martes, 20 de agosto de 2019

EL ÁRBOL CAÍDO

Imagen de "Posta"
Por Roberto Marra
Es fácil tentarse con hacer leña del árbol caído. Resulta atractivo verlo allí, rígido, desprovisto de cualquier resguardo, sin más posibilidades de respuesta a ningún estímulo natural o a la acción humana sobre él. Más todavía, si ese árbol ha sido parte de una enmarañada selva de símiles individuos que produjeron daños irreversibles para quienes, se supone, debían ser útiles. Una profusa vegetación con complejas interacciones que terminaron por abatir a los ejemplares más débiles, ejerciendo el poder que les daba su altura preferencial, ensombreciendo al resto y complicando su mínimo sostenimiento natural.
Todo esto es más que comprensible y lógico en el mundo de los árboles. Es la naturaleza la que dispone, a lo largo de siglos, la aparición y desaparición de especies, la conformación de montes, bosques y selvas, cada uno con sus peculariedades y atravesados por sus propios devenires.
Pero resulta una muy práctica metáfora para la política, donde se podría decir que estos “árboles caídos” no son el resultado de hechos naturales, sino de acciones humanas, individuales y colectivas, que se desarrollan bajo el influjo de históricos conflictos no resueltos, influenciados por las actitudes depredadoras de quienes ahora están “caídos”, envueltos en el polvo de sus brutales sacudimientos previos, cuando sus alturas les otorgaban la sensación de un poderío infinito, que aprovechaban para aplastar con sus enormes “ramas” de miserias a quienes se atrevían a desafiarlos.
Cuando, demasiado tarde, descubren que no son dioses, aunque actúen como tales frente a la sociedad que les permitió crecer tanto por sobre la mayoría de sus integrantes, comienzan a despoblarse de las “hojas mediáticas” que los cubrían, que huyen despavoridas a refugiarse allá abajo, donde estuvieron algún día formando parte de eso que se negaron durante tanto tiempo a llamar Pueblo.
Sus “ramas empresariales” se resquebrajan, se quiebran ante la multitud empobrecida que los rodea, emprendiendo la huida hacia el “bosque” que se asoma en el futuro inmediato, tratando de darle continuidad a sus pretendidos privilegios. Hasta los más “conspicuos” integrantes de esa entente antipopular que ensombreció a la Nación por cuatro años, que aplastó con saña a los que nunca nada tienen, que implosionó a la industria nacional y arrasó el comercio, se arriman al casi seguro ganador de las cercanas elecciones para asegurarse preeminencias e influencias que retengan sus poderes miserables.
Muchos están despertando del letargo del odio inducido, rodeado de un desierto con muchos de sus, hasta ahora, admirados “árboles” caídos, sobre una hojarasca de imbecilidades con las que todavía intentan sostener las últimas “ramas” de su sistema de estafas cotidianas. Se ven desolados ante esos restos de engreídos devenidos en zombies de cabezas gachas, sometidos al escarnio de no poder ponerse de pie, porque un hachazo de votos los volteó de un solo golpe, y saben que el próximo los expulsará de su “paraíso” neoliberal, construído solo para sumar fortunas a sus fortunas.
Ahí los vemos ahora, expuestos a soportar la descarga de tantas desgracias populares acumuladas, listos para el insulto obvio que nace natural después de tanto sufrimiento. Esperan acurrucados el golpe que los acabe, sin saber distinguir que quienes los voltearon no son de sus mismas calañas inmorales. Será tal vez su destino ser los rastreros exponentes de los peores recuerdos, para hacernos notar cada día que allí están siempre, escondidos detrás de los “yuyos” del olvido, aletargando semillas de odios que estamos obligados a no dejar que germinen. Nunca más.

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