando absortos como su “mejor alumno” derrapa por la cornisa de la inconsciencia y la brutalidad.
Puesto ante el necesario discernimiento entre las necesidades populares y lo deseado por él, demuestra otra vez de que está hecho este personaje sin reservas morales, a quien la verdad nunca lo roza, ocupado como está en constituirse en reservorio de las falsedades que lo elevaron al rango que nunca mereció.
Pero nada es eterno en este mundo, y le ha llegado al hora del retiro de la vana gloria que se autoimpuso. Ha llegado el momento del desplazamiento hacia el territorio de la oscuridad histórica, el rincón donde se arrojan a los peores recuerdos, el lugar donde se reunen los deshonrosos fabricantes de ultrajes a la dignidad humana, los ladrones de esperanzas traficadas con el vil objetivo de elevar sus opulencias derivadas de explotaciones obscenas.
Son los últimos días del monstruo fabricado a la medida de una sociedad narcotizada por las pastillas diarias de la mendacidad mediática. Son los últimos estertores de quien se proclamó en nombre de la libertad de los mercados que ahora le muestran sus dientes devoradores hasta de sus propios servidores. Es la última mancha que le queda por recibir, el último escarnio que deja como herencia maldita a un Pueblo atribulado por tanta miseria fabricada a la medida de sus perversas necesidades de poder ilimitado.
Se acabó. El sol popular le dice que llegó el final de sus ilusiones de virrey de la “corona yanqui”. Las millones de decisiones unificadas le dijeron que no va más, que sus actitudes de “capanga” feudal ya no será retribuidas con la confianza de “la gente” ni del “vecino”. Que la mayoría ha decidido abandonar la edad de la inocencia política, para tomar en sus manos el bastón de un mando que le quedó demasiado grande a este delegado del Poder Real. Y que ahora llega el tiempo de la dura reconstrucción, sobre sus ignominias, del cimiento de una nueva sociedad, que entierre para siempre a la injuria oligárquica y eleve la ilusión de la justicia social al luminoso lugar de la moral y la razón.

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