martes, 17 de julio de 2018

LOS NUEVOS DUEÑOS... DE LA MUERTE

Imagen de "FundaVida"
Por Roberto Marra

Cuando una empresa mundial decide la compra de otra por un valor multimillonario en dólares, uno puede estar seguro que la compradora no lo hace sin estar segura de que ese negocio seguirá rindiendo como hasta ahora lo ha hecho para la vendedora. Una seguridad que se deriva del poder casi onnímodo que esas empresas transnacionales siempre poseen sobre los gobiernos de cualquier Nación.
Es el caso de Monsanto. O fue, podríamos decir, ahora que ha sido comprada por otro monstruo similar, Bayer. Glifosato, transgénicos, negocios verdes, agronegocios, son palabras ya convertidas en habituales, gracias a esta bestial compañía transnacional, que se convirtió en símbolo absoluto de los sistemas agrarios de carácter industrial, fabricante de los rindes fabulosos que transfiguraron los campos en una inmensa maquinaria productora de ganancias nunca vistas.
Pero también se transformó en la principal generadora de la destrucción de la tierra, de las aguas y de la vida animal y humana. Decenas de pruebas científicas lo demuestran, pero millones de razones ingresadas en las arcas de los que deciden, impidieron hasta ahora cambiar esta amenaza letal para el Planeta. De eso se trata el sistema capitalista: nada importa, cuando de ganancias se trata.
Bayer, la más que centenaria empresa, ahora dueña del poder inconmensurable sobre la “fabricación” de alimentos, no le va en zaga a la mortal historia de la vieja compañía desaparecida en esta transacción. Desde su colaboración con el régimen hitleriano, con el reclutamiento de esclavos de los campos de concentración para sus fábricas, hasta la fabricación del gas con que se mató a millones de personas, nada le importó a los propietarios de esa compañía para hacer crecer sus cuentas.
Este conglomerado de laboratorios, a partir de ahora, sucederá en la tarea criminal planetaria a aquella firma norteamericana que se presentaba como “Una compañía de agricultura sustentable”. Hasta se podría decir que es una ironía para convencernos de lo imposible, cuando lo único que resulta “sustentable” son los resultados monetarios de las producciones agrarias que se basan en la utilización de sus venenos.
Y allí está la conexión con cada uno de nosotros, simples habitantes de este lejano rincón del Planeta. Allí reside la trascendencia que estos manejos financieros poseen para nuestras vidas, cuando sabemos que nuestro País está inundado (y no es una metáfora) de glifosato y otros tantos agroquímicos de iguales o peores consecuencias.
A la estructura agraria latifundista argentina poco le importan las razones, salvo que se traten de dinero. Convertidos en el histórico poder de los poderes, los oligarcas de la bosta y apologistas de la soja transgénica deciden que seamos lo que somos, simples productores de alimentos para los cerdos chinos, sembradores de alimentos que no comemos y generaciones degradadas por el hambre que provocan las ambiciones ilimitadas por acrecentar sus fortunas.
Los deseos ridículos por ser como ellos, reduce al resto de los productores agrarios a simple claque vociferante de las mismas ambiciones y ningún beneficio extra. Aplican felices los mismos productos que los envenenan a ellos, a sus hijos y a sus nietos, para sostener un sistema que se los traga lentamente, un monstruo que jamás comparte otra cosa que las migajas de sus fortunas y poderes infinitos.
Tarea difícil la de intentar transformar esta realidad agraria. Sobre todo porque sus actores menos poderosos también tienen sus cerebros en los bolsillos. La ambición de la ganancia rápida y fácil puede mucho más que las advertencias más honestas. La ciencia es defenestrada desde los medios cómplices de la transnacionales, hundiendo la verdad en el barro enchastrado de glifosato y endosulfan, mientras allá lejos, en las oficinas corporativas de los nuevos dueños de la alimentación mundial, siguen afirmando que “si es Bayer, es bueno”... Para morir.

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